Juan Arnao Alfonso fue un matancero que sobresalió por dedicar toda su vida a la causa de la libertad de Cuba.
Era un anciano venerable. Tenía barbas bíblicas y aspecto de profeta. Se le tenía por un consejero esencial, al que todos escuchaban. Hervía su sangre, primera en derramarse por Cuba, cuando hablaba de injusticias y desmanes. Siempre soñaba con el verde río de su Matanzas, con el río Yumurí. Se llamó Juan Arnao y había jurado no volver a su patria mientras mandara en ella un español.

La vida de un indomable
Hijo del español José Arnao y de la matancera María de los Ángeles Alfonso, Juan Arnao Alfonso nació en Limonar el 17 de septiembre de 1812, aunque algunas fuentes dicen que fue en la ciudad de Matanzas. Muy pequeño la familia se estableció en el valle de Camarioca, donde el padre era dueño de un cafetal. Allí creció, en contacto con la naturaleza y la rudeza propia de los hombres de campo. También conoció la esclavitud, crimen al que combatió desde muy joven.
Radicado en la ciudad de Matanzas, comenzó a estudiar derecho y con ese objetivo viajó después a España. Según cuentan sus biógrafos, no se graduó de abogado pues se negó a jurar fidelidad al gobierno metropolitano como exigía la ley. En ese lapso se involucró en las peripecias de la guerra carlista, en el bando de los constitucionalistas. Más tarde se trasladó a los Estados Unidos, donde estuvo en contacto con los partidarios de la unión de Cuba a ese país. Fue testigo de los acontecimientos derivados de la creación de la República de Texas y la posterior anexión al coloso norteño. Rechazó ingresar en el ejército estadounidense y realizó un viaje a México.

De regreso a Cuba, fue uno de los más activos conspiradores matanceros aliados a Narciso López. Conoció de sus planes de invadir Cuba, aunque varias circunstancias le impidieron participar. El 8 de octubre de 1850 se reunió con varios hombres en el abra del Yumurí, con los que pensó comenzar un levantamiento contra los españoles. Sorprendido por numerosos soldados, fue herido y, aunque escapó, se le capturó al día siguiente. Por este hecho se le consideró la primera sangre cubana derramada por la libertad. Este hecho pasó a la historia como “el encuentro del Yumurí”.
El propio Juan Arnao valoró este suceso:
“…la derrota por los patriotas sufrida en el hiperbólicamente llamado «Encuentro del Yumuri» que la noche del 8 de octubre de 1850 fue la primera vez que se derramó en Cuba sangre cubana en desigual combate por la causa de la libertad de la patria; y sangre española por la mano de los cubanos, sin el patrocinio de los extranjeros. Conste así, pues, hasta que una historia más cierta acuse testimonio de lo contrario. Y conste también, al no ser batalla sino una escaramuza, que no obstante sirvió de ejemplo a los cubanos para comprender lo que pueden los hombres en defensa de sus derechos; y de escarmiento a los españoles, si es posible, para no haber perpetrado aquella noche el asesinato de muchos patriotas, que tenían premeditado del modo más inicuo”.
Condenado a muerte, la pena le fue conmutada y fue puesto en libertad por el entrante Capitán General, D. José Gutiérrez de la Concha. Es conocido que en ello influyó una entrevista que ambos sostuvieron, en la que Juan Arnao defendió con ardor sus convicciones. Irreductible, estuvo en contacto con Narciso López en su última y fallida intentona de 1851. También formó parte de la conspiración anexionista que lideró el catalán Ramón Pintó.

Tras estos hechos Juan Arnao estuvo prisionero y fue desterrado a España. En 1866 pasó a los Estados Unidos. Desde allí se opuso con fuerza a las reformas solicitadas por los cubanos y defendió que la única solución posible era la independencia. Volvió a Cuba en 1868 y estuvo implicado en las conspiraciones para lograr una sublevación en Occidente, todas malogradas. Fue detenido y obligado a expatriarse en los Estados Unidos. Trató de llegar al campo insurrecto en la frustrada expedición del Liliam.

Tras el Zanjón, Juan Arnao se radicó en Nueva York y después en Tampa, donde mantuvo viva la llama de la revolución y la independencia. Estuvo entre los fundadores del Comité Revolucionario Cubano, que después presidió. Fue un activo apoyo para el Plan Gómez-Maceo y las fracasadas expediciones de Calixto García, Limbano Sánchez y Ramón Leocadio Bonachea. Después de 1888 superó las reticencias iniciales y se unió al esfuerzo unificador que encabezó José Martí. Estuvo entre los fundadores del Partido Revolucionario Cubano en 1892.
En la obra martiana existen varias referencias a Juan Arnao, en las cuales expresó la admiración que sentía por esta figura emblemática del exilio cubano. En una carta que le envió en 1887, le llamó “…un anciano lleno de méritos a quien no ha podido corromper la vida” y le reconoció “…la pureza con que sirve a su patria”. Días más tarde, en otra misiva, lo elogió por “…su habitual modestia…”. Además, le escribió que sus palabras, tenían “…la magia de las del padre querido para esta emigración que nunca vio en Vd. traiciones ni desmayos”.
Al reseñar en 1892 la proclamación del Partido Revolucionario Cubano, José Martí destacó el acto realizado en Tampa. Al referirse a los oradores mencionó el historial del matancero: “Con Juan Arnao, en pie desde 1848, habló la idea indomable, cansada en otros al primer esfuerzo…”. El 26 de enero de 1894, le escribió una carta en la cual le solicitó, para un amigo, el libro Páginas para la historia política de la Isla de Cuba.
En la última de las célebres “En Casa”, sección que José Martí escribió en Patria, el Apóstol dedicó un espacio al revolucionario matancero:
“Era joven el siglo, cuando Juan Arnao empezó a batallar, más a acero que a lengua, por la independencia de Cuba: y ahora van juntos, el siglo y él, sin que la historia tenga aún una nueva república, ni se le haya entibiado al anciano el corazón. Patria publicará, como bienvenida, el retrato del cubano tenaz. Nuestra idea es como él, que se robustece con los años”.
Durante la Guerra de Independencia que se inició el 24 el febrero de 1895, Juan Arnao fue un activo apoyo para los mambises desde la emigración. Continuó, a pesar de la edad, como presidente del Club Revolucionario de Tampa. La revista Cuba y América publicó, el 1 de julio de 1897, el escrito “Postrimerías coloniales del Nuevo Mundo”, donde declaró su fe inquebrantable en la libertad de Cuba:
“En todos los ámbitos de la Tierra, donde se profesa el culto de las letras, ha trascendido el clamor lamentoso de la desoladora devastación en la guerra de Cuba. Lanzar a la roja pira devorante hasta el último vestigio del salvaje dominio de un extranjero abominable, es la suprema irrevocable conjuración del pueblo cubano. La abnegación en el sacrificio de vidas a un guarismo, ha rayado en lo más intenso del paroxismo. ¡Tristísimo, doloroso y deplorable, es el horrible espectáculo del trágico drama! Mas, tal es el precio de la Libertad”.
Un año después, el 10 de abril de 1898, Juan Arnao publicó en la Revista de Cayo Hueso un escrito que tituló “¡Libertad!”, donde demostró confianza en el triunfo de los cubanos. En este sentido afirmó:
“Las notorias probabilidades de los sucesos, revelan el éxito favorable. El pueblo cubano entona gloriosos himnos patrióticos, en solemnes cívicos festejos, y el heroico ejército libertador, ciñe los inmarchitables laureles de la victoria”.
Al culminar la guerra en 1898, Juan Arnao volvió a Cuba con su familia. Había jurado no pisar más el suelo natal mientras gobernasen los españoles. Se estableció en Guanabacoa, donde estuvo olvidado por los nuevos actores políticos del país. Según su hijo Nicolás, ante la nueva situación expresó: “…soy extranjero, errante y peregrino en tierra de la patria…”. Rodeado de su familia, falleció el 6 de marzo de 1901.
Al morir Juan Arnao, el periódico La Discusión publicó, el 7 de marzo de 1901, la nota titulada “Una luz que se ha extinguido”:
“Con sus cabellos blancos y el cuerpo doblado por el peso de los años, ha muerto ayer, en la villa de Guanabacoa, el integérrimo patriota, el incorruptible ciudadano, el padre ejemplar, Don Juan Arnao”.
