El botánico, naturalista y médico Sebastián Alfredo de Morales es una personalidad esencial en la historia de la ciencia matancera.

No existe consenso en relación con la fecha de nacimiento de Sebastián Alfredo de Morales y González. Para algunos biógrafos fue en 1820, pero la mayoría afirma que ocurrió en 1823. El historiador Herminio Portell Vilá aseguró que la correcta era 1818. Lo cierto es que era habanero y su padre fue el destacado botánico Sebastián María Morales, autor de “Ensayos descriptivos de algunas plantas de esta Isla, que crecen espontáneas en las inmediaciones de la Habana” (1838).

Sebastián Alfredo de Morales se radicó en Matanzas desde muy joven y en esta ciudad, que consideró su cuna, ejerció como periodista y profesor. Fue redactor principal de la Aurora de Matanzas de 1842 a 1844, donde utilizó el pseudónimo Lince. Fueron célebres los artículos que publicó en este periódico contra el vicio de los juegos de azar, en particular las peleas de gallos.

El proscripto errante

Debido a la amistad que tuvo con el poeta Plácido se vio complicado en el proceso por la Conspiración de la Escalera. Después se involucró en las conspiraciones de Narciso López. En 1849 fue procesado por sus ideas anticolonialistas, condenado a ocho años de confinamiento deportado a España. Al año siguiente viajó a Filipinas. Acerca de la primera vez que salió de Cuba, escribió:

“Aquel fue uno de los días más grandes y terribles de mi vida… fue un día de prueba, y sin embargo mi corazón estaba tranquilo”.

“El buque me conducía a Europa, para ser lanzado después a más remotas regiones, se escondía volando en los mares; el cielo y la tierra daban vuelta en derredor mido, y las azuladas montañas de mi patria, coronadas de sus palmas augustas, hundíanse en el lejano horizonte, como si el océano se las tragase”.

“Cuba al se alejó de mí: sus montes y sus bosques de eterna verdura, sus rocas y sus playas y toda su imponente majestad se borraron a mi vista, así como una ciudad escrita en las arenas mojadas y sorbidas por las ondas re sonantes del mar empujadas por el plenilunio”.

Tras la estancia en Filipinas hizo un amplio periplo por países de Asia y África. Estuvo en Japón, Malasia, Ceylán y la India. También visitó Egipto. Varias de las experiencias que vivió las narró en los artículos Fragmento sacado de mi Libro de viajes” (1857), en Aguinaldo Habanero y “Diario de un viajero” (1860), en la revista Liceo de Matanzas. “Páginas de mis memorias” (1895), apareció en el Álbum de las Damas.

Este recorrido le permitió ampliar su formación científica como botánico y naturalista. Ejemplo de ellos son los trabajos que publicó después de regresar a Cuba en 1857. Fue el caso de “Fenómeno dióptrico del desierto de Suez (Espejismo o mirage)”, que apareció en el Anuario de la Sección de Ciencias Físicas y Naturales del Liceo de Matanzas (1866) y en El Pensamiento (1879). En el Anuario también dio a conocer “Fenómeno meteórico del Mar Rojo”.

Estuvo entre los matanceros firmantes, en 1865, de una carta a Francisco Serrano, Duque de la Torre, en apoyo de una moción a las Cortes españolas para que se concediesen a Cuba reformas políticas y económicas. Después del inicio de la Guerra de los Diez Años apoyó con entusiasmo la lucha de los mambises. Esto provocó la represalia de las autoridades españolas y el 15 de junio de 1869 le fueron embargados los bienes de su propiedad. Ya para ese momento estaba fue de Cuba, formando parte de la emigración patriótica.

Poema de Sebastián Alfredo de Morales «Al Salto del Tequendama», escrito en Colombia. Archivo del autor.

Viajó entonces por Estados Unidos, Colombia y Venezuela, país donde se hizo médico homeópata. Se desempeñó en Colombia como representante de la República en Armas. Allí continuó las investigaciones botánicas, según narró después la poetisa Catalina Rodríguez, por entonces su esposa, en “Impresiones de viaje”, serie de artículos que dio a conocer en la revista El Álbum, en 1882.

