Terminó el verano que es decir el período vacacional, y muchos matanceros extrañan las fiestas de carnaval, muchos años programados en esa etapa del año.
Aunque epidemias y limitaciones económicas malogren el jolgorio, llegado el mes de agosto, siempre nos preguntamos por los tradicionales festejos.
Esta vez, la reprogramación de Carnaval, pieza estrenada en julio pasado por Teatro de Las Estaciones y una crónica de Guillermo Carmona publicada en Matanceros, complementan aquellas reminiscencias y devuelven a la memoria, aquellos festejos populares.
Si bien los primeros carnavales de la ciudad de los puentes, datan de una etapa anterior a la construcción de esas estructuras ingenieras que la identifican, en Matanzas los festejos se efectuaban durante la primavera, asociada a festividades religiosas.
Una historia que recorre las danzas y marchas de las dotaciones esclavas, durante los días infaustos de la servidumbre, se extiende durante la república neocolonial con la impronta determinante de comerciantes y burgueses de la época y saluda la revolución triunfante de enero de 1959, con uno de los carnavales más coloridos que alcanza a recordar este humilde relator.
Para entonces los carnavales, cuyos desfiles iniciaban en la céntrica calzada de Tirry, eran presididas por bandas, muñecones, carros engalanados y una sucesión de carrozas y comparsas, en representación de las principales industrias y empresas de la ciudad.
Con los nuevos tiempos fue desapareciendo de a poco, el carácter marginal atribuido a bailar tras las comparsas. Arrollar al repique de los tambores devino manifestación de júbilo, donde hombres y mujeres, blancos y negros, jóvenes y adultos, aún comparten, ese espacio de identidad cultural.
Sería a partir de las fiestas populares desarrolladas en todo el país al concluir la llamada zafra de los diez millones, que los carnavales se trasladaron a los meses caniculares.
En los años 70, la Atenas de Cuba organizó memorables carnavales. Los desfiles tuvieron lugar en el paseo de Martí, con palcos dispuestos en ambas aceras, hasta donde llegaban los servicios de una variada y barata oferta gastronómica.
Los más jóvenes recordarán la profusión de elegantes carrozas y comparsas. Entre ellas distinguían unas carrozas articuladas, que representaban historias y leyendas antiguas, cuya ingeniería podía recrear el agua de las fuentes o rociar perfumes al público congregado.
Para la fecha surgieron y se extendieron por los diferentes barrios de la ciudad las llamadas trochas del carnaval. Recintos feriales donde actuaban las mejores agrupaciones musicales del país y donde se ofrecían todos los encantos de la comida tradicional cubana.
Aquellas, sin dudas, sumaron a los festejos carnavalescos el júbilo de las barriadas distantes, aunque no reprodujeran en si, los elementos y atributos específicos del carnaval.
Así como el Mozambique distinguió una época, por los ochenta las canciones de Oscar D León capitalizaron el festejo. Igual ocurrió algo más acá con Polo Montañés. De boca en boca, se repetían una y otra vez a lo largo y ancho del carnaval las canciones del guajiro natural.
El carnaval, como auténtica expresión popular tiene una fuerza de convocatoria irrepetible. Muchos distinguen el Carnaval por el olor de sus asados, otros por la abundancia de la espumeante cerveza, pero todos han de coincidir que el hecho cultural en sí, atrapa a los más diversos segmentos de la población.
Como diría Ercilio Vento Canosa, Historiador de la Ciudad de Matanzas, entre muchas otras ocupaciones, hablamos de una “tradición arraigada en el imaginario de una nación donde los carnavales fueron la mayor y más fastuosa fiesta de la sociedad”.
La elección de la reina o la estrella del carnaval como se le llamó después y la del rey Momo para distinguir al más feo de la fiesta, los bailes de disfraces, serpentinas y confites, desaparecieron con el tiempo.
Sin embargo en el camino se recuperaron algunas agrupaciones tradicionales como las comparsas Las Imalianas y Los Guajiros Elegantes.
Cambiadas las condiciones actuales se debe trabajar en la recuperación de las fiestas del carnaval yumurino. El rescate de la tradición constituye un apremio para los pueblos frente a la colonización cultural que nos agrede.
Mientras, no dejemos que se pierda el paso, para salir a ¡echar un pie! no más suene el Cocuyé.