“Perteneció a la generación madre de los buenos y de los revolucionarios. Fue un perpetuo conspirador contra la dominación española, a la que no doblegó jamás. En la emigración fue un patriarca; recuerdo viviente que derramaba luz que fue alumbrando el camino de los que fueron después colaboradores con Céspedes y con Martí. No ha tenido la patria cubana, soñador más ideal de su independencia que el viejo Don Juan Arnao. Conspiró, escribió, propagó. Allí quedan sus folletos y sus libros que atestiguan sus constantes labores y sus continuos anhelos. Ya en sus últimos momentos, pedía un poco de más vida, para ver desplegada la bandera de su patria, sola, la estrella solitaria, que veía siempre en el mundo sideral de su fantasía”.
“Debe de todos modos haber muerto satisfecho. Él, cumplió como bueno. Como bueno lo recibirá la madre tierra, que como premio al patriarca desterrado le supo recoger su última queja, su postrer congoja”.
Un historiador comprometido
Juan Arnao escribió tres obras que dedicó a la historia de su patria: Páginas para la historia política de la Isla de Cuba (1877), Cuba: su presente y su porvenir (1887) y Páginas para la historia de la Isla de Cuba (1900). Aunque tienen diferencias, sobre todo derivadas de los momentos en que fueron escritas, se caracterizan por tres aspectos comunes: recogen vivencias personales del autor, el lenguaje en que están escritas es poco claro en la redacción y se proponen limpiar el pasado esclavista y anexionista de Narciso López y del propio autor.
Páginas para la historia política de la Isla de Cuba (1877) se concibió en plena Guerra de los Diez Años y durante el exilio de su autor. Para la historiógrafa Carmen Almodóvar esta “…es una obra que tiene importancia historiográfica, aunque algunos enjuiciamientos críticos hayan tratado de disminuir sus valores”. Como bien apuntó, fue el libro que inició el camino para que otros historiadores defendieran la personalidad y los propósitos de Narciso López.
El objetivo que se propuso Juan Arnao fue estudiar los sucesos políticos cubanos, desde el surgimiento de las primeras ideas sobre la independencia. Al respecto sostuvo:
“Nuestro objeto es trazar un cuadro histórico de los sucesos que han agitado la isla de Cuba desde sus nacientes ideas de independencia. Nuestros trabajos, pues, abrazarán la primera serie de los acontecimientos en el curso de cincuenta años que deben tocar su fin en 1868. (…) Del período que vamos a describir, decirse puede que hemos sido testigos presenciales”.
El libro está dividido en 18 capítulos y abarcó de 1818 a 1868, aunque profundizó en la etapa que inició en 1843. Posee un fuerte componente testimonial. Reprodujo documentos históricos y textos de la época, como poesías, cartas y proclamas. Fue, en realidad, un compendio histórico del anexionismo. En tal sentido, defendió a Narciso López y sostuvo que no fue partidario de la esclavitud.
Al momento de ser publicado, este primer libro de Juan Arnao fue objeto de fuertes críticas. Se le acusó, según él mismo reconoció, de ser un “…un libelo infamatorio que afectaba en adverso sentido las inspiraciones patrióticas de los cubanos…”. Sin embargo, se debe reconocer que en este libro Juan Arnao fue justo con numerosas figuras destacadas por su oposición al dominio español. Es el caso, por ejemplo, de José Antonio Aponte, sobre el cual apuntó:
“Como una reminiscencia que no debe perecer en la oscuridad del olvido, cumple a la historia consignar la muerte en horca del negro Aponte, por ser el primer cubano que soñó la bella inspiración de rebelarse contra la dominación española de modo práctico”.
Es muy posible que esta haya sido la primera vez que se reconoció de forma positiva la figura de Aponte en la historiografía cubana. El libro Páginas para la historia política de la Isla de Cuba puede considerarse un antecedente de la historiografía del 68. En 1916 se volvió a publicar, esta vez en las páginas de la revista Cuba y América.
Cuba: su presente y su porvenir (1887) fue otro de los libros que publicó Juan Arnao. Este fue un folleto de sólo 48 páginas. Apareció en medio del debate ideológico que existía en la emigración cubana, en relación con las diferentes alternativas para el futuro de Cuba: anexión, autonomía e independencia. En cada caso, el matancero ofrece su opinión, aunque se declaró partidario de la completa independencia.
