“Los niños franceses se divierten con los animados de Asterix, el galo invencible, y los cubanos con los de Elpidio Valdés, un mambí que combina la picardía sana y la audacia. Son símbolos del honor nacional. Combaten al invasor extranjero”.
Esto ocurría en el año 2005, teniendo en cuenta la cita extraída del prólogo que Enrique Ubieta Gómez, escribió para el libro de Eliades Acosta Matos El Apocalipsis según San George, publicado ese año.
Los identificaba como héroes populares, distintos a Superman, Batman, Spiderman, y otros tantos solitarios y reformistas, asimismo símbolos de la Supernación que representan.
Habrá que evaluar si Asterix y Elpidio gozan aún de aquella indiscutible preferencia infantil y también, por qué no decirlo, de la de muchos adultos.
Pasan los años y cambian los imaginarios, sobre todo cuando son agredidos mediante infinitas horas de animados, series, memes y juegos electrónicos donde los símbolos imperialistas juegan sus roles hegemónicos.
Durante las marchas y manifestaciones de la oposición venezolana al gobierno de Nicolás Maduro, su Ministro de Cultura Ernesto Villegas circuló una foto que habla por sí sola. Un ciudadano opositor, llevaba sobre sus hombros al hijo de apenas 6 años, según nos lo cuenta Abel Prieto. El niño vestía como el Capitán América, y el padre portaba un cartel que rezaba “Capitán América, mi futuro depende de ti”.
Como señala Abel, cabe preguntarse si el manifestante actuaba por su propia voluntad o fuera financiado por algún patrocinador. Acciones de esta índole producen “inquietud, zozobra, lástima y repugnancia. Y es que revela el efecto tan hondo y devastador de la maquinaria de dominación cultural sobre la subjetividad de la gente”, precisa el Director de Casa de las Américas.
El grado de dominación genera tales convicciones que una mente colonizada es incapaz de reconocerse a sí misma como una de las víctimas y, por el contrario, anda por el mundo blandiendo las flamantes armas de su victimario. Si le tocara fracasar en ese sinuoso camino que puede significar la vida, no son capaces de identificar el sistema que los humilla como al verdadero culpable y lastimosamente allá se van a cargar las culpas de su padecer.
Son ellos los que utiliza el imperio, por su grado de enajenación e intoxicación seudocultural, para integrar sus hordas de vociferantes, y como para guardar las formas, comprometer alguna que otra personalidad reconocible, que oportunamente le haya vendido el alma al diablo.
Son ellos, quiero reiterarlo, los roñosos y odiosos, que van a manifestarse contra todos los esfuerzos de quienes deciden construir su propio futuro sin atender a intereses ajenos. Son aquellos, los mismos que se comen las entrañas ante cualquier logro o victoria de nuestra gente. Por eso, por esa capacidad de mantenernos firmes en nuestros principios, que tampoco significa incapacidad para cambiar lo que deba ser cambiado, nos acusan de dinosaurios, anticuados, nostálgicos, aunque precisamente el capitalismo voraz, que por más de 500 años cubre con hambre y miseria la mayor parte del planeta, sea el verdadero dinosaurio de esta historia.
Para quienes aún subestiman el alcance destructivo de la guerra simbólica, baste citar algunos ejemplos de recién estreno.
Tal y como los identifica Ignacio Ramonet en la edición cubana de La era del conspiracionismo, presentado por el autor en la Feria Internacional del Libro en La Habana, el asalto a edificios-símbolos en Francia, Alemania, Italia y Canadá durante los últimos años, pero sobre todo al Capitolio estadounidense, inaugura una nueva etapa en la descomposición de las llamadas democracias occidentales. Ya sumaremos los acontecimientos de Brasil.
Ayudándome en la cronología propuesta por Ramonet, el 1 de diciembre de 2018 los chalecos amarillos en Francia asaltaron el Arco de Triunfo parisino, luego del fallido asalto al Palacio del Eliseo. Unos meses más tarde, en agosto de 2020, centenares de extremistas de derecha asaltaron el Reichstag, uno de los edificios más emblemáticos de Berlín, sede del Parlamento alemán.
El Capitolio, imagen misma de la soberbia capitalista y símbolo de la nación norteamericana, fue atacado por hordas neofascistas el 6 de enero de 2021. Por su repercusión y significado, la edición estadounidense de estos asaltos vandálicos merece un comentario más detenido de sus causas y consecuencias.
Por lo pronto cabe señalar que con posterioridad a los acontecimientos de Washington, otros incidentes parecieran inspirarse en aquel.
Es el caso del intento de asalto a la sede del gobierno italiano por miembros de la extrema derecha fascista, ocurrido el 9 de octubre de 2021, y el ataque posterior a la Confederación General Italiana del Trabajo. Solo unos meses más tarde, en enero de 2022, cientos de camioneros canadienses bloquearon en Ottawa el edificio del Parlamento, en rechazo a la obligación de vacunarse contra la Covid-19 para cruzar la frontera con los Estados Unidos.
Como para imitar a sus semejantes Trumpistas, los seguidores de Bolsonaro, hicieron otro tanto en Brasilia el 8 de enero de 2023, al asaltar los emblemáticos edificios que le regalara Niemeyer a la capital brasileña.
Pareciera, en fin, que el asalto violento a edificios parlamentarios y de gobierno denuncia las nuevas características en la lucha de los elementos más extremos de la sociedad. Incluso en aquellos casos en que las manifestaciones parten de segmentos poblacionales menos polarizados, los neonazis y otros extremistas se suman a las demandas y llegan a protagonizar las acciones más reprobables.
“Aunque muy diferentes entre sí, estos (…) ataques contra edificios-símbolos responden, como hemos visto, a un modus operandi semejante”, apunta Ignacio Ramonet en su mencionado libro.
Como puede resumir el atento lector, la guerra simbólica alcanza nuevas dimensiones, aunque Superman, Batman y Spiderman, continuarán “aventurándose” allí donde sea necesario enajenar las mentes y colonizar la cultura de los pueblos.
Hay razones suficientes para salvar la cultura de toda manifestación de banalidad, racismo, violencia de género y desprecio por la condición humana que de cuando en vez enseñan sus orejas, así como desterrar cualquier expresión de seudocultura, foránea o de cosecha propia, que amenace con establecerse.
La victoria espera por nosotros. (ALH)