El San Juan, líquido espejo

que de muchacho rompía

con plomadas de osadía

atadas de un gancho viejo.

Desde la mítica Gaviota del San Juan, hasta el  admirado San Juan Murmurante, el manso afluente citadino ha sido singular testigo del devenir histórico cultural de la Atenas de Cuba.

En ambos márgenes le crecieron dos barrios, Pueblo Nuevo y Matanzas, que atesoran entrambos importantes páginas del acontecer de la urbe.

Desde pequeño frecuenté su margen neopoblana. Allí se levantaban vetustos almacenes de azúcar, donde sudorosos estibadores manipulaban sobre sus espaldas, saco a saco la dulce carga. A la altura de la calle San Vicente, tras una empalizada de madera que abarcaba una manzana, eran protegidos los bueyes que cada jornada eran enyugados para   armar los trenes cargados de azúcar con destino al puerto.

A principios de los años sesenta, cada mediodía llevaba el almuerzo a mi padre que trabajaba justo en el lugar. El encargo lo cumplía con verdadero disfrute. Por esos días estrenaba una flamante bicicleta china y ya en el río, con frecuencia lanzaba algún  anzuelo con cualquier carnada improvisada.

Con sus tímidos reflejos

reverberaba el San Juan

las tardes de escaso pan,

que hasta su orilla llegaba

por ver si un peje picaba

mi ruinoso curricán.

Los 24 de junio el río se vestía de fiesta para celebrar el nacimiento del santo de la cristiandad. Palos encebados o cucañas, embarcaciones engalanadas y otras distracciones náuticas eran organizados durante los festejos. Muchos destinos se regían por los dogmas impuestos por la fe. Aun puedo recordar que muchas familias cubanas no permitían a la prole inaugurar los veraniegos baños de playa hasta la celebración del San Juan.

Con los años los festejos se desplazaron para el mes de julio, cuando eran convocados los gustados carnavales acuáticos actualmente suspendidos. No obstante, en ocasión del 24 de junio fue rescatada la tradicional quema del muñeco del San Juan.

Sobre las aguas de la plácida corriente se levantan 3 de los 5 puentes centenarios de la ciudad y a sus orillas crecen en la actualidad numerosos establecimientos gastronómicos y espacios de recreación. El paseo Narváez, el Centro Cultural de Artex, el taller del Lolo, entre otros muchos, ofrecen importantes opciones de esparcimiento.

Tal vez en esa política cultural que hoy disfruta de la afluencia y preferencia de  diversos públicos, en especial de los más jóvenes, se debería estudiar las manifestaciones más apropiadas al lugar, que no desdigan de la paz y el sosiego que ayer le prodigaron especial encanto.

En la orilla sur del afluente se realizan labores de limpieza, canalización de las aguas, trazado de calles y aceras, construcción de viviendas y embellecimiento en general.

Sus pequeñas casas y muelles, para facilitar el arribo de las embarcaciones pesqueras, aportan un atractivo especial.

El socorrido rescate del puente giratorio permitiría la entrada de barcos de mayor porte que redundaría en la ampliación de servicios a lo largo de las navegables aguas del río San Juan.

Los avances alcanzados durante los últimos años deben ser protegidos y ampliados. Acodado en alguno de sus puentes, el alma encantada de su poeta insigne, José Jacinto Milanés, canta al San Juan. (ALH)

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