Todos los caminos llevan a Roma, ¿quién no ha escuchado antes esta frase? Todos, a lo largo de los años y en disímiles situaciones, la hemos oído y nos hemos hecho eco de ella debido su significado. Cuando la escuché por primera vez, sin embargo, me pareció de lo más absurdo.

Cuenta la historia de los romanos, una vez gobernadores del mundo, cómo construían carreteras en todas las direcciones partiendo de su capital; así, cualquier camino escogido por los viajeros los llevaría directo a la importante ciudad. Por supuesto, es una historia memorable marcada por el poderío y la fuerza del imperio más grande visto por la humanidad.

Mas eso no quitaba de mi mente de niña pequeña la necesidad de comprender por qué todos a mi alrededor la decían constantemente. En especial, mi abuelo.

En el pequeño pueblo de Unión de Reyes, Julián Pérez Guillermo se erigía como mi orgulloso abuelo y, sobre todo, mi modelo a seguir. Pérez, como cariñosamente recuerdo llamarlo desde toda una vida por motivos guardados para otra aventura, inculcó en mí desde muy temprano una curiosidad por todo cuanto me rodeaba. Por este motivo no se asombró cuando, aquella mañana lejana en el tiempo, comencé a hacer preguntas, una detrás de otra.

Foto tomada de Internet. Todos los caminos llegan a Roma.
Foto tomada de Internet. Todos los caminos llevan a Roma.

Era un día indefino entre lunes y viernes y, como cada día entre semana, iba de camino a la escuela de la mano de mi abuelo. Como sucedía siempre, me percaté del camino escogido en esa ocasión, diferente a todos los anteriores. Nunca íbamos por el mismo lugar. «¿Por qué?», le pregunté. «Porque todos los caminos llevan a Roma», respondió.

Extrañada, recuerdo mirarlo sin comprender. No demoré en hacerle saber nuestro destino y este no era, ni mucho menos, la ciudad italiana, sino mi escuela. Pérez, visiblemente complacido por mi curiosidad, me explicó cómo, tanto en los caminos elegidos para ir a ciertos lugares como en la vida, debemos prestar siempre atención y conocer todas las formas de llegar a nuestro destino. Porque Roma no era solo Roma, era mi escuela, nuestra casa, el parque del pueblo; podía ser cualquier lugar.

Con el paso de los años entendí cómo, en este sentido, Roma puede tomar muchísimas formas, no solo un lugar físico. Desde un sueño hasta una meta o un objetivo marcado. Roma puede ser aquello cuanto queramos y, en efecto, si lo intentamos lo suficiente, todos los caminos nos conducirán a ella. (ALH)

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