El béisbol cubano, ese institucionalizado en el país y amparado por una Federación, anda por horas bajas, bajísimas diría yo para la historia de nuestro pasatiempo nacional. Esto contrasta con el desempeño de peloteros antillanos en todos los confines del mundo.
No obstante, nuestra Serie Nacional agoniza y vive tiempos inhóspitos. Hechos y escenarios vergonzosos, hasta repudiables, se entronizan en el principal evento deportivo de los cubanos.
Desde las peleas tumultuarias, caldo de cultivo en los terrenos de esta Isla y que ni las tibias sanciones de la Comisión Nacional parecen ponerle fin, hasta ofensas de un árbitro a una periodista por ejercer el profundo e inherente encargo crítico de la profesión.
Son elementos que dejan en entredicho el baluarte de deporte sano y para todos. A ello súmenle la cantidad alarmante de partidos suspendidos o aplazados por cuestiones logísticas y de transportación, que van más allá de la carencia de combustibles. Se trata también, en no pocos casos contrastados, de falta de capacidad organizativa y previsión tardía ¿Cómo es posible retardar una subserie particular porque en toda una provincia no existe respaldo hotelero para el alojamiento de dos equipos? ¿Dónde están los contratos con la empresa encargada de estos fines? ¿Se alertó con el debido tiempo?
Preguntas que vuelven al panel del interrogatorio sordo sin respuestas. Las quejas continúan y son más los que deciden buscar fuera que jugar frente a su público, ese mismo que ya no llena los estadios y pierde la credibilidad sobre aquel evento que alguna vez movió los hilos más profundos de la identidad nacional.
La pelota cubana, esa que se juega aquí y con las miles de deficiencias conocidas, pero tan nuestra como el danzón, el café fuerte y la rumba, necesita cambios urgentes y hasta profilácticos. Pero no hablo de transformación llevada y traída en documentos y reuniones, sino de una mutación que lleve la Serie Nacional de Béisbol al nivel que merece la historia.
