El diccionario de la Real Academia Española (RAE) ofrece varias definiciones del término burocracia —surgido de la combinación del francés bureau, que significa buró, y del griego cracia, referido al gobierno, poder.
No obstante si le pregunta a un cubano, de seguro asocia la burocracia, en primer lugar, con ese inmenso obstáculo que suele aparecer en nuestra cotidianidad a la hora de resolver los problemas.
Y es que el burocratismo, reconocido como el modo de actuar de quienes ejercen tal práctica, resulta muy dañino.
Este deriva de la incapacidad, ineficiencia y pereza de individuos que se convierten en una especie de muralla infranqueable cuando de dar solución a las dificultades se trata, poniendo, incluso, en peligro el desarrollo de la nación.
Tales sujetos, cuyas actitudes lindan no pocas veces con el extremismo y el oportunismo, aparecen en cualquier lugar: una empresa, banco, en la farmacia, un taller de servicios…
¿Quién no se ha topado con alguno de ellos? Con certeza la mayoría recordará al menos una ocasión en que estuvo en las garras de un burócrata, ese que le exigió un papel innecesario, una firma, un cuño…
Justo en eso consiste su modus operandi. No buscan más que entorpecer las gestiones, hacerlas lentas y engorrosas; en fin, complicar en extremo la vida de las personas, y al mismo tiempo, frenar el buen desenvolvimiento de la sociedad.
A lo que pudiera hacerse en un día se le dedican dos, tres, y hasta una semana. Y si precisa de este último lapso entonces esperaremos un mes, en el mejor de los casos.
Desde los primeros años de la Revolución, el Comandante en Jefe Fidel Castro y el Che se preocuparon porque no afloraran los males generados de tal proceder por los daños que ocasionaría al pueblo, a la eficiencia del sistema y a la credibilidad misma de un proyecto social donde ese comportamiento no tiene cabida.
Ya antes lo había alertado nuestro Apóstol al advertir que habríamos de tenerlo por peligroso y azote. De ahí que no deberíamos admitir que entrase a la república nueva la “peste de los burócratas”.
No se trata de ir en contra de las reglas establecidas, ni de negar la existencia de niveles de autoridad que garanticen la toma de decisiones oportunas y certeras, y por consiguiente, de la disciplina.
Si ese mecanismo funcionara bien, con seguridad el vocablo no fuera conocido del modo más peyorativo. Solo que el peloteo, el papeleo, la espera de disposiciones que vienen de arriba o de la voz autorizada, el divorcio entre los dirigentes y los obreros, y el egoísmo, entre otros males, no guardan ninguna relación con la primera de las acepciones ofrecidas por la RAE: organización regulada por normas que establecen un orden racional para distribuir y gestionar los asuntos que le son propios.
Entonces, si al fin y al cabo, quien hace nociva a la burocracia es el burocratismo como influencia excesiva de esta, luchemos, pues, por erradicar todas las manifestaciones de los rasgos negativos que se derivan de su mal empleo. (ALH)