En el octavo aniversario de la desaparición física de Fidel Castro, el eco de su legado aún se escucha con fuerza. Aquellos que piensan que su vida terminó son, en el fondo, ilusos. La figura del Comandante no se apaga con su ausencia; más bien, se multiplica.

En cada rincón de Cuba y más allá, su esencia se ha enraizado en un movimiento que desafía al tiempo y a la injusticia.

Desde antes de su partida, pertenezco ese ejército de inconformes, de aquellos que se niegan a aceptar las imposiciones. Este ejército de jóvenes rebeldes no solo vive en Revolución, sino que la defiende en el día a día.

Para nosotros, como él decía, la Revolución nos pertenece, y es nuestra responsabilidad preservarla, pues también tenemos el poder de destruirla.

Hace ocho años, me dirigí a firmar un compromiso. No atendí las convenciones horarias que marcaban mi trabajo. No son de mi agrado, al igual que a Fidel no le gustaban.

Al llegar, recuerdo, me encontré con un mar de personas tristes pero orgullosas. Las lágrimas eran visibles, pero también brillaban las sonrisas sinceras de los jóvenes que, al igual que yo, comprendían la dualidad de la vida: la responsabilidad y la alegría, la preocupación y la incertidumbre.

Sabemos que su fallecimiento carga nuestras espaldas con un peso nuevo. Es una señal que aviva el fuego del resentimiento de aquellos que siempre quisieron nuestro fracaso. Y, sin embargo, sonreímos. Sonreímos porque somos sus herederos: herederos de la invencibilidad, testigos del inquebrantable.

Fui a firmar en honor a mis padres, que en Angola respondieron con un fervoroso “¡Sí, Fidel!” y hoy, a pesar de su ausencia física, se aferran con convicción a su legado. Fui a firmar por mi hermana, quien, a pesar de sus retos físicos, encontró en la Revolución las herramientas para prosperar y ser feliz, respetada y realizada. Fui a firmar por mis hijos, los que desconocen el dolor de la pérdida, pero llevan en su ser la impronta de su historia.

Fui y firmé, y en ese acto, sentí un profundo alivio. En ese compromiso, la memoria de Fidel sigue viva, en cada uno de nosotros.(LLOLL)

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