Desde la infancia percibimos las representaciones de lo femenino y lo masculino mediante el lenguaje, los objetos, las imágenes y las acciones de las personas que nos rodean. Entre los dos y los tres años, niñas y niños saben referirse a sí mismos en femenino o masculino, aunque no tengan una noción clara de en qué consiste la diferencia biológica. Muchos ni siquiera registran los cambios anatómicos, pero son capaces de diferenciar la ropa, los juguetes y los símbolos más evidentes de lo que es propio de los niños y de las niñas.
Es debido a estas representaciones que muchos hombres, educados bajo el concepto de que “son los que mandan en la relación y en la casa”, ven a las mujeres como una propiedad y se creen dueños de ellas. Asimismo, existen mujeres educadas bajo el tradicional esquema de la sumisa señora del hogar, que solo está hecha para lavar, cocinar y limpiar y, claro, para criar a los hijos.
En una ocasión le escuché decir a una vecina: «Cuando hago las cosas mal me grita, pero luego se le olvida y es el hombre más cariñoso que he conocido”. Lo comentó en una conversación con sus amigas, como si se tratara de la escena de una novela; como si no fuera consciente de que los gritos, si bien no forman parte del maltrato físico, son una forma de maltrato psicológico, y cualquiera de las dos hace daño y socava la integridad de la mujer.
Es producto a estos dogmas, destinados a diferenciar y establecer los supuestos roles que deben jugar hombres y mujeres en la sociedad, que muchas féminas resultan víctimas del maltrato físico y psicológico por parte de los hombres; maltrato que callan por temor a recibir más violencia por parte del agresor, al rechazo de la sociedad, o por no tener donde ir ni a quién acudir.
Investigaciones realizadas sobre el tema revelan que el miedo que sienten las mujeres en estas situaciones, está fuertemente vinculado a la educación que recibieron. En otras palabras, aquellas mujeres que crecieron con el errado concepto de que son los hombres quienes trabajan y las mujeres las que lavan, son las que con más frecuencia vivencian el maltrato por parte del género masculino. Así mismo, los hombres que crecen escuchando estas ideas, llegan incluso a creer que golpear y gritar a las mujeres es correcto, pues les recuerda, según algunos, “el lugar que ocupan en la casa”.
Es necesario comprender que mujeres y hombres, aunque distintos como sexos, somos iguales como seres humanos. Sólo son dos los ámbitos donde verdaderamente hay una experiencia diferente, el de la sexualidad y el de la procreación; y pese a que éstos son ámbitos centrales de la vida, no constituyen la totalidad del ser humano.
Si bien es la mujer la que por lo general asume las labores de la casa y la crianza de los hijos, el hombre no puede estar ajeno a estas funciones, pues la educación de los hijos es tarea de los dos. Y tanto la mujer como el hombre tienen los mismos derechos y pueden desarrollar las mismas funciones en la sociedad, y hoy en día vemos hombres que llevan ellos solos toda la responsabilidad de una casa, y mujeres puntistas.
No podemos dejar que este tipo de historias se repitan entre las mujeres como un cuento más. Si las propias mujeres permitimos que la violencia física y psicológica por parte de los hombres hacia nosotras se convierta en un hecho cotidiano, y no luchamos por la igualdad de nuestros derechos, ¿quién lo hará?