Durante la Guerra del 95 también apoyó la causa de la independencia, aunque con limitaciones debido a la edad. Aunque fue testigo de la evacuación de las tropas españolas, no pudo ver la creación de la República, pues murió el 28 de abril de 1900, en plena ocupación estadounidense.

Poeta y editor

Además de ser un gran botánico, naturalista y médico, Sebastián Alfredo de Morales se destacó como poeta. Son numerosas las poesías que publicó en revistas y periódicos de la época, que nunca quedaron recogidas en un volumen independiente. Rafael María Merchán mencionó su poema “La Flora”. Como poeta fue elogiado por José Lezama Lima, Samuel Feijoó, Cintio Vitier y Fina García-Marruz. José Fornaris, expresó en 1856:

“…me gusta, por fin, que Sebastián Morales, el agrónomo, el minero, el botánico, el médico, rinda holocausto a las encantadoras Musas”.

Ocho poemas suyos fueron incluidos en Parnaso cubano (1881), entre ellos “La tarde del huerto”, que es quizás su obra más celebrada. Antonio López Prieto, autor de esta compilación, señaló:

“…es uno de los hijos que más honran a Cuba, y su nombre como naturalista, botánico y literato es conocido en toda América y en parte de Europa. Es de costumbres severas, ardiente, entusiasta, afable, caritativo, buen amigo y excelente patricio. Hoy vive en Matanzas, con su virtuosa esposa, la inspirada poetisa Doña Catalina Rodríguez, preciosa joya de nuestro Parnaso, y sigue trabajando por el progreso de esta Isla, tan digna de ser feliz”.

Gran amigo del poeta Gabriel de la Concepción Valdés, Plácido, fue un apasionado difusor de su obra. Escritos suyos sobre este versificador se publicaron en El Pensamiento (1879). En esta misma revista, al año siguiente, publicó “El eco de la gruta”, sobre la entrevista entre Plácido y José María Heredia, lo cual provocó una tenaz polémica. En El Álbum dio a conocer el estudio “Plácido el poeta (Gabriel de la Concepción Valdés). Su vida y sus obras literarias” (1882).

Verso satírico “Sebastián Alfredo de Morales”, publicado en el Diario de Matanzas, el 27 de octubre de 1880. Archivo del autor.

Gracias a su tesón se publicó la compilación dedicada a Plácido: Poesías completas, con 210 composiciones inéditas. Sebastián Alfredo de Morales fue el autor del prólogo biográfico que lo inició. Este volumen desencadenó una polémica y varias interrogantes que aún persisten en nuestros días.

Editó el Álbum Milanés, junto a Guillermo Schweyer y Francisco Valdés Rodríguez. Este se publicó con el objetivo de reunir fondos para erigir un monumento al poeta José Jacinto Milanés en el Cementerio de San Carlos Entre los escritos en verso y prosa que contiene hay varios de su autoría. Es el caso de “Phosphorescencia”, dedicado a explicar este fenómeno natural y de los poemas “A la calavera de un poeta” y “A la muerte”. Además, escribió la “Advertencia” y el “Prólogo”.

Sobre filosofía escribió “¿Quién es?” (1880), artículo aparecido en El Pensamiento. A su vez, en El Álbum fueron publicados “Bellezas y secreto de la creación” (1882), que trató de la inteligencia animal, y “Secretos de la Biblia” (1882).

Dirigió en Matanzas el Boletín del Recreo, órgano de la Sociedad Recreo de Pueblo Nuevo, en la fue director de la Sección Literaria. Integró la Junta Directiva del Círculo de Escritores de Matanzas. Fue vocal del Gran Jurado de la Exposición de Matanzas en 1881 y socio corresponsal de la Real Sociedad Económica de Santiago de Cuba.

Como crítico publicó la reseña “Dos liras matanceras”, en Aurora del Yumurí el 23 de julio de 1865. El 8 de enero de 1868 apareció en el mismo periódico la necrología “[Rafael Madrigal Valdivia]”. En 1899 escribió una carta juzgando la obra de teatro Un episodio de la guerra de Cuba, de René Darbois, que se publicó en marzo de ese año en Matanzas. Además de demostrar conocimientos acerca del arte dramático, defendió que

“…deben instituirse escuelas artísticas, para que en la Nueva República de Cuba se depuren el gusto y las costumbres, sacando las masas de la ignorancia con provecho de esta carrera meritísima”.

