A menudo, el foco mediático se centra en determinados premios nacionales , soslayando galardones igual de cruciales que distinguen un trabajo silencioso y transformador. El Premio Nacional de Pedagogía, fue el reconocimiento que, en 2019, coronó —junto a otros importantes lauros— la vasta trayectoria de la profesora Inés Salcedo Estrada, una vida dedicada por entero a la educación.
Su vocación nació durante su etapa preuniversitaria, en un momento en que el país necesitaba formar profesores. Siendo militante de la juventud, Inés dio una respuesta positiva y decidió ingresar en el Instituto Pedagógico Enrique José Varona.
De pequeña soñaba con ser ingeniera o arquitecta, imaginando planos y construcciones que dejarían huella en el mundo. Sin embargo, el destino la condujo a un aula, donde descubrió su verdadera pasión.
Terminar entre los mejores graduados le permitió a Inés recibir su título de manos del Comandante Fidel Castro. «En ese instante sentí que estaba en el lugar correcto», recuerda. La ceremonia tuvo lugar en la escuela en el campo La Ceiba, en La Habana, durante una jornada productiva. «Salimos de allí con toda la fuerza de la juventud, con la convicción de que teníamos que cumplir bien la tarea que se nos había encomendado, educar».
Su primera misión consistió en incorporarse al destacamento pedagógico «Manuel Ascunce Domenech» como profesora de Biología, en Jagüey Grande, un lugar fuera de su provincia donde nunca había estado. Sin embargo, su incondicionalidad y dedicación fueron inmediatamente reconocidos, y se le pidió asumir el cargo de subdirectora de una escuela secundaria básica en el campo (ESBEC)“Georgi Dubrovolsky” y además se desempeñó con el mismo cargo en la ESBEC “Primer Congreso”.
Así, su primer año no transcurrió en el aula con el Destacamento, sino liderando instituciones mediante una prestación de servicio.
Sobre la experiencia en las ESBEC nos cuenta: «No todo fue fácil». Aquel primer desafío como subdirectora fue abrumador, pero la curiosidad en los ojos de sus estudiantes y ser parte de su crecimiento le producían una satisfacción indescriptible.
Al culminar esa misión en 1973, se incorporó a la formación de jóvenes como subdirectora docente del destacamento en la filial universitaria Alberto Fernández Monte de Oca , y se mantendría en cargos de dirección hasta 1982.
Inés se enorgullece, junto a sus colegas, de haber sido una de las iniciadoras del Destacamento Pedagógico «Manuel Ascunce Domenech», un esfuerzo colectivo para formar nuevos maestros en tiempos de cambio.
Sobre esa etapa cuenta: “Yo estuve una década con nuestros jóvenes formándolos, yo tenía 22 años cuando ingresé, mis alumnos tenían 15 (…) cuando uno ocupa la labor de dirección y es profesor de una escuela vive la vida de sus estudiantes , si los muchachos tenían algún problema, eran jovencitos, uno sufría eso también”.
En 1982 obtuvo una beca para realizar un doctorado en la Unión Soviética. Regresó en 1986 con su grado científico y se incorporó directamente a la filial del Instituto Pedagógico en Matanzas, trabajando desde entonces en la formación superior de profesores.
Desde su retorno y a lo largo de su fructífera carrera en la educación superior, su labor como tutora de tesis de maestrías y doctorados y asesora ha sido fundamental: «He vivido 46 carreras de maestrías y 16 doctorados. Por tanto, en cada momento vivido, cada periodo vivido ha sido para mí de mucho acompañamiento, de mucho trabajo, de mucho esfuerzo, he sufrido lo que sufren, pero también he sentido la alegría de que han terminado. Y entonces para mí cada vez que terminan es un júbilo”, apunta.
Los años 2017 y 2019 constituyeron momentos significativos en su carrera, cuando recibió tres grandes reconocimientos: el Premio Nacional de Biología y el título de Profesor Emérito de su universidad y el Premio Nacional de Pedagogía. «Esos tres grandes reconocimientos que afianzan el compromiso con la educación», afirma.
«Una larga vida en la docencia —52 años; pero sigo aquí aún en la universidad; ya tengo 75”. Y concluye con humildad y sabiduría: «Yo lo que he sido, tal vez, una heredera y continuidad de una obra de los que me precedieron. Por tanto, creo que eso es lo que he hecho. Y lo que siempre he defendido y he dicho públicamente: que lo he hecho impregnada de una gran vocación».
Para la profesora Inés, la enseñanza no solo era una profesión; era un llamado que resonaba en su corazón. En cada aula, sentía que estaba construyendo algo más grande que ella misma: un futuro lleno de posibilidades. Así, su vida se convirtió en un hermoso viaje de amor y dedicación por la educación, dejando una huella imborrable en aquellos que tuvieron la fortuna de aprender de ella.
Más allá de los galardones, el mejor premio lo siguen dando sus estudiantes cada día. Su legado se proyecta, hoy más que nunca, como una inspiración permanente.
