La venganza de un cuarto bate 

El ilustre periodista matancero que resultó líder en ponches de la primera edición del Softbol de la Prensa, en 1995, tuvo su desquite apenas un año después.

Claro, le costó reponerse del premio flaco conseguido en la Ciudad del Yayabo. En varios días no se atrevió a salir de su casa. Era un arrepentimiento algo tardío pero no dejaba de ser una reacción de vergüenza.

Entendió que era necesario prepararse con denuedo para el próximo torneo. De un modo espontáneo, sin ninguna convocatoria, empezó a entrenar todas las semanas en el parque René Fraga, en la ciudad de Matanzas, con el auxilio de uno de los mejores preparadores que ha existido para casos de gente entusiasta pero sin la menor destreza, es decir, los que parten de cero.

No tardó mucho tiempo en entender que el bate en sus extendidos y poderosos brazos, era un juguete prodigioso para jugar softbol a la piña. Testigos de su esfuerzo, como los colegas Leo García y Waldo Hernández, notificaron que el muchacho progresaba por día y que difícilmente sería de nuevo un fácil manjar en el home plate.

Se le vía muy feliz y estaba decidido a borrar la maldita imagen que había dejado ante sus colegas…de Matanzas y de toda Cuba.

Con esa expectativa arribamos en 1996 a Sancti Spíritus, territorio que heroicamente organizó por segunda vez consecutiva aquellos juegos huérfanos, pues todavía la UPEC no había abrazado la iniciativa, con pasión y recursos, como ocurrió algún tiempo después.

A nuestra llegada, el primer matancero en bajar de la guagua Aspirina y saludar a los periodistas de otras provincias que maganceaban en el lobby de la villa fue precisamente él, quien en el plano deportivo no exhibía otra cosa que el triste episodio de la temporada anterior: cuatro ponchetes en su primer y único partido efectuado.

Al parecer, estaba dispuesto a dar una lección de gallardía, convencido de que la fatídica historia no podía repetirse. Al día siguiente, ya en el banco del terreno de juego, se abrió paso resueltamente entre sus compañeros y alcanzó a hacer la pregunta que dejó boquiabierto a todos. —Director, ¿qué bate soy?—.

Ante el asombro de sus coequiperos, el grandulón fue ubicado en el cuarto turno. —Hoy se limpia o termina de cagarse—, comentó el manager cuando le tocó empuñar en la misma primera entrada, luego de dos outs y corredor en primera.

Encaramado en la lomita contraria estaba un lanzador derecho, reportero del periódico Escambray, que exhibía buena velocidad y control. Al primer lanzamiento nuestro hombre logró sincronizar bien la cintura y sus brazos y desapareció la pelota por el jardín izquierdo.

Aquello fue apoteósico…Al llegar al banco su rostro dejaba ver el agradable placer de la revancha. Tras fallar en el tercer y quinto capítulo en elevados al cuadro, volvió a empuñar en el séptimo cuando los matanceros, que perdían por dos, ubicaron hombres en segunda y tercera base.

En ese momento el lanzador espirituano hizo señas a su director para transferirlo a la inicial y lanzarle al siguiente bateador. El timonel del conjunto espirituano, quien tenía fama de ser porfiado y terco como una mula, le dijo le lanzara y se olvidara del jonrón anterior. —Pichéale y no seas pendejo—le gritó, y a continuación se produjo un altercado en el cual participaron otros jugadores.

Se trataba de una curiosa inversión de la costumbre, pues generalmente ocurre lo contrario. Lo común es que el testarudo sea el lanzador.

Antes de salir hacia el plato, el piloto de Matanzas le pidió que no perdiera la serenidad y que echara por tierra el mal recuerdo. —Abre bien los ojos—, lo previno.

Como prueba de su confianza se apretó el bate contra sus espaldas, hizo repetidos swing y miró a hurtadillas sus poderosos brazos antes de situarse definitivamente en el cajón de bateo. Desde las gradas del beisbolito un jodedor que lucía bigote grande y bien poblado, le gritó para sacarlo de paso:

—Pitcher, no te dejes impresionar por ese malangón—.

El echó una mirada de pocos amigos hacia las gradas y se llevó la mano derecha a las entrepiernas. Consiguió lo peor: una andanada de rechiflas e improperios.

Para suerte nuestra, en conteo de dos strikes sin bolas aprovechó un descuido imperdonable del lanzador, un lanzamiento a la altura de las letras, y golpeó la pelota con toda su fuerza. Vio cómo la esférica sobrevoló las dos cercas del jardín central y fue a parar a un platanal.

En el banco todos comenzamos a saltar de alegría, celebración que interrumpió la expresión del pitcher espirituano, quien al ver el estacazo de nuestro estimado Carlos Cruz Capote, le dijo enrojecido de indignación a su director:

—Te lo dije, coño, te lo dije—-.

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Un comentario

  1. Ja,ja. Bien por ti Venturito. Casi eres un Ciro Bianchi.

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