Acerca de la autonomía consideró que era una rémora, a la cual “…el carro de la revolución la mata y le pasa por encima para llegar a la independencia”. También criticó la anexión, aunque sin desdeñar su pertinencia en los años en que él militó en esa corriente política. Para los momentos en que escribió el folleto, defendió que el anexionismo era “…infiel a todo principio patriótico y de justicia”. Al valorar las personalidades históricas, fue particularmente crítico con José Antonio Saco, a quien llamó el “Maquiavelo español”.

Tras una larga vida dedicada a la libertad de su patria, Juan Arnao publicó Páginas para la historia de la Isla de Cuba. En este caso aspiró a escribir una obra que fuera “…aplicable a los seminarios…”, o sea, que se utilizara como texto en las escuelas para la “…elemental instrucción de las escuelas primarias”. Se dividió en 28 capítulos, además de otras partes breves con disímiles intenciones.
Puede considerarse, a pesar de palpables diferencias, una continuación del libro de 1877. En tal sentido le adicionó varios capítulos, hasta el final de la Guerra de Independencia. Son importantes los testimonios de Juan Arnao en relación con la organización de la emigración cubana en los Estados Unidos y la labor de José Martí. No obstante, enjuició de manera muy crítica la decisión que este tomó de incorporarse al campo de batalla.
El último capítulo de este libro es de singular importancia. Permite valorar la evolución ideológica de Juan Arnao, como combatiente que comenzó su bregar en las filas del anexionismo. Se trató en este caso de sus consideraciones acerca de la ocupación militar estadounidense sobre Cuba, vigente al momento de publicar su obra. Consideró, en este caso, que los cubanos esperaban que el gobierno interventor “…desterrara hasta el último vestigio del antiguo régimen español”.
Al constatar que esto no había sucedido, destacó la imposibilidad de “…construir obras nuevas con materiales averiados y corrompidos”. Condenó de forma firme el criterio de que los cubanos no podían gobernarse por sí solos:
“No consiste en ninguna forma de juicio la incapacidad de los cubanos para gobernarse. Consiste, indudablemente en que las leyes viejas, no son aplicables para las nuevas instituciones que se han de establecer”.
En el libro que publicó en 1900, Juan Arnao prestó un último servicio a Cuba. Expuso, antes que las obras de otros historiadores más conocidos, la extensa y dolorosa historia de los cubanos en la lucha por la libertad. Tuvo limitaciones, como todos, pero en medio de ellas es posible reconocer al libertador irreductible, al hombre que amó a su patria con una pasión inextinguible. Fue ejemplar, en esos momentos de confusión y tristeza, la confianza que demostró en su pueblo:
“Los americanos se irán de primera intención y no tardaremos en contemplar nuestra bandera flotar en toda la región cubana, como el premio de los sacrificios tributados a la redención de nuestro suelo”.
El honor de una larga vida
Juan Arnao tuvo el privilegio, gracias a una larga vida y la nunca desmentida intransigencia, de formar parte de la épica revolucionaria cubana del siglo XIX. Pudo ver escrito su nombre en los libros de historia y en poemas referidos a las luchas de su pueblo por la libertad. Un ejemplo fue “Soneto al eximio patriota cubano, señor Juan Arnao”, que le dedicó el mexicano M. Valerio Ortega en 1896:
“Varón insigne de mirada afable,
De luenga cabellera encanecida
A la abundante barba entretejida,
Circundando tu rostro venerable”.
“Tu solo aspecto te hace invulnerable
A los ataques de la fementida
Canalla por ti siempre combatida
En su obra de dominio detestable”.
“¡Alienta tu esperanza noble anciano!
Tu patria que en luchar tanto se afana,
Muy pronto triunfará sobre el tirano,
Y libre de la garra castellana
Verás flotando el pabellón cubano
Cual flota mi bandera mejicana”.

Al año siguiente, el matancero Bonifacio Byrne escribió en Tampa el poema “Juan Arnao”, que incluyó en el libro Efigies. Sonetos patrióticos (1897), donde expresó con admiración:
“Cuando lo vi con su caballo cano
Y con su venerable continente:
Sentí deseos de besar su mano,
Sentí deseos de besar su frente”.
“Me hubiera arrodillado ante el anciano
Que en el ocaso de su vida siente,
Desprecio inextinguible hacia el tirano
Y amor profundo hacia la patria ausente”.
“Viendo su noble faz me parecía
Que sobre su cabeza inmaculada
La bendición del cielo descendía:
Mientras que errante y triste su mirada,
Enel éter lejano se perdía
Como una golondrina fatigada”.