Al inicio de los 60 del pasado siglo, con apenas diez años de edad, las historias de corsarios, piratas y filibusteros me parecían cercanas en el tiempo. La influencia del cine y la propia televisión nos hacían partícipes de sus aventuras y fechorías.
La pantalla chica se encargó por aquellos años de recrear obras del género como La isla del tesoro o el Corsario Negro, dulcificando las historias de sus protagonistas.
Entonces, recibíamos las primeras nociones sobre la significación de la piratería en la historia de nuestros pueblos. Los nombres de Francis Drake, Pata de Palo y Jacques de Sores, que asediaron nuestras tierras, podían confundirse con los de Emilio de Roccanera, señor de Ventimiglia, o el de John Silver el Largo, personajes de ficción aparecidos con la literatura del género.
Durante los siglos XVI y XVII por casi 200 años, varios países europeos hallaron la forma de asaltar en el mar las naves españolas que procedían de las tierras americanas cargadas de riquezas. Con igual fin atacaban las colonias de la península en esta parte del mundo.
Por largos años, marinos franceses, ingleses y holandeses, recibieron patentes de corso que les permitía expoliar embarcaciones y territorios a nombre de los países que representaban.
Los mares y villas caribeñas sufrieron la presencia devastadora de los barcos corsarios y piratas, estos últimos como bribones de mar sin otro encargo oficial.
Uno de aquellos atracos perpetrados en las costas y villas cubanas tuvieron lugar en Cuba hace 469 años por el temido corsario francés Jacques de Sores.
Penosamente recordado por la devastación cometida un año antes en Santiago de Cuba, asaltó entonces la villa de San Cristóbal de La Habana el 10 de julio de 1555 y permaneció en ella hasta el 5 de agosto del propio año, luego de acabar con las escasas riquezas de una urbe recién fundada.
Nada valieron las precauciones y sigilos. Ante el atraco de las naves corsarias el Gobernador de la isla Sr. Gonzalo Pérez de Angulo, huyó con la familia y algunos vecinos hacia el asentamiento de Guanabacoa en busca de refugio.
En tanto el regidor del Cabildo don Juan de Lobera intentó enfrentar el ataque, pero solo disponía unos diez y seis hombres a caballo y otros sesenta y cinco a pie. Ante la superioridad del enemigo se vio forzado a rendir las armas.
Sores extendió la bandera francesa sobre el armamento ocupado, exigió el pago de un botín. Ante el escaso valor de los bienes reunidos Sores prendió fuego a la población y quemó las embarcaciones atracadas en el puerto habanero. Como parte de la represalia colgó los negros y ultrajó las imágenes religiosas que halló a su paso.
Con buen viento, en la media noche del cinco de agosto de 1555, Sores se hizo a la mar dejando tras sí una villa destruida y su población en la total miseria.
Por muchos años las embarcaciones españolas fueron perseguidas y atacadas por piratas y corsarios en las aguas del caribe y las villas de las colonias hispanas igualmente sometidas al asalto y el saqueo.
Para su enfrentamiento se hicieron construir grandes fortalezas y castillos dotados de mejores de mejor armamento.
Desde entonces, la imagen libresca del pirata, con un loro en el hombro y una muleta bajo el brazo, acompaña leyendas e historias en el devenir histórico de nuestras culturas..
Se les olvidó mencionar a Gilberto Girón que tenía su base de operaciones al sur de la Ciénaga de Zapata…