Amanece en Matanzas y el paisaje convida a detener la mirada en el horizonte. Agosto remueve los recuerdos. La memoria desplaza el pensamiento al pasado: hay quietud, silencio y solemnidad.
Hace tres años, el incendio en la Base de Supertanqueros, puso en insomnio a todo un país. Pocos imaginaron la magnitud del siniestro. Cuatro tanques de cincuenta mil metros cúbicos de combustible ardían tras el impacto de un rayo. Cada minuto contó. Los jóvenes mostraron su linaje, las mujeres vistieron de verde olivo y los hombres evadieron el descanso.
Allí todavía quedan las memorias de los bomberos, los cruzrojistas, los voluntarios, el ajetreo del personal médico, de las Fuerzas Armadas y del Ministerio del Interior. La información oportuna de la prensa emerge una y otra vez y las voces aún oprimen el pecho. La mirada divisa en el imaginario las aves mecánicas que sobrevolaron la bahía para apagar las llamas con su agua.
Toda Cuba puso su corazón sobre Matanzas, toda Cuba besó y derramó lágrimas. Los valores humanos encontraron su cúspide y alcanzaron el estandarte de la gloria. Desde países hermanos llegó la mano amiga. Venezolanos, mexicanos y cubanos fundieron sus fuerzas con un objetivo común: extinguir aquel incendio que desgarraba el alma.
Bastó una semana para detener el siniestro. En combate desigual contra el fuego aparecían las siluetas humanas entre las columnas de humo y hollín que se disipaban. Las llamas bajaron su intensidad poco a poco, como cuando perece una vida y el tributo clama.
Descansa la mirada en la zona industrial de Matanzas, el paisaje nunca será igual. Hay silencio, muchos descansan, adiós al fuego, llueven lágrimas.
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