En la historia de Matanzas el museo particular creado por el erudito Francisco Jimeno Fuentes fue uno de sus momentos de gloria.
En el siglo XIX Matanzas sobresalió por la presencia del coleccionismo como práctica derivada del interés científico o la curiosidad intelectual. Aunque en ocasiones no era expresión de resultados de una investigación científica sistemática, desde sus inicios demostró esa vocación y se convirtió, con el paso del tiempo, en una actividad promotora de la ciencia. Personalidades como Juan Cristóbal Gundlach, Manuel J. Presas, Sebastián A. de Morales, Joaquín Barnet y Francisco Blanes, fueron ejemplo de coleccionistas. Entre ellos se destacó Francisco Jimeno Fuentes (1825-1891).
Entre 1849 y 1851 Francisco de Jimeno realizó un extenso periplo por Estados Unidos y varios países de Europa. En ese viaje visitó museos, galerías y bibliotecas, que consolidaron en su personalidad el interés y la curiosidad del coleccionista. La muerte de su padre interrumpió abruptamente el itinerario trazado. De regreso a Matanzas se consagró a su afición y llegó a establecer un museo o gabinete particular de carácter polivalente en la ciudad. Pronto su nombre se hizo famoso por los objetos exhibidos, sobre todo en el ramo de las ciencias naturales.
Acerca del contenido de su museo planteó Francisco Jimeno en una carta a Vidal Morales fechada en 1880:
“…he coleccionado objetos de historia natural, libros, monedas, autógrafos, antigüedades, manuscritos, objetos de arte y hasta sellos de correos…”.
No se conserva ningún catálogo acerca de las piezas que conformaron su colección o museo particular. Sin embargo, existen evidencias de su riqueza que es posible reconstruir para conocer cuáles fueron los ejemplares más significativos, por la huella que dejaron en la ciencia cubana y universal.
El bicentenario de Francisco Jimeno: un homenaje a la matanceridad
Historia natural
En el museo de Francisco Jimeno estuvieron representados todas las ramas de la historia natural, nombre con el que se conocía en su época lo relativo a la naturaleza, tanto animada como inanimada. Incluyó minerales, rocas, fósiles, plantas, animales de todo tipo, así como productos elaborados con materias primas naturales.
En 1865 el naturalista Manuel Presas publicó en la revista El Liceo, órgano del Liceo Artístico y Literario de Matanzas el artículo “Dos erizos”, donde dio a conocer que Francisco Jimeno poseía “…seis especies distintas…” de erizos de mar, de las cuales dos ha presentado a la Sección de Ciencias, halladas en la bahía de Matanzas. Sobre la significación de ambos hallazgos destacó:
“Estos son precisamente los más raros de nuestras costas y bahía, pues hasta ahora, que sepamos, no se les había encontrado por los aficionados. Parra no los cita, ni tampoco los naturalistas que trabajaron en la obra de Sagra. Poey, que los vio en el Museo del Sr. Jimeno, los considera como un bello descubrimiento para nuestra fauna marítima”.
El propio Presas mencionó que Jimeno poseía “…una bella serie de cristalizaciones sacadas de las cuevas de Bellamar”. También tuvo una amplia colección de peces conservados en pieles o en alcohol, que Felipe Poey mencionó en varias de sus obras ictiológicas.
En el libro De la existencia de grandes mamíferos fósiles en la Isla de Cuba (1865), el paleontólogo español Manuel Fernández Castro destacó algunos de los fósiles presentes en el museo de Jimeno. Entre ellos dos dientes fósiles atribuidos a una especie extinta de caballo. Tiempo después se demostró que había sido un fraude cometido por el dueño del lugar donde se hallaron. Según este autor fueron
“…encontrados en el ingenio La Majagua, partido de la Unión, que he tenido ocasión de ver en Matanzas en el gabinete del ilustrado e inteligente naturalista Sr. Jimeno, a quien no le ha sido dado conservar dichos fósiles porque se han remitido a los Estados Unidos; pero afortunadamente se han sacado varios moldes en yeso…”.