En la ciencia matancera

Las investigaciones de Sebastián Alfredo de Morales comenzaron desde la primera mitad del siglo XIX. Al parecer sus primeras inquietudes estuvieron dirigidas a la geología y la paleontología. Carlos M. Trelles citó un trabajo suyo sobre “Fósiles encontrados en la Guanábana” (1846). También se ha mencionado que por esa fecha hizo estudios geológicos en el Escambray.

Estuvo entre los primeros académicos corresponsales de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de la Habana. Fue el primero en Matanzas, a partir del 4 de abril de 1862. Además, alcanzó la condición de miembro de mérito el 12 de diciembre de 1897.

Fue fundador y director de la Sección de Ciencias Físicas, Naturales y Matemáticas del Liceo de Matanzas, creada en 1864 y en la cual desarrolló una ardua labor científica. Fue el promotor y ejecutor de las principales actividades desarrolladas en la que fuera la primera institución científica matancera, que existió hasta 1869.

Dirigió la publicación, en 1866, del Anuario de la Sección de Ciencias Físicas y Naturales del Liceo de Matanzas. En esta revista, la primera con carácter científico en Matanzas, publicó el “Prólogo” y también la “Introducción a la Monografía de las Ampelídeas de Cuba”. Sobre botánica publicó los artículos “Coloración y olor de las hojas y las flores de los vegetales” y “Seiba”. Vinculado a la zoología dio a conocer “Euryale asperum,—Lamarck”.

Publicó varios artículos en Aurora del Yumurí, en los que rectificó errores o aclaró dudas relativas a la flora y la fauna cubanas. Fue el caso de “Digo”, el 14 de mayo de 1865. También de las “[Aclaraciones a un artículo de Manuel Monteverde sobre la salvadera y sus propiedades, aparecido en El Fanal, de Puerto Príncipe]”, publicado el 4 de junio de 1865. Otros que pueden citarse son y “[Sobre unos fetos petrificados”], fechado el 24 de mayo de 1866 y “Contra un error”, del 3 de enero de 1868. En el mismo periódico publicó “Historia Natural”, el 19 de agosto de 1865.

Acerca de la labor que desarrolló en Matanzas, escribió Antonio López Prieto en Parnaso cubano (1881):

“Puede decirse que al Sr. Morales debió Matanzas el gusto y el entusiasmo por las ciencias naturales, siendo también harto notorio que, con su saber, logró formar aventajados discípulos en aquellas, entre los cuales dignísimo es de especial mención el malogrado D. Manuel Jacinto Presas que, además de médico afamado, era ya un distinguido naturalista”.

La Flora de Cuba

Al parecer los viajes por Asia y África le decidieron a dedicarse por entero a la botánica, aunque jamás descuidó otros ramos de las ciencias naturales. Al referirse a las exploraciones que realizó en esas regiones exóticas, exclamó:

“Los bosques del Asia, antigua como las aguas y las nubes; los de la Oceanía, vieja como el fuego de los volcanes; los del África, así también antigua como las tempestades y la electricidad; y los de la América contemporánea del inmenso azulado océano que la ciñe en torno, son nuestros maestros museos y nuestros consejeros”.

“¿Cómo se escribe la historia de estas interesantes criaturas que llamamos plantas? No es ciertamente a la sombra de perfumados gabinetes; fuerza es tener al sol por compañero, la tierra por asiento, y por biblioteca los bosques”.

“La ciencia es, tal vez árida, o al menos aparenta serlo para muchos y es fuerza revestirla a veces de algún poco de poesía; no porque en sí ella no la tenga, sino para los que no conocen el pincel que diseña la fisonomía de nuestros individuos ha de ser fastidioso que de improviso se les salude con lluvia de tan árido tecnicismo”.

“Sobre el campo se ve más que en el herbario; y en el herbario reciente se ve más que en el herbario seco”.

Esto lo hizo empeñarse en escribir una Flora de Cuba, que sería su principal desvelo y su principal aporte a la ciencia cubana. Según su sobrino, el también naturalista Manuel J. Presas, los manuscritos de su padre, Sebastián María, con “…algunas descripciones inéditas de plantas medicinales por el método Linneano…”, le sirvieron más tarde para la redacción de esta obra grandiosa.

Presas mencionó, además, sus

“…descripciones de plantas cubanas, acompañadas de observaciones acerca de sus usos y propiedades y de sus derechos como especies, trabajos que nada dejan por desear al botánico más exigente. Morales se distingue por la elegancia y exactitud de las descripciones, así como por la tolerancia científica…”. Destacó que sus obras hablaban con “…voz más alta y elocuente” y que “…posee las colecciones más completas de plantas, semillas y maderas”.

Acerca de los objetivos que perseguía con esta obra, señaló el propio Sebastián Alfredo de Morales:

“…me he propuesto hacer de esta Flora un libro útil a todas las clases de nuestra sociedad, pues no es mi ánimo formar una obra más de lujo, ni menos una colección de descripciones científicas de plantas sin aplicación y en que a vueltas de un tecnicismo pedantesco ostente una vana erudición sin provecho para los que me lean”.

Anuncio del libro Plantas textiles cubanas, Diario de la Marina, 1893. Archivo del autor.

Desde 1858 comenzó a publicar partes de su Flora de Cuba en la Aurora de Matanzas. También lo hizo en Revista Habanera (1861 y 1862) y en Cuba Literaria (1862). Estuvo entre los redactores del Repertorio Físico-Natural de la Isla de Cuba, revista habanera dirigida por Felipe Poey. En el primer tomo publicó “El corojo. Gastrococos armentalis” (1865) y “Monografía de las Ampelídeas de Cuba” (1865). En el segundo dio a conocer “Flora cubana. Vegetales que producen resinas y gomo-resinas, útiles a la Industria y a la Medicina” y “Vegetales que producen aceites útiles a la Industria, a la Medicina y a la Economía doméstica”. Todos estos trabajos formaban parte de su obra mayor.

Tras su salida de Cuba en 1869, Sebastián Alfredo de Morales resguardó los manuscritos de la Flora de Cuba en la casa de sus hermanas en Matanzas. Allí los encontró la furia del huracán de 1870, que los dañó de forma irreparable. Al regresar a la patria en 1878, se propuso la misión de reescribir la obra. Desde entonces, todas las publicaciones que realizó estuvieron conformadas con partes de la Flora de Cuba, en las cuales se propuso destacar su importancia para la economía cubana.

En 1885 publicó en la revista La Enciclopedia el trabajo “La Ayúa”, sobre esta especie de la familia de las Rutáceas, en el que recomendó su uso medicinal. Acerca del “Cultivo de la piña”, fue el trabajo que incluyó en segundo tomo de la obra colectiva Tesoro del Agricultor Cubano (1886), editada por Francisco Javier Balmaseda. Entre los libros que publicó estuvieron Agricultura. Textiles. Cultivo y explotación de las especies nativas de Cuba y de otras exóticas aprovechables (s. f.). También Agricultura. Textiles. Cultivo y explotación de las especies nativas de Cuba, y de otras exóticas aprovechables (1893). Según Carlos M. Trelles, dejó inéditas una Cartilla Agrícola (1898) y un Tratado de Agricultura con aplicación a Cuba.

En 1887 recibió apoyo financiero de la benefactora santaclareña Marta Abreu, esposa de su exdiscípulo Luis Estévez y Romero, para la publicación del libro Flora arborícola de Cuba. Estuvo un tiempo en Remedios durante 1892, etapa en la que trabajó por breve tiempo en la organización del herbario del Instituto de Segunda Enseñanza de Santa Clara. Este mismo año apareció en la Revista Cubana, el prólogo a su “Catálogo científico y razonado de la Flora de Cuba existente en el Museo Botánico del Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana”. Este herbario de Sebastián A. de Morales se conservó en esta institución y fue catalogado en 1901 por el botánico Felipe García Cañizares.

