No imaginaba aquel guajirito nacido el 6 de abril de 1933 en la barriada de San Ramón, Campechuela, actual provincia Granma, que su vida estaría plagada de hechos y acontecimientos trascendentales que cambiarían los destinos de una nación.
Al mayor de siete hijos, cinco varones y dos hembras, de muy cerca le venía la estirpe rebelde. Nieto de mambí, Juan Antonio Olivera Hernández tenía tan solo 20 años cuando los sucesos del Moncada.
Ese día llegaría unos años más tarde cuando gracias a su vínculo con vecinos de la zona que ya conocían de la estancia de Fidel en la serranía oriental le facilitaron el encuentro con el líder rebelde.
Iniciaba así una entrañable amistad en la que primaría sobre todo la lealtad hacia aquel también joven que vestido de verde olivo ya ostentaba los grados de Comandante.

Con solo cinco días en el campamento, Olivera tuvo su bautismo de fuego en Palma Mocha, combate victorioso de las fuerzas rebeldes que marcó así todo un periplo en la sierra y el llano de este joven, que primero desde el pelotón No. 28 de la columna 12 Simón Bolívar, y luego desde la propia Columna No. 1 José Martí, participó en poco más de treinta combates, de ellos al menos dieciocho bajo las órdenes directas del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz.
Con solo cinco días en el campamento, Olivera tuvo su bautismo de fuego en Palma Mocha, combate victorioso de las fuerzas rebeldes que marcó así todo un periplo en la sierra y el llano de este joven, que primero desde el pelotón No. 28 de la columna 12 Simón Bolívar, y luego desde la propia Columna No. 1 José Martí, participó en poco más de treinta combates, de ellos al menos dieciocho bajo las órdenes directas del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz.
El humilde guajirito fue alfabetizado en plena serranía y por su arrojo y valentía llegó a alcanzar los grados de Capitán del Ejército Rebelde.
En plena acción combativa desde el Cuarto Frente Oriental y al mando de su Columna, el triunfo de enero de 1959 sorprendió al entonces Capitán Olivera en la provincia de Holguín. El joven rebelde pensó que había acabado la guerra y era hora de regresar a casa.
En marcha triunfal avanzó la caravana libertaria, entre aplausos por pueblos y ciudades, y Jovellanos sería nuevamente el sitio de encuentro con el Comandante Fidel.

Ya en La Habana, y consolidada la victoria, otras responsabilidades le serían asignadas al Capitán Juan Antonio Olivera Hernández, no sin antes vencer decisivas etapas de superación profesional.
Vendría así un arduo bregar que incluiría el cumplimiento de misiones tanto dentro como fuera del país, entre las que se destacaron las cumplidas en Managua, capital de Nicaragua; la defensa de la Patria nuevamente durante las jornadas del preámbulo a la invasión mercenaria de Playa Girón, los días determinantes en las zafras azucareras y la lucha contra bandidos.
Cumplió sus obligaciones en varias unidades militares de matanceras, entre ellas las de Jovellanos, donde además conoció el amor y consolidó una familia.
Bulgaria y la República Popular de Angola resultaron otros de los escenarios desde la arena internacional que también conocieron del desempeño del ya consolidado para esa época, oficial de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, Coronel Juan Antonio Olivera Hernández.

De regreso a Cuba, en Matanzas y nuevamente en Jovellanos, esta vez sí para quedarse

definitivamente hasta nuestros días, el Coronel Olivera asumió responsabilidades entre las que sedestaca la fundación y guía por casi 20 años de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana.
Por su trayectoria, es de esos hombres que recibe toda la admiración, respeto y cariño de su pueblo.
Bien sabe este noble hijo ilustre de Jovellanos que la preservación de las conquistas por las cuales él y su generación lucharon, depende mucho del pensamiento y acción de los nuevos pinos.
Con la satisfacción de haber cumplido el deber hasta el presente, preserva el aval de haber vivido con dignidad un intenso y fecundo medio siglo de historia Patria. (ALH)