En la historia de Cuba, la personalidad de Rafael Morales y González permite evocar, junto al revolucionario ejemplar, al maestro consagrado.
San Juan y Martínez, en la actual provincia de Pinar del Río, fue la cuna de Rafael Simón Morales y González, quien nació en ese pueblo el 28 de octubre de 1845. Huérfano de padre desde los dos años, este triste acontecimiento marcó su infancia, pues la familia perdió las propiedades heredadas y debió trasladarse a La Habana.
Cursó la enseñanza primaria en el colegio de don José Fors, establecido en la Calzada de San Lázaro. De allí, pasó al Colegio de Santo Tomás, dirigido por Ramón Ituarte. El 10 de septiembre de 1860 ingresó en la Facultad de Filosofía de la Universidad Literaria de La Habana. Al año siguiente obtuvo el premio extraordinario de conducta y en 1862 el de aplicación.
Al mismo tiempo, recibió el provechoso influjo del escritor José Victoriano Betancourt, padre de sus amigos Luis Victoriano y Federico. En la biblioteca de este, y también en la de Antonio Bachiller y Morales, pudo complementar su formación con la lectura de libros. Esto le permitió culminar los estudios de derecho y filosofía y obtener el título de Bachiller en Derecho Civil y Canónico en 1868. De esos años es este recuerdo de Vidal Morales:
“Era de menos que mediana estatura, de color moreno, de rostro aguileño y de ojos de color verde obscuro, que se iluminaban con un fulgor especial en el ardor de la controversia. Grave, sin afectación, se reía con poca frecuencia y era, sin embargo, de simpático aspecto y siempre cautivador. Atraído por el culto de un ideal, se mantenía alejado de cuantos placeres fútiles y pueriles devaneos seducían y dominaban a sus jóvenes compañeros; así es que sólo tomaba parte activa e importante en las discusiones que entre ellos se suscitaban a cada paso por cualquier tema científico, histórico o social”.

Durante los estudios universitarios, Rafael Morales y González sobresalió como parte de las sesiones públicas llamadas “juevinas” y “sabatinas” por los días en que se efectuaban. En ellas disertó con éxito no sólo en temas filosóficos y jurídicos, sino también científicos. Así lo hizo en cuanto a nomenclatura química, clasificación de las industrias y la visión animal. Los criterios que sostuvo en el último tema fueron muy elogiados por el insigne naturalista Felipe Poey. En estos ejercicios, dio muestras de amplias dotes oratorias, que le ganaron el sobrenombre de “Pico de Oro”.
Rafael Morales y González tuvo una sistemática presencia en las tertulias del Liceo de La Habana y en las celebradas en casa del poeta José Fornaris. Intentó fundar un Liceo Científico, Artístico y Recreativo en Santiago de las Vegas, pero las autoridades españolas se opusieron. Colaboró en el periódico El País con trabajos jurídicos. Sobresalió por la propaganda abolicionista que desarrolló, junto a un grupo de amigos, para promover una ley de “vientres libres”.
Fiel a las ideas libertadoras que defendió, Rafael Morales y González decidió incorporarse al campo insurrecto tras el inicio de la Guerra de los Diez Años. Con esa intención, se embarcó junto a un grupo de amigos rumbo a Nassau el 12 de diciembre de 1868. Desembarcó en Cuba libre el 27 de diciembre, como parte de la expedición del Galvanic, al mando del general Manuel de Quesada.
Desde entonces la actividad evolucionaria de Rafael Morales y González fue intensa. En 1869 ingresó como miembro de la Cámara de Representantes de la República en Armas, de la cual fue secretario. Como legislador presentó varios proyectos de leyes, entre ellas la de instrucción pública, matrimonio civil, imprenta y la reglamentación de la imprenta nacional. En 1870 fue nombrado secretario del Interior por Carlos Manuel de Céspedes, cargo al renunció más tarde. Implicado en la oposición entre Céspedes y la Cámara, publicó el periódico La Estrella Solitaria, dirigido a criticar las acciones del gobierno contra las libertades del pueblo.
Un maestro mambí
La primera ocasión en que Rafael Morales y González se desempeñó como educador fue en el Colegio de Santo Tomás. El director, Ramón Ituarte, conocedor de sus cualidades, lo aprovechó como instructor en las clases de niños de menor edad. Esto acentuó la vocación que sintió por el magisterio. Años después, el educador José Miguel Macías lo recordó de esta forma:
“…en el citado instituto cursaba estudios primarios al principio y secundarios más adelante, un joven de pequeña estatura, pero de suma alteza intelectual, llamado Rafael Morales y González. Por su diminuta talla, elegante porte, simpático aspecto y por las excelsas dotes morales que lo realzaban, alumnos y profesores le estimaban mucho y le llamábamos todos Moralitos”.
Otro miembro del claustro, el escritor Rafael María Merchán, recordó en 1902:
“Ambos éramos, en 1867, profesores del colegio Santo Tomás, de don Ramón Ituarte; nos veíamos diariamente, y pude apreciar sus grandes cualidades de inteligencia y de carácter. A pesar de ser un niño, el señor Ituarte respetaba sus indicaciones como las de un anciano. Los alumnos lo adoraban; estar en clase con él no era para ellos una pena, sino una delicia. Sus explicaciones eran claras, límpidas, amplias: no había más remedio que entenderlas. En la clase de objetos llegó a ser una especialidad”.

