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Crónica en primera persona a un titán

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Hay hombres que dejan una huella imborrable por donde quiera que pasan y aún mucho tiempo después de haber transitado por nuestras almas, esas huellas permanecen con un frescor tremendo, del que emana solo bondad.

Conocí a Toby por azar un invierno del año 2013, lo recuerdo bien hacía un frío tremendo y él como si no se hubiese enterado andaba con un pullover blanco moviéndose de un lado para otro de nuestra oficina de áreas protegidas en Playa Larga, saludando a todos y entablando alguna que otra conversación con los más allegados.

También recuerdo perfectamente la estación porque al verano siguiente ya estaba enrolado en mi primera aventura oficial con el gran Roberto Ramos Tangarona, “Toby”.

Foto: Periódico Girón

Yo había llegado hasta la oficina con motivo de gestionar algunos recursos para nuestra Estación de Manejo ubicada en la boca de la Zanja Guamutal, San Lázaro, un sector del Parque Nacional en el que comencé a trabajar y a darle un giro casi difícil de creer a mi vida, a jurarme como un protector de la naturaleza. Casualmente él se encontraba haciendo otras gestiones y advertí que me observaba con cierta curiosidad.

Quizás mi hiperactividad le hizo recordar su juventud en el gran humedal, cuando llegó con mil sueños e ideas que poco a poco fue concretando o sencillamente el flaco ya lo tenía un poco molesto por las constantes interrupciones al pasar cerca del grupo donde se encontraba.

Apenas pasó una media hora me dijo: -chico, de cuál de los Bonacheas tú eres?-. Me dejó boquiabierto porque realmente llevaba muy poco tiempo trabajando allí, apenas unos pocos me conocían y solo por mi nombre. -Es que los conozco a todos, son mis amigos y tu gente no despinta flaco, son todos “cagaos”-.

Al rato ya habíamos recorrido la ciénaga de una punta a otra, le mandaba saludos a mi padre, su compinche de parrandas en la juventud y un gran amigo como me comentó. Si ese no fue uno de los días más felices de mi vida, esta especie de crónica a modo de tributo no se estuviera escribiendo.

La madrugada es testigo de mi empeño y por cuestiones de honor hoy el Periódico Girón recibirá antes de que amanezca las palabras más fieles que un hombre haya escrito a uno de los más grandes seres humanos que ha pisado este humedal.

Foto: Periódico Girón

Me dijo a modo de broma: -tú eres cocodrilero también, lo que hasta ahora sólo has trabajado para los extranjeros-, advirtiendo mis actividades furtivas pasadas, donde no dejaba ni títere con cabeza.

-Pero tranquilo que la vida te cambiará poco a poco y para que sepas te me vas preparando que en la próxima expedición te vas conmigo-

No me lo esperaba, estas expediciones por lo general hasta esa fecha eran reservadas solo para experimentados cocodrileros y biólogos, los que con recelo guardaban la información para evitar que cayera en manos de cazadores furtivos.

Su barba blanca y porte realmente inspiraban respeto, Toby sabía como ganárselo, era y continúa siendo un referente a nivel nacional e internacional por su entrega a favor de la conservación de los cocodrilos, en especial el cubano, una joya de la Ciénaga de Zapata; también por su voluntad de acero, sobreponiéndose a todos los obstáculos.

No dudé en responderle que sí, que podía contar conmigo siempre, que no lo defraudaría porque había depositado en mi toda su confianza, algo que demostraba su valía como ser humano excepcional.

La expedición fue todo un éxito, se capturaron cuarenta y siete cocodrilos en apenas dos jornadas de trabajo, de los doce días más intensos de mi vida. Toby, ya viejo e infartado, no demostró ningún síntoma de debilidad, todo lo contrario, sabía que sería su última expedición a la población núcleo del cocodrilo cubano, así nos lo hizo saber y quiso participar como siempre de todas las actividades, claro está, menos la elaboración de la comida, puesto que no se consideraba un experto en el tema.

Nos habló de tantos sueños: garantizar la sostenibilidad de las poblaciones humanas a partir del ecoturismo, concretamente con la participación directa de cazadores que podrían ser los guías locales para la observación de estos reptiles; de la creación de una Estación Biológica en áreas cercanas a esta población de cocodrilos para su monitoreo constante y desarrollar asimismo el turismo científico, etc.

Por esos días estrenaba mi primera camarita y quiso le hiciera algunas fotos, en una de estas me señaló -tírame una foto con el machete en la mano, como si fuera un mambí-; sonreímos todos; Maydiel Cañizares, un joven recién graduado de la carrera de biología, también colaboró con la fotografía y algunas de estas se han tomado para este tributo.

Años más tarde me lo encontré ya agotado y con el semblante un poco desgastado. Hablamos de la familia, los nuevos proyectos que estaban por venir, de aquellos días por las sabanas inundadas donde me bautizó como “Alambrillo II” haciendo alusión a un montuno de gran energía y flaco como este servidor.

Reímos nuevamente, le hice saber que en la sala de mi casa conservaba una foto de los expedicionarios con la inscripción: “creo en la amistad , Cayo Cancamar 2013”. Nunca más volví a ver a Toby, solo supe de él por amigos que le visitaban con frecuencia. Me mantuve al tanto, pedí por él en los momentos más duros, pero mi flaqueza ante las enfermedades hoy me han alejado de este sufrimiento y he preferido ante la impotencia de no poder aliviarlo, huir cobardemente quizás de él.

El adiós a este amigo se lo di justamente en esa última charla, que conservo como algo muy preciado. Muy pronto sus cenizas se esparcirán en uno de sus sitios preferidos y serán los cocodrilos quienes mágicamente impregnen sus pieles del hombre que luchó tanto por ellos, tanto por la Ciénaga de Zapata, el hombre que en su momento, aún vivo y con salud, advertí debía ser declarado hijo ilustre de estas tierras.

Lic. Yoandy Bonachea Luis/Periódico Girón

Acerca Redacción TV Yumurí

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