Febrero hace relucir miradas, besos, caricias y abrazos. Sin reservas el amor llega para cambiar el universo.
Quizás es de esos sentimientos impredecibles, pero pertrechado de matices, distancia y soledades para fusionar dos cuerpos.
La melodía de las olas al romper el viento estremece la piel llena de complicidades. El amor huele a ti cuando se te quiere cerca; cuando por naturaleza, tenerte, resulta imprescindible y necesario.
Poco a poco la confianza se fortalece hasta penetrar los sentidos, simula el fuego y hace temblar las emociones.
Un llanto anuncia nuevas quimeras. Sentir las primeras patadas sobre el busto maternal , observarles caminar, escucharlos hablar, cantar, verlos crecer estimula los sentidos.
Aunque los retoños se vuelvan ramas, en cada paso, le acompañará la sombra protectora que le dio vida. Esa planta incansable, repleta de ensueños, esperanzas, consejos, nostalgias; refugio espiritual para calmar la sed y beber del manantial más puro.
Quizás sea ese, el amor de madre, el que aviva la llama del alma. El mismo ser que guarda por siempre para el hijo un espacio en la mesa, en casa y en su corazón.
En ocasiones signado por añoranzas y el silencio, el sentimiento más universal, lucha contra un vientre estéril de lágrimas.
Cientos de mujeres y hombres ante los azares de la vida ahogan en la miserable infertilidad sus anhelos de ser padres y disfrutar ese amor sin límites.
Amar cada palmo de tierra se convierte en el rol de tu idiosincrasia. Caminar por los mismos paisajes que enamoraron a los padres y los abuelos convida a regresar al pasado en presente indicativo.
Besar la tierra que te crea orgulloso resplandece los días. Quienes adoran su pedazo de Patria escuchan la rumba de esquina a esquina, aprietan cuerdas entre acordes de danzón y besan con la pasión de un poema de Carilda Oliver Labra.
Amar es respirar la bahía de Matanzas con su belleza y sus misterios, compartir juntos el sonido estrepitoso del barrio ajustado a tradiciones, es danzar, reír, y juntos hacer polvo la tristeza y la desesperanza.
El amor sigue su camino sin importar barreras. Lucha, desafía, persevera y triunfa. Ama el médico cuando sana, el maestro al educar, quienes al transitar por la ciudad detienen su paso para dar una mano amiga. Ama quien goza lo que hace. Amar se resume en entregarse a pecho abierto ante cada tarea.
El amor sobrevuela los límites como pecado divino. Es dibujar rosas sobre el papel en blanco y aquel atardecer que la mirada fotografía en los recuerdos.
Dicen que sin importar a quien se le profesa, el amor destierra las traiciones y aunque perdona nunca olvida sobre el papel arrugado. Amar es convertir un amigo en hermano, un vecino en familia, un compañero en colega.
El amor nunca desaparece ni con la potencia de la llama que arde y quema aún el alma. Permanece latente como la magia que inspira y como luz se perpetúa en el latir de cada corazón. Allí entre vestigios del fuego también renace el sentimiento que por azares pretendió ser trunco.
Si me preguntaran cuál es la fórmula perfecta para amar, diría que vivir a plenitud, beber un café juntos, desnudar un beso, compartir la casa y el trabajo, dedicar tiempo al hijo o al padre sin contar los minutos.
Amar es abrazarse a uno mismo con los secretos del pensamiento, es la magia que te hace romper el llanto de felicidad. Volar sin contar con la reflexión ajena. Soñar sin cortar las alas y encontrar seguridad en tu regazo.
El amor se vuelve imprescindible para crecer en medio de las circunstancias más adversas. Solo el pone a prueba todo. Solo él regresa cuando estamos a tiempo de iniciar nuevamente el viaje.