Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Hace un siglo Cesar Vallejo escribió una de las páginas más desgarradoras de la emigración latinoamericana. Partió a Europa desde el Perú de sus Nostalgias imperiales, y no regresó nunca más.
Unos meses antes, en octubre de 1922, su segundo libro de poesía circuló en Lima con más penas que glorias. Más bien el poemario Trilce fue incomprendido y por ende rechazado, el que luego fue y aún es, el texto cumbre de las vanguardias artísticas de nuestra lengua.
Acaso París, podría depararle nuevas oportunidades, mostrarle las tendencias artísticas que se imponían al mundo desde la mítica Ciudad de las Luces, en tanto tomaba distancia del lugar donde sufrió injusto y dramático encierro. Después de todo, desde finales del siglo XIX París constituía la meca de las letras y las bellas artes y los más reconocidos creadores de todo el mundo la visitaban o se establecían en ella.
Pero Vallejo no iba en busca de migajas y reconocimientos efímeros. Vallejo fue a pelear por sus ideas y conceptos del arte. El Cholo, como le llamaban, también fue a dar su batalla por la justicia y la dignidad del hombre.
La emigración humana, manifestada desde tiempos remotos, ocurre como consecuencia de fenómenos naturales o por razones económicas, políticas y sociales.
El éxodo judío en busca de la Tierra Prometida, que narra el Antiguo Testamento, da cuenta de los grandes movimientos humanos que tuvieron lugar en el curso de la historia.
En la actualidad grandes multitudes atraviesan tierras y mares a riesgo de su vida y la de sus seres queridos, y a merced de ser rechazados en los países a donde se dirigen. El poder hegemónico, la desigual distribución de las riquezas y la expropiación de los recursos naturales de los países en desarrollo, junto a guerras, bloqueos e innúmeras medidas coercitivas, hacen de la emigración uno de los dramas más recurrentes de nuestros días.
Pero en París la inmigración recordada vivió, participó y muchas veces protagonizó el nacimiento de las llamadas vanguardias artísticas del siglo XX. No hablamos ya de los sietemesinos que acusara Martí, los del “brazo canijo, el brazo de uñas pintadas y pulsera, el brazo de Madrid o de París”,…
Una breve mirada a los años de la bohemia parisina y la presencia de Vallejo entre contertulios y pasantes, nos ofrece un espectáculo conmovedor.
Corre el año 1923 cuando Vallejo se establece en París. La presencia en la ciudad de Picasso, Chagall y Modigliani entre los revolucionarios artistas de la plástica, o Gertrude Stein, Thomas Mann, James Joyce y Unamuno en las letras, por solo hablar de estas manifestaciones, poco después del fin de la Primera Guerra Mundial le regalan una energía creadora inigualada.
Los latinoamericanos no hicieron menos y era posible localizarlos cada tarde parisina en los cafetines de Montmartre o Montparnasse. Allí, en el café La Coupole, con Miguel Angel Asturias, el Nobel guatemalteco; Alejo Carpentier, notable escritor cubano ; Arturo Uslar Pietri, destacado intelectual venezolano y otros tantos, departió sus días parisinos Cesar Vallejo.
Eran los mismos días en que una oleada de estadounidenses llegaba a París huyendo de la Ley Seca, en tanto hacían su aparición el jazz, la danza, la radio, el deporte y el automóvil, y Josephine Baker devenía símbolo de liberación sexual como estrella del teatro Champs Elysées.
En cambio Vallejo asiste a la nueva época imbuido de sólidos conceptos sobre la creación poética. No hay que olvidar que Trilce, publicado en Perú unos meses antes, anuncia la vanguardia. Se levanta con ella, en exclusivas para la lengua española, y adelanta muchos de los recursos expresivos que solo después serán utilizados por los surrealistas como novedosas herramientas sintácticas o gramaticales.
En París se ha casado, sufre intervenciones quirúrgicas, participa de los movimientos sociales que se originan. Su conciencia política madura y se adhiere fervorosamente a las luchas de la izquierda. Visita la Unión Soviética y España, participa en eventos de marcado compromiso social con los pobres de la tierra. Pero Vallejo no halla en la creación poética suficientes medios para sufragar los gastos de sus necesidades vitales.
Debe sobrevivir. Escribe afanosamente novelas y teatro, que tampoco le deparan los ingresos necesarios. Vive momentos de singular depresión económica. Se ve forzado a solicitar préstamos que luego debía devolver puntualmente.
Se entrega al periodismo y a la crítica literaria y denuncia, por cierto, el uso superficial que algunos escritores dan a las nuevas palabras que surgen en el ámbito científico- técnico, sin llegar a expresar la nueva sensibilidad que estas puedan sugerir.
Su obra intensa, su aprehensión de la angustia y el dolor sostenidos , no medraron la fe y el compromiso. En Vallejo no se realizó el desarraigo.
Cantó como nadie el dolor humano, la lucha social, la Guerra Civil española. Amó sus días parisinos, pero no olvidó su tierra natal, a la que nunca regresaría. Obligaciones políticas que asumió con ejemplar empeño, acaso la responsabilidad familiar y seguramente la inseguridad económica impidieron el regreso.
Reconocido en el mundo entre los grandes poetas del pasado siglo, en Cuba Vallejo alcanzó una marcada presencia en el quehacer artístico promovido desde los primeros años de la Revolución.
Su poesía, musicalizada y cantada por integrantes de la naciente Nueva Trova, poetas y creadores, se inspiraron en la obra del Cholo Vallejo.
Che Guevara, al partir a Bolivia a desatar la lucha guerrillera por la liberación de los pueblos de América, se despidió de su compañera Aleida con una grabación en voz propia, de los dolientes versos del poeta peruano: “Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!”
César Vallejo murió el 15 de abril de 1932 en París, un lluvioso viernes santo, como predijo en sus versos.
Muchos años después, Silvio Rodríguez visitó su tumba en el cementerio parisino de Montrouge, para cumplir el compromiso contraído por él y otros creadores de su generación de rendir tributo al peruano universal. Hoy los restos del poeta descansan en el museo de Montparnasse, hacia donde lo trasladó Georgette Marie, escritora y viuda del bardo.
En Vallejo se tipifica una manera digna de vivir la emigración, sin desarraigarse de los símbolos y la cultura de la tierra que le vio nacer, como señaló en versos, «…un día que dios estuvo enfermo”. (ALH)