A Rafael Morales y González se le reconoce como el primero que estableció en Cuba, durante 1865, las llamadas “clases de objetos”, según el método de Juan Enrique Pestalozzi. Lo hizo al tomar como guía la obra del autor inglés Charles Herbert Mayo, titulada Lessons on objects; as given to children between the ages of six and eight (1831). Moralitos debió consultar la traducción al español de este libro: Lecciones de objetos, destinada para niños de cinco a ocho años (1849).
Sobresalió además Rafael Morales y González como profesor de Psicología y Ética, lecciones que impartió a niños de siete a diez años. En 1865, durante los exámenes públicos de sus discípulos, el doctor Ramón Zambrana, vocal de la Junta Superior de Instrucción Pública, lo felicitó por los resultados alcanzados en la educación de estos niños. También fue maestro privado de los hijos de Leonardo Del Monte aunque, más motivado por ensenar a los necesitados, reconoció que en esa casa había “…demasiado mármol…”.
Acerca de la labor educativa de Rafael Morales y González, destacó su biógrafo Vidal Morales:
“…sabía preparar al niño para la enseñanza objetiva, y de ahí su éxito prodigioso. Despertaba su natural curiosidad y cuando se mostraba ávido de conocer y hacía al maestro frecuentes interrogaciones que revelaban sus deseos de investigarlo todo, entonces era cuando la acción educadora empezaba a producir el codiciado fruto. El método que él observaba era el inductivo, yendo siempre de lo fácil a lo difícil, de lo simple a lo compuesto, de lo relativo a lo absoluto”.
Junto a un grupo de amigo, Rafael Morales y González comenzó, el 10 de abril de 1866, clases nocturnas gratuitas de escritura, lectura y aritmética para artesanos y obreros. Las impartió en un local del del Colegio El Progreso, cerca de la calle Galiano. Esta valiosa experiencia duró pocos días y, aunque trataron de continuarlas en otro sitio, el gobierno se opuso. No obstante, las clases de impartieron de forma clandestina durante algún tiempo.

En la Cámara de Representantes de la República en Armas, Rafael Morales y González fue autor de la ley de instrucción pública. Esta se discutió el 31 de agosto de 1869 y fue aprobada por el gobierno el 2 de septiembre. Posee una amplia introducción, en la cual se declaró que los libertadores no debían preocuparse sólo por la guerra, sino también por garantizar los “…imprescriptibles derechos del hombre…”. Por esta razón, se consignó, entre otras cuestiones, las siguientes:
“La Cámara de Representantes para continuar el pensamiento de la Constituyente formula una ley de instrucción pública en que, tomando el Estado la iniciativa que le corresponde, respeta en un todo la libertad de enseñanza; pues ni la hace obligatoria, ni exige títulos profesionales, ni impone método ni texto alguno. Lejos, muy lejos de ella el impedir las manifestaciones individuales; se complace en excitarlas y apela al interés personal, al amor de la familia, al patriotismo y a la buena voluntad de los que tienen a la filantropía por virtud, para que, difundiendo las luces, se arranquen de las garras de la ignorancia y del crimen esos desgraciados espíritus que viven en tinieblas”.
“Que no se olvide por un solo momento que la educación popular es la garantía misma de las garantías sociales si se quiere que no sean estériles las lágrimas y sangre derramadas: que, aunque el árbol de la libertad crece con ellas, espera el noble sudor del trabajo para extender fecundo sus robustas ramas sobre esas tranquilas generaciones que gozarán felicidad”.
Los seis artículos de la ley fueron los siguientes:
“Artículo 1º. La República proporcionará gratuitamente la instrucción primaria a todos los ciudadanos de ella, varones o hembras, niños o adultos”.
“Artículo 2º. La primera enseñanza se reduce a las clases de lectura, escritura, aritmética y deberes y derechos del hombre. Puede además extenderse a la gramática, geografía e historia de Cuba”.
“Artículo 3º. Los gobernadores de cada Estado establecerán, oyendo a los prefectos, los profesores ambulantes y escuelas que fuere posible”.
“Artículo 4º. Habrá escuelas anexas a los talleres del Estado”.
“Artículo 5º. Los profesores a que se contrae la presente ley serán nombrados por el gobernador, a propuesta del prefecto respectivo”.
“Artículo 6º. En caso de absoluta incomunicación entre el gobernador y sus tenientes, pasarán a éstos las facultades que la actual ley concede a aquéllos”.
En breve articulado de esta norma reflejó, de forma sintética, el pensamiento educativo de Rafael Morales y González. Defendió en ella la educación gratuita para ambos sexos y todas las edades. Incluyó la enseñanza de los derechos del hombre, además de la geografía e historia patrias. Promovió el establecimiento de maestros ambulantes, así como la enseñanza técnica.
Fiel al espíritu de la ley, Rafael Morales y González impartió clases en la manigua mambisa. El 10 de abril de 1871 fundó una escuela para soldados en la Brigada del Este, en homenaje al segundo aniversario de la Constitución de Guáimaro. Se conoce que:
“Repartía las lecciones entre aquellos heroicos patriotas escribiéndolas en hojas de papel y cuando este escaseaba, en la película de la yagua, estimulando a los soldados a quienes les decía que para que llegaran a ser oficiales tenían que saber leer y escribir”.

Rafael Morales y González dejó fragmentos de una “Cartilla cubana de lectura”, escrita en 1872. Este documento, que formó parte del archivo de Manuel Sanguily, se publicó por vez primera como un anexo del libro Hombres del 68. Rafael Morales y González. Contribución al estudio de la historia de la independencia de Cuba (1904). En ella, declaró que había seguido el método silábico y ofreció recomendaciones para los maestros. De acuerdo con Ramón Roa:
“Aquel Rafael Morales, de la Habana, había ideado una nueva cartilla para enseñar a leer, que, manuscrita, iba de mano en mano desde el campamento hasta los ranchos de familia, sirviendo para que muchos, muchísimos en muy breve plazo, lograran su aspiración ¡La cartilla de Morales!… Vale más correr un velo sobre el delito de apatía, que todos sus compañeros hemos cometido con no imprimirla, siquiera para perpetuar en la imprenta (delirio de tantas medianías) el nombre de un obrero de la Libertad, notabilísimo; aprovechando a la vez los resultados satisfactorios que por su mérito daría obra tan bien inspirada, como los dio allá, en medio de circunstancias tan adversas”.
Una tumba en la Sierra

Debido al receso de la Cámara, Rafael Morales y González se incorporó a la tropa de Luis Magín Díaz en Camagüey. Como miembro de esta participó, el 26 de noviembre de 1871, en el combate de Sebastopol de Najasa. En medio de la batalla, fue herido de un balazo en la boca. La herida fue espantosa pues le fracturó la mandíbula, perdió los dientes y parte de la lengua. No obstante, se sometió a dolorosas operaciones y recuperó el habla meses después, aunque con dificultad.
A instancias de varios amigos aceptó una misión en el extranjero, donde sería operado de forma adecuada. Escondido en la Sierra Maestra, enfermó de fiebres y estas le causaron la muerte. Acerca de los últimos días de Rafael Morales y González, escribió Manuel Sanguily:
“…tenía sanas sus heridas, pero no podía comer sino alimentos líquidos o muy divididos. Hablaba bastante, pronunciando muy mal, y sin poder emitir algunos sonidos. Estaba, sin embargo, muy animado, siempre vivo, muy inquieto…”.
“…como a las tres de la tarde, llegó a nuestros oídos, por encima del follaje, un ruido siniestro que salía del rancho de Morales. Poco después nos estremeció la voz despavorida de la mujer de Galán, que exclamaba: ¡Morales se muere! El ronquido formidable se repitió con ritmo pavoroso algún tiempo, que no puedo ya calcular. No era la agonía de un hombre pequeñito de cuerpo: era el estertor de un coloso”.
Era el 15 de septiembre de 1872. Allí mismo recibió sepultura. Como expresó Vidal Morales:
“Sus restos no descansan bajo la cúpula de ninguna magnífica basílica, ni de ningún modesto mausoleo. Su tumba, aunque ignorada, se halla en la cumbre de la Sierra Maestra, monumento digno del egregio patriota y mucho más elevado que el que hubieran podido erigirle sus contemporáneos…”.