Por Liannys Díaz Fundora 
Foto: Ilianis Cortés Rufín
…» Hay momentos para los que no te prepara la vida, hoy viví uno de ellos: no me reconoció.»
Si al menos reconociera a estos extraños con los que vivo y que me llaman mima o abuela.
Si escuchara las risas de mis cuatro hijos. Si al menos apareciera el alfiler de la cabeza de patito amarillo de la canastilla de mi niño menor para ceñirme la saya plisada a la cintura y encontrara en ese escaparate inmenso la blusa azul cielo que era de mi madre para vestirme sola.
Si solamente recordara dónde encontrar mis zapatos negros, los del tacón bajito que usé para la boda con mi único gran amor.
Si al menos él se dignara a regresar de esa pesquería interminable.
Si por lo menos me dijeran en qué escuela que hasta imparte clases los fines de semana están mis niños.
Si todo el tiempo caras desconocidas no me sonrieran con sumo desparpajo, como si me conocieran de toda la vida.
Si pudiera ir para mi casa, la que construyó mi marido canto a canto, la de las matas de coco al frente. Si por lo menos viera a los niños.
Si las piernas me respondieran, para ayudar a la mujer que se parece a mí cuando joven a limpiar la casa y que mi esposo vea todo limpio cuando llegue a escamar las biajacas.
Si pudiera ser tan fría con tantas preocupaciones, comerme toda la comida para evitar el disgusto a estos desconocidos que me brindan de todo lo suyo, con especial soltura.
Si mi vejiga caprichosa pusiera de su parte y retuviera el líquido amarillo para no dejar la cama como bebé cada mañana.
Si llegara por fin ese día donde mi aguja apareciera y pudiera coser con hilo fuerte y puntada larga cada recuerdo a mi mente, creo que pudiera dejar de desvelarme cada una de las noches de los 7 días de la semana porque, como ustedes comprenderán, hay que tener mucha paciencia para lidiar con tanto.