En otro lugar del libro Fernández de Castro señaló que había observado dos colmillos fósiles de hipopótamo
“…en la [colección] de mi distinguido amigo el Sr. D. Francisco Jimeno, con la seguridad de que uno ha sido extraído de los cimientos abiertos para una fábrica en la ciudad misma de Matanzas”.
En 1870 volvió a mencionar el hallazgo en Matanzas de ese colmillo de hipopótamo que estaba en poder de Jimeno, pero con una ligera variante acerca del lugar en que se encontró:
“…al abrir los cimientos de una casa inmediata a la que posee en Matanzas el Sr. D. Francisco Jimeno, rico hacendado y persona dedicada a las ciencias, en cuya colección se halla”.
Estos colmillos fueron exhibidos en la Exposición Universal de París de 1867. Allí los observó el paleontólogo francés Édouard de Verneuil, quien los mostró a Auguste Pomel, conocido investigador de vertebrados extintos. Pomel manifestó sus dudas acerca de estos fósiles, a lo cual Fernández de Castro se opuso con vehemencia. Además, pidió la opinión de la Academia de Ciencias de Madrid, que en informe de 1871 informe avaló el criterio del paleontólogo español. En 1881 volvió a defender su autenticidad.
La donación realizada por Francisco Jimeno, en 1866, al Museo de Historia Natural creado por la Sección de Ciencias Físicas, Naturales y Matemáticas del Liceo de Matanzas, reflejó la riqueza del museo del naturalista. Esta incluyó: 21 muestras de minerales y rocas cubanas y exóticas; una muestra de cera natural del yarey y una vela preparada con ella, una muestra de marfil vegetal y otra de pita de corojo; y una colección de 93 especies de insectos de varios órdenes, representadas por 135 individuos.
Además,una colección de 26 especies de moluscos cubanos y exóticos representadas por 119 ejemplares, un ejemplar de coral rojo, un arma de pez sierra; una mandíbula inferior, con sus colmillos, de cochino cimarrón; un esfenoides de manjuarí, siete huevos de aves y uno de caguama, un ave del paraíso disecada. Al año siguiente, entre las donaciones del taxidermista suizo Guillermo Gyssler, socio facultativo de la Sección, estuvo “Una caguama preparada por orden de Francisco Jimeno”.
En 1867, numerosos objetos de historia natural provenientes del museo de Francisco Jimeno, fueron presentados en la Exposición Universal de París. En el libro publicado por la Sección Española a propósito de este evento está descrito el contenido de lo enviado por el coleccionista matancero a ese certamen mundial:
-“Colección de fósiles de la isla de Cuba. Álbum de fotografías de estos mismos fósiles”. Además de los aportados por Jimeno, se incluían fósiles de Manuel Fernández de Castro, de la Real Universidad de la Habana, de los padres Escolapios de Guanabacoa, de Nicolás Gutiérrez, entre otros. Sobre la significación de dos de los fósiles presentados por Jimeno se trata más adelante.
-“Herbario Cubano en 18 volúmenes in folio, de los cuales 16 contienen 2200 especies de plantas fanerógamas, y los otros dos, 300 especies de plantas criptógamas. Esta colección es una de las más completas que se han formado de la Flora Cubana”.
-“Objetos de historia natural cubana. Forman parte de la colección de historia natural que con laborioso esmero y por sus propios recursos está formando en Matanzas el expositor. Dichos objetos son: 1° 25 peces en piel, escogidos entre más de 100 de que consta su colección, cuyo catálogo acompaña. 2º 30 esponjas, no clasificadas. 3° La fotografía de una hermosa madrépora sacada viva de la bahía de Matanzas”.
-“Colección de maderas de la isla de Cuba. Consta de 199 ejemplares preparados en forma de prismas cuadrangulares, cuyas cuatro caras presentan, una la corteza, otra el corte de la sierra, otra la madera acepillada y la cuarta la madera pulimentada y barnizada. Aun cuando esta colección está lejos de representar de una manera completa las maderas de Cuba, que según un catálogo recientemente formado pasan de 700, contiene indudablemente las principales por su abundancia, consistencia y belleza. A los objetos expuestos acompaña un catálogo con la nomenclatura vulgar y la científica de la mayor parte de ellos”.
-“Muestrarios de plantas textiles diversas y de lana vegetal. Colección compuesta de 71 ejemplares de plantas textiles y 10 de lanas vegetales. Aunque toscas y para los usos más comunes, muchas de las primeras se emplean ya en las localidades productoras. Esta colección no representa sino una parte de las plantas de Cuba que podrían proporcionar materias filamentosas para la fabricación de tejidos, sogas y papel. Soga de Majaqua, Hibiscus Tiliaceus”.
Además, dentro de la “Colección de los moluscos marinos de la isla de Cuba”, se encontraban ejemplares de Jimeno, aunque no se precisó su número. Hay que destacar que los “herbarios y muestras forestales” de Jimeno obtuvieron una mención honorífica.
La importancia de las maderas expuestas por Jimeno fue reconocida por el periodista español Francisco Orellana, quien mencionó al matancero, por su “…colección de 199 ejemplares de las maderas de Cuba más notables por su abundancia, consistencia y belleza…”. Gracias a la descripción de este autor podemos conocer cómo fue expuesta esta muestra xilográfica:
“Lo primero que se encuentra es una bellísima colección de maderas de la isla de Cuba. Pero ¿cómo han sido presentadas? Con un inmenso trabajo, curioso, sí, pero que no puede dar idea remota de la riqueza forestas de la reina de las Antillas: una especie de armario, formado de mil piezas, a manera de mosaico, y unos cuadros por el mismo estilo, revelan la abundancia y variedad de maderas ricas de aquella isla, pero nada más. Cada piececita tiene un número, y un cuaderno de papel, sujeto con un clavo a uno de los ángulos del armario, contiene la lista manuscrita de las maderas”.
En la Exposición de Matanzas, celebrada en 1881, Francisco Jimeno tuvo otra oportunidad de presentar parte de su museo. Sobre lo expuesto se planteó en el libro oficial del evento:
“En la Galería de Ciencias encontramos una preciosa colección de ágatas, perteneciente al ilustrado y naturalista matancero D. Francisco Jimeno, las diferentes colecciones de maderas cubanas, la Flora Cubana, la que, en unión de otras colecciones hoy expuestas en el Certamen, figuraron con distinción en la Exposición de París de 1867…”.
La pieza más célebre de historia natural que integró el museo de Francisco Jimeno fue el aura blanca. Se trató de un ejemplar albino de la especie Cathartes aura, ave carroñera muy común en Cuba y conocida por su plumaje negro. Apareció en Puerto Príncipe, hoy Camagüey, y enseguida se le vinculó a la labor benéfica de un admirado sacerdote de la localidad, el padre Valencia. Esto motivó una leyenda escrita por la camagüeyana Gertrudis Gómez de Avellaneda.
En 1861 el hospital de Puerto Príncipe la vendió para recaudar fondos. Fue traída a Matanzas por José Gómez, quien la regaló a Jimeno. En 1864 fue embalsamada por el taxidermista matancero Félix García Chávez. Se mantuvo como parte del museo de Jimeno por varios años, hasta que pasó al gabinete de historia natural del Colegio San Carlos y después al museo del Instituto de Segunda Enseñanza de Matanzas. Hoy se conserva en el Museo Provincial Palacio de Junco.
Dentro del museo de Francisco Jimeno también estuvo el primer resto fósil de Megalonix descubierto en 1860, en los baños termales de Ciego Montero, Cienfuegos. Este ejemplar fue donado a Felipe Poey por Juan Fermín Figueroa, quien más tarde se destacó como farmacéutico. Después, Poey lo entregó a Jimeno. Por último, éste lo donó al paleontólogo español Manuel Fernández de Castro, quien le hizo llegar con posterioridad “…una copia en papel mascado perfectamente imitada”.

