Pocas cosas son tan desagradables. Jaba en mano llega el portador de la basura y sin la menor vacilación ni reparar siquiera en que lo están observando, vacía el contenido de su inmundicia en el piso, en un sitio desprovisto de contenedor.

Lo mismo da que sean los papeles del baño, residuos de comida o excremento de cerdo, de chivo o de perro. Todo queda expuesto sin piedad con los vecinos más cercanos, a riesgo inclusive de enfermar a esas familias.

Y, claro, el «contribuyente» lleva consigo de vuelta a casa la cada vez más encarecida bolsa de polietileno, cuyo precio alcanzó ya los cinco pesos. Otros, y no es para menos, van con su saco al hombro con los más insospechados residuos y al llegar al lugar vacían todo el contenido.

Si alguien decide llamarles la atención, se defienden creyéndose con toda la razón del mundo. «Puro, el saco está muy caro para botarlo así como así.»

Ocurre a la vista de todos, día a día y a cada instante en la esquina de San Gabriel entre Reforma y Fortuna, en el barrio de Los Mangos. No es el único basurero de la comarca, pero este en particular ha ido cobrando triste fama y hoy pudiera asegurarse que es uno de los más encumbrados de la ciudad.

Y todavía está por ver al primer inspector estatal que haya penalizado a algún infractor, o simplemente adoptar acciones preventivas para detener estas nocivas actividades que ejercen gran influencia sobre la salud y el bienestar de los ciudadanos.

Hay indolentes de toda clase, desde el que saca sus residuos fuera de hora y arroja barreduras sin protección alguna, hasta aquellos que tiran desperdicios fétidos o restos de animales muertos como si se tratara de un acto natural.

Algunos depositan todo tipo de escombros: piedras, palos, hierro… Los hay que desmochan los arbustos del patio de su casa y luego los encomiendan sin suerte a los encargados de la recogida de basura, uno de los trabajos más ingratos, dicho sea de paso. Pero, como sabemos, esos bártulos los recolectores ni siquiera intentan cargarlos.

Es curioso ver a las personas cuando transitan por allí. Casi todas se llevan ambas manos a la nariz para no inhalar el habitual hedor. «Por Dios, qué peste», se escucha decir a menudo.

A Servicios Comunales parece no perturbarle la hediondez provocada en este sitio. Esa entidad no da abasto, algo de lo que la gente se queja a menudo. Diseñada para encargarse de diversas funciones, como la recogida y deposición final de los desechos sólidos, el barrido, higienización y saneamiento ambiental integral, poco puede hacer al fin y al cabo.

El inconveniente persiste a veces durante largos días, bajo el pretexto de las conocidas dificultades con el petróleo y el transporte. ¿Alguna solución?

Aunque por momentos da la impresión de que es mucha la desidia y escasos los recursos de Servicios Comunales, organismo que no está exento de limitaciones, la situación se agrava sobre todo por la falta de rigor y de ideas en dicha entidad, incapaz inclusive de garantizar la limpieza de forma estable en dicha cuadra.

Falta además el apoyo comunitario y de los cacareados factores del barrio, que por lo visto no pueden frenar la creciente indisciplina y el desorden social.

Ya que en la dichosa esquina se estableció por voluntad de no sé quién un espacio para verter basura, toca entonces ubicar allí un contenedor de grandes dimensiones para lograr al menos un eficiente servicio de recogida y así poder eliminar, o minimizar, el impacto que esos microvertederos producen en la salud ciudadana y el medio ambiente.

Ahora bien, si la población no ayuda resultará imposible ganar esta pelea que tanta indignación provoca en el barrio. Ver a un vecino con una escobita y un recogedor para limpiar y ordenar un poco los alrededores de la esquina, es algo muy alentador en medio del desagradable ambiente. (ALH)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *