La tarde era gris, caprichosamente gris. Hacía dos días el Dengue azotaba fuerte mi cuerpo y la fiebre me obligaba a permanecer en casa de certificado médico. El día había sido agitado, tras la llegada de visita. En Matanzas llovía. Rayos y centellas alumbraban la ciudad. Es como si el mundo se acabara. 

Mucho antes de las siete de la noche suena el teléfono.

Una periodista que vive frente a la Bahía me pone en alerta. ¡Algo pasa en la Base de Supertanqueros de Matanzas! Subí al balcón y la nube de humo me golpeó rápidamente la mirada. Informé al director y a todos lo equipos de prensa. Si el incendio era en la Base de Supertanqueros, el problema era bien complejo. Movimos a periodistas y camarógrafos para el lugar.

Empezaron las llamadas, las alertas. Recuerdo hablé con Lázaro Manuel Alonso y le impuse de lo que pasaba en la ciudad. Casi iniciaba el noticiero Estelar y la noticia no podía esperar. Un rayo impactó en el domo geodésico del tanque 52, el incendio prometía ser de grandes proporciones, pero superó los pronósticos.

Quizás esa ha sido la madrugada más dura de mi vida como profesional. Desde esa noche la tensión no nos permitió dormir. Durante la madrugada estuvimos al tanto de nuestra gente. ¡Cuídense muchachos! ¡No se acerquen al tanque! ¡Lleven agua para el calor! ¡Me dicen qué es en realidad lo que está pasando! ¡Cómo se sienten! Yo no hallaba ya, que decir. Es muy difícil para un periodista, jefe de Información, verse amarrado en casa, cuando sus colegas están afuera. Caminaba de un lado a otro, me sentaba en el sofá, me tiraba en la cama, revisaba internet, no podía estar quieto.

Habíamos montado varios equipos de prensa durante la madrugada para mantener informada a Cuba a través de la Televisión de lo que pasaba en la zona industrial. Pasadas las cuatro de la mañana la periodista de turno en el área me llama. Como es habitual, le cuelgo para llamarla, me insiste de nuevo, le cuelgo y logro comunicar.

Pocos tienen la mínima idea, qué ocurre cuando al teléfono sale una voz de tu gente gritando de pánico…

LYL

¡Karel , esto se jodió! ¡Karel Explotó el tanque! ¡Hay mucho calor aquí! ¡El camarógrafo no aparece Karel! – Y gritaba: Rigoooo, Rigooooo. Voy saliendo de aquí apenas encuentre a Rigo.

KAREL

Lyl cálmate coño, Lyl que pasa. ¡Sal rápido de ahí, sal!

LYL

Rigo no aparece Karel, el estaba cerca tomando imágenes.

Ahí me paralicé. Fueron unos segundos, que nunca se borran de mi memoria.

Minutos más tardes apareció Rigo. Ya el equipo tenía algunas quemaduras visibles y los trasladaban al Hospital. Llamamos rápido a la directora de la institución para alertarle que nuestro equipo de prensa también estaba lesionado. Sabíamos le iban a atender a todos, pero igual…

Fueron momentos duros para el periodismo. Contar historias en situación de crisis. Poco sabíamos del tema, no teníamos experiencia, solo el conocimiento de la academia.

Cuando amaneció decidí irme. Sabía lo que me tocaba y dónde tenía que estar, a pesar que me sintiera enfermo. Empezamos a organizarnos. Hacer turnos de redacción, equipos, planificar minutos de descanso, rotaciones, pero no dábamos abasto. Las tres primeras jornadas recuerdo no dormíamos. Nos tirábamos en los asientos y ahí quedábamos. Recuerdo que en una ocasión le exigí a Carlos Manuel Bernal, un joven periodista, que descansara, que fuera a casa y me contestó: no puedo Karel, ¡Igual no voy a dormir! Yo le entendía y me sentía orgulloso.

Así hicieron Eliane Táboas, Blanca Bonachea, Ángel Rodríguez y todo el equipo. Hasta los periodistas de vacaciones o licencia pedían cómo colaborar. Había miedo, pero el deber de informar y los timbales prevalecían. La mayoría no menor de treinta años.

Esa noche me acerqué al monstruo, hasta donde me dejaron pasar. El panorama era horrible. Así pasamos minuto a minuto informando. Agotados, con sueño, tristes por el panorama. La noticia de la desaparición de varios jóvenes nos laceraba. Los que estuvimos cerca no olvidamos aquellas noches pintadas de rojo y naranja. Aquel color asustaba.

Nosotros también temimos por nuestras vidas, pero el periodismo no podía callar ante aquel hecho. Nos tocaba estar allí y allí estábamos. Hoy duelen las ausencias que queman más la piel, que el propio fuego. Ángeles sobrevuelan la ciudad, la misma ciudad que salvaron con sus vidas.

0 comentario sobre «Días de insomnio»
  1. Leer estas líneas me hizo recordar esos días de agosto, la incertidumbre, el miedo, las noches en vela, las horas pensando cuando acabaría el siniestro y cuántas vidas llevaría consigo. Las sirenas de las ambulancias, el olor a crudo. También recuerdo todas las manos que llegaron a sofocar el fuego que devoraba nuestra base de supertanqueros.
    Algunos honran en silencio, otros no pueden contener las emociones que desde ese 5 de agosto permanecen en el baúl de emociones al que llamamos corazón y no pocos dejan en líneas que brotan del alma el homenaje a esos que no volvieron del fuego.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *