Vivir en las profundidades oceánicas no es una tarea fácil, con lo que muchas especies se valen de adaptaciones especiales para prosperar en estos entornos tan inhóspitos. Entre estos habitantes de los abismos se encuentran los peces pescadores (orden Lophiiformes), unas criaturas marinas en cuyas cabezas lucen un señuelo llamado illicium similar caña de pescar que utilizan para engañar a sus presas.

En lugar de gastar energía en buscar comida, se limitan a colocar su cebo bioluminiscente y esperar. La punta brillante atrae a crustáceos y otros peces más pequeños. Cuando se acercan, les basta con abrir la boca y cerrar sus grandes dientes para hacerse con una buena presa. Lo que no parece tan lógico es que pesquen boca arriba.

Ahora, un equipo de biólogos marinos neozelandeses ha desvelado que, aunque parezca mentira, este puede ser un comportamiento bastante habitual, a tenor de las imágenes registradas en profundidades marinas de distintas partes del mundo. Un comportamiento que “va más allá de la imaginación”, en palabras de la ictióloga Elizabeth Miller a The New York Times, y que podría arrojar nueva luz sobre estas y otras criaturas abisales.

Durante casi un siglo los científicos pensaban que todos los peces pescadores tenían siempre los señuelos debajo de la cara, como sucede con muchas especies de menor tamaño. Sin embargo, numerosos registros de vídeos grabados en las profundidades de océanos de distintas partes del mundo indican todo lo contrario. Estos peces pasan la mayor parte de sus vidas boca arriba, con sus largos señuelos colgando hacia el fondo marino. La razón por la que llevan a cabo un comportamiento tan extraño es objeto de debate científico, aunque todo parece indicar que se trata de una adaptación para asegurar las presas.

Según explica a National Geographic España Andrew Stewart, conservador del Museo de Nueva Zelanda y autor principal de un estudio publicado en la revista Fish Biology  sobre peces del género Gigantactics en distintas localizaciones de los océanos Índico, Pacífico y Atlántico, «la longitud del señuelo y la forma que este va unido al hocico significa que nadar invertido es la mejor manera de asegurarse de que las presas no escapan y de que no se muerden a sí mismos», dice el experto.

Y es que muchos de estos peces abisales son víctimas de su propia naturaleza. Algunos, por ejemplo, tienen los dientes tan grandes que no les caben dentro de la boca, con lo que tienen las mandíbulas desajustadas para no causarles daño. En otros casos, como el que nos ocupa, pueden acabar mordiendo su propio señuelo, algo que evitan cuando nadan boca abajo. Además, según argumenta Stewart, la mandíbula inferior también tiene un ligamento que le permite abrirse lateralmente, por lo que, al nadar boca abajo, pueden envolver a la presa más fácilmente.

Un señuelo con una doble función

El señuelo no solo sirve a los peces pescadores para encontrar comida, también lo usan para aparearse, aunque solo lo usan las hembras, muchos más grandes. Los ejemplares de ambos sexos son parecidos durante las fases juveniles, pero al llegar a la edad adulta experimentan una profunda metamorfosis.

Las hembras desarrollan grandes dientes y un señuelo brillante que utilizan para atraer a sus presas. Los machos, por el contrario, perderán los dientes y desarrollarán un conjunto de dentículos situados en las puntas delanteras de las mandíbulas que son necesarias para el apareamiento. Pasarán toda su vida nadando por las profundidades del oscuro océano en busca de hembras. Sus grandes fosas nasales y su excelente sentido del olfato les ayudan a localizar las feromonas femeninas. Las especies que tienen fosas nasales menos desarrolladas utilizan sus grandes ojos para localizar los señuelos bioluminiscentes de las hembras.

En la década de 1920, un biólogo islandés llamado Bjarni Saemundsson descubrió el cuerpo de una hembra de rape del orden de los cerátidos con peces más pequeños pegados a su vientre por el hocico. Supuso que se trataba de sus crías y escribió sobre el descubrimiento: «No puedo hacerme una idea de cómo o cuándo las larvas o las crías se adhieren a la madre. No puedo creer que el macho fije el huevo a la hembra… Esto sigue siendo un enigma que deberán resolver futuros investigadores».

Lo que el Sr. Saemundsson no sabía era que el pez pegado a la gran hembra no era su cría, sino su pareja. Cuando un macho localiza a una hembra, utiliza sus dentículos especializados para agarrarse a su vientre. Después de engancharse, los tejidos del macho y lde a hembra empiezan a fusionarse y sus sistemas circulatorios se conectan, un fenómeno que los investigadores aún no comprenden ni explican.

Un comportamiento registrado en numerosos vídeos submarinos

En 1999 un sumergible teledirigido que escudriñaba las profundidades oceánicas entre Hawai y California captó imágenes de un ejemplar inmóvil que se encontraba cabeza abajo. Los investigadores sospechaban que estaban buscando presas en el fondo marino, una hipótesis que no pudieron verificar, debido a la escasez de casos similares. Lo que no podían imaginar es que esa clase de avistamientos se repetirían años después en numerosas ocasiones. Entre ellos, hasta ocho observaciones analizadas en este estudio, entre las que se encuentra el vídeo que acompaña este artículo, grabado a más de 5.000 metros de profundidad en la fosa de Izu-Ogasawara. 

“Hasta ahora gran parte de lo que sabíamos sobre la biología y el comportamiento de los organismos de las profundidades se deducía de los especímenes capturados y llevados a la superficie -afirma Stewart- son ejemplares muertos, por lo que había que extrapolar mucho con las especies menos profundas. Los sumergibles nos han permitido observar estos animales vivos e intactos. Ahora estamos comprobando que no se comportan como pensábamos, algo emocionante para quienes nos dedicamos al estudio de la fauna de las profundidades marinas. (ALH)

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