En los Anales de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana publicó una parte de la “Monografía de las Ampelideas de Cuba” (1866). Según el historiador José López Sánchez, este fue “…su trabajo de mayor valor científico”. También dio a conocer “Flora arborícola de Cuba” (1886), dedicada a la familia de las Rosáceas. En 1886 envió una carta a la Real Academia, solicitando protección para publicarla por partes en los Anales.

Para 1893 ya estaban listos los cuatro tomos de la Flora de Cuba de Sebastián Alfredo de Morales. Según declaró, incluía más de 15000 especies.  En 1895 la Real Academia de Ciencias de La Habana acordó publicarla, pero no fue posible. Esta grandiosa obra recibió premio en la Exposición de París de 1900. En 1922 se intentó hacer una edición de sus obras a modo de Cartillas Agrícolas, que al parecer se llamó Cartilla y Calendario Agrícola Cubano. La Academia de la Historia de Cuba creó en 1928 una comisión para estudiar la posibilidad de comprar los manuscritos de Sebastián Alfredo de Morales. Sin embargo, jamás fue editada.

Otras temáticas

Entre marzo y abril de 1865 publicó en Aurora del Yumurí, una serie de artículos titulada “Cereales”, en la que trató acerca del maíz y el trigo. También expuso varios de los acuciantes problemas de la agricultura cubana y las posibles soluciones. Al respecto declaró:

“Mucha industria interesante hay perdida en nuestro país; mucho tiempo mal empleado, y mucho sistema rutinario y empírico”, tras lo cual agregó: “Estoy firmemente persuadido de que la isla de Cuba tiene necesidad de ser eminentemente agricultora, que éste es su más brillante porvenir de riqueza y de regeneración universal”.

Estas palabras mantienen total vigencia y están en consonancia con las ideas expresadas en aquella época por los defensores de la transformación científica de la agricultura cubana, como el Conde de Pozos Dulces, Tranquilino Sandalio de Noda y Álvaro Reynoso.

Anuncio de un libro de Sebastián Alfredo de Morales. Diario de la Marina, 1928. Archivo del autor.

Colaboró en los Anales de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana. Allí se publicó el trabajo “Estudio sobre el olfato de las auras” (1891). Otros que envió a esta institución quedaron sin publicar. Por ejemplo, “Nosografía del Colocolo”, fechado en Matanzas el 6 de agosto de 1862. Lo mismo le sucedió a “Nueva cerveza publicada con una planta del país” (1886) y “Orden Marsupiales” (1897). Además, también remitió: “Coloración orgánica y periódica de algunas aguas naturales, incluso las del «Río Yumurí» de Matanzas”. De este último dio a conocer una versión en la revista El Pensamiento: “Coloración periódica de las aguas del río Yumurí” (1880).

Formó parte de la comisión creada en 1880 por la Real Academia de Ciencias de La Habana para el estudio de la epidemia que afectaba las plantaciones de cocoteros de Baracoa. En el segundo tomo del Tesoro del Agricultor Cubano (1886), se publicó “Opinión del Dr. D. Sebastián Alfredo de Morales, médico y botánico”, acerca del tema.

Además de eminente naturalista, Sebastián Alfredo de Morales se destacó como educador. Estableció en 1844, con Francisco Javier de la Cruz, el Colegio Siglo XIX en la ciudad de Matanzas. Estuvo entre los fundadores del Instituto de Segunda Enseñanza de Matanzas en 1865, donde desempeñó la cátedra de Historia Natural y Nociones Teórico-prácticas de Agricultura. En 1881 era profesor del Colegio San Carlos. Participó en la fundación, en 1883, de la Institución Libre de Enseñanza en Matanzas.

Epílogo

Sebastián Alfredo de Morales fue una personalidad relevante para la ciencia matancera en el siglo XIX. Dedicó, además, más de cincuenta años de su vida a defender la independencia de Cuba. Amó a Cuba, y a Matanzas, como mismo hizo con la naturaleza, “…con el corazón, con el cerebro, y hasta con la sangre”.

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