Consistió en una mandíbula fósil de un mamífero de talla considerable, que se atribuyó inicialmente a un roedor extinto. Fue presentada por Poey en la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, el 15 de septiembre de 1861. Este fósil fue estudiado por el paleontólogo estadounidense Joseph Leidy, quien la nombró Megalocnus rodens. En 1910 Carlos de la Torre, discípulo de Jimeno y Poey, descubrió nuevos restos en Ciego Montero y Jatibonico, lo cual permitió la reconstrucción del esqueleto de este representante de la paleofauna cubana.
El descubrimiento de este fósil repercutió de forma significativa en la ciencia de su tiempo. Esta mandíbula fósil se presentó en la Exposición Universal de París de 1867. Sobre su significación se planteó en el catálogo de este evento:
“El objeto más notable de esta colección es la quijada inferior de un animal (probablemente un tardígrado) hallado en Ciego Montero, jurisdicción de Cienfuegos, la cual ha servido de fundamento a la Memoria del Sr. Fernández de Castro sobre la existencia de grandes mamíferos fósiles en la isla de Cuba”.

Otras piezas destacadas del museo de Francisco Jimeno fueron los dos ejemplares de erizos fósiles del género Asterostoma expuestos en la Exposición Universal de París de 1867. Fueron hallados “…en el cafetal Sara al Sur de Matanzas partido de Santa Ana, cuartón de la Guanábana; a 7 pies de profundidad, a 80 metros sobre el nivel del mar y a 7 millas del litoral”. Amante de la ciencia, Jimeno los donó al paleontólogo francés Gustave Cotteau, para que fueran estudiados a profundidad. Añade después al respecto:
“Hoy ocupan en mi colección, en vez de los originales, dos moldes en yeso, uno del Asterostoma Jimenoi y el otro del Asterostoma Cubensis”.
En su libro de memorias Lola María de Ximeno, sobrina de Jimeno, recordó estos fósiles de equinodermos. Su añoranza no es casual, pues se sustenta en la repercusión internacional que tuvieron:
“…sus afortunados hallazgos, como el de aquellos raros ejemplares que mereció de docta corporación de sabios europeos titular con el nombre del modestísimo y escondido matancero, rindiendo honor en el mundo de las ciencias al esclarecido aficionado”.

Otros objetos
En 1880 Francisco Jimeno publicó un artículo en la Revista de Cuba titulado “Período prehistórico cubano”. Lo presentó Vidal Morales en la Sociedad Antropológica de la Isla de Cuba. Le sirvió para ser aceptado como socio de número de esa institución. En él mencionó piezas de arqueología aborigen cubana presentes en su museo, las cuales envió a La Habana para ser expuestas junto a la lectura de su memoria.
Estas fueron “…dos puntas de flechas mesolíticas…”, una de ellas “…de forma aguzada como de lanza con cuatro chanfles, de un decímetro de largo por tres centímetros en su mayor anchura…”. La otra era de “…figura triangular, de seis centímetros de largo por tres y medio de base, con dos pequeñas escotaduras en ella…”. Ambas eran “…de cuarzita de diferente color…”. Mencionó además las llamadas “piedras de rayo”, a las que denomina “silíticos pulimentados”, de las que conservaba cuatro.
También mencionó otros dos “…instrumentos de piedra…” presentes en su museo. Uno, “…muy parecido a los pasadores que emplean los marineros para arreglar los cables…”, de forma cilíndrica y aguzado en ambos extremos con una punta algo roma. Poseía un agujero a tres centímetros de una de sus puntas, como para introducir una cuerda y estaba hecho en una roca de pizarra silícea. El otro tenía forma de hoja de cuchillo. Una de sus puntas terminaba de forma encorvada y la otra recta. Ambos artefactos se hallaron en la laguna de Guanamón, Nueva Paz. Por último, señaló que poseía “…varios restos de cerámica muy tosca…”.
Tres lápidas de antiguas construcciones de la ciudad de Matanzas ocuparon un lugar destacado en el museo de Francisco Jimeno. Él las resguardó y donó al Ayuntamiento local en 1877. Su intención era comenzar la creación de un museo arqueológico matancero. Estas reliquias se exhibieron en la Exposición de Matanzas de 1881:
“La primera de estas lápidas, representa el escudo de armas de la familia de los Amoedos, que existió en la casa conocida con el nombre de Cadenas, la cual hizo las veces de iglesia mientras se construía la actual, en 1730. La segunda pertenece á la fundación del Fuerte de la Vigía, en 1748, y la tercera corresponde á la erección del Puente de San Luis, en 1834”.
En 1881 las tres lápidas se conservaban en el local destinado a la Biblioteca Pública en el Ayuntamiento de Matanzas. De ellas sólo se conserva en la actualidad el escudo de armas de la familia Amoedo y se desconoce el paradero de las otras. Gracias a Francisco Jimeno se conoce el aspecto físico de la lápida del Fuerte de la Vigía, debido a un esbozo que hizo del mismo.

Dentro del museo de Jimeno sobresalían sus libros raros y valiosos. Esto le permitió contribuir al completamiento de la bibliografía cubana, trabajo iniciado por Antonio Bachiller y Morales en el tercer tomo de los Apuntes para la historia de las letras, y de la instrucción pública de la Isla de Cuba. Así lo hizo en dos artículos publicados en la Revista de Cuba en 1880. Ambos ofrecen una idea de la riqueza contenida en el museo de Francisco Jimeno, pues aportó 103 nuevos títulos que debían incorporarse al listado de libros publicados en Cuba. Muchas de estas referencias poseen notas, aclaraciones, e incluso documentos anexos que se relacionan con ellos.
Uno de estos libros raros fue el Índice de las piezas dramáticas permitidas sin atajos ni correcciones, de las permitidas con ellos y de las absolutamente prohibidas por el censor principal de teatros de la Habana (1857). En 1885 el escritor Nicolás Heredia señaló sobre este texto:
“Un ejemplar de ese precioso registro me ha proporcionado mi diligente y conocido amigo D. Francisco Jimeno, cuyo amor a las curiosidades históricas es proverbial entre nosotros”.
Francisco Jimeno tuvo además una valiosa colección de revistas y periódicos de Cuba y el mundo. Siempre mantuvo un interés sistemático por conservar publicaciones seriadas, las cuales le sirvieron para sus trabajos históricos y de ciencias naturales. En su correspondencia es posible encontrar referencias a las revistas y periódicos que recibía de varias partes del mundo. Sobre la revista francesa L’Autographe expresó en 1880 que “…tenía toda la colección, que regalé a un amigo cuando la dispersión de mi Museo”. También tuvo todos los números del periódico El Siglo del año 1862 y de la Aurora de Matanzas de 1829.
Francisco Jimeno tuvo una importante colección de documentos antiguos. Algunos eran originales y en otros casos eran copias que hacía él mismo y después conservaba. Los utilizaba en sus investigaciones o, como sucedió en muchas ocasiones, los regalaba a sus amigos o a quien los necesitara. El 10 de julio de 1880 comenzó a publicar en el Diario de Matanzas la sección “Protocolo de antigüedades”. En ella reprodujo varios de estos documentos “…si no inéditos por lo menos curiosos y poco conocidos”.
Gracias a esto es posible conocer algunos de los documentos históricos que integraron la colección de Jimeno. Por ejemplo, “La Isla de Cuba en 1780”, copiado de la Guía de forasteros publicada en 1780. También “A la nave de vapor”, poema del poeta habanero Manuel Sequeira y Arango. Otro fue “Tradiciones cubanas”, publicado en Diario de La Habana, julio de 1842, por Tranquilino Sandalio de Noda.
Francisco Jimeno también envió documentos antiguos de su colección a la Revista Económica, publicación editada en La Habana. Esta reconoció en el matancero “…uno de los mejores bibliógrafos del país…”, que “…atesora en su biblioteca raros y muy importantes documentos inéditos…”. Allí publicó dos escritos, entre ellos “Los ingenios de la Isla de Cuba en 1798”, informe presentado por el Real Consulado al Capitán General Conde Santa Clara.
En el museo de Francisco Jimeno existieron gran cantidad de autógrafos. La correspondencia que sostuvo con Vidal Morales contiene menciones a los que atesoró. Por ejemplo, le comentó sobre la gran cantidad de documentos de puño y letra del poeta José Jacinto Milanés que atesoraba. En diciembre de 1879 le envió copias de autógrafos escritos por destacadas personalidades de la historia de Cuba como Ramón de la Sagra, José Morales Lemus, Nicolás Azcárate y El Conde de Pozos Dulces. También conservó autógrafos de figuras relevantes de la historia y la sociedad matanceras, como Ildefonso Estrada y Zenea, Daniel Dall Aglio, José María Casal, Sebastián A. de Morales, Emilio Blanchet y Federico Milanés.
En una ocasión Francisco Jimeno hizo mención a su “colección sigilográfica” en carta a Vidal Morales. Esta consistió, sobre todo, en papel sellado o sellos de timbre. Sus palabras fueron:
“…he tenido la manía de coleccionar y emprendí reunir papel sellado, habiendo conseguido 40 ó 50 diferentes en (…). Mi colección, si no se ha perdido que todo puede ser, debe estar en algún cajón o baúl…”.
Para la historia
Francisco Jimeno consideró que salvar la historia para las generaciones futuras era un deber que debían cumplir todos los amantes de esta ciencia, además de un ejemplo para las generaciones futuras que debían continuar esa labor. Así lo expresó al recordar las palabras que pronunció al presentar al Ayuntamiento de Matanzas algunas de sus antigüedades:
“Esa es, en mi criterio, la verdadera misión del coleccionista y la utilidad que pueden prestar las colecciones: el principal mérito se lo da el tiempo, lo indiferente hoy, mañana será interesante”.
La obra de Francisco Jimeno significó la transición entre el gabinete privado y el museo público en Cuba. A pesar de poseer un célebre museo privado, siempre apoyó todos los esfuerzos para crear espacios públicos vinculados a la museología. Incluso, promovió en 1881 la creación de un Museo Arqueológico Cubano. Aunque ese deseo era de algún tiempo antes, fue durante la Exposición de Matanzas de ese año que comenzó a tomar fuerza en sus desvelos como coleccionista.
Por último, hay que destacar otra idea de Jimeno acerca del coleccionismo, que además conformó una firme cualidad de su personalidad: el desinterés en función de la ciencia. Cuando comentó acerca de la solicitud hecha por el gobierno español para presentar objetos de historia natural a la Exposición de París de 1867, escribió:
“Al ofrecer mis colecciones no sólo me movía el deseo de contribuir al éxito de tan noble empresa; confiaba en que gran número de objetos nuevos y desconocidos fuesen examinados y estudiados por personas competentes que los diesen a conocer al mundo científico…”.
Los criterios y valoraciones de los contemporáneos siempre fueron elogiosas. Para su discípulo Manuel J. Presas el museo que creó era “…uno de los monumentos que más honran á Matanzas…”. De acuerdo con Carlos de la Torre, era un “…riquísimo Museo…”, donde no existía un objeto “…cuya historia no conociese a perfección…”, mientras que Eduardo Díaz destacó sus “…variadísimas e interesantes colecciones…”. Francisco Calcagno lo consideró “…honor de Matanzas…”.
Hostigado por las penurias que debió enfrentar en los años finales de su vida, Francisco Jimeno cedió al Instituto de Segunda Enseñanza de Matanzas, en 1887 y en calidad de depósito, lo que quedaba de su museo. Era, sobre todo, la parte dedicada a la historia natural. Tiempo después el Instituto compró esa colección. Fue el inicio del llamado Museo Jimeno-La Torre, que alcanzó también celebridad en Cuba y fuera de ella. Pero ya esa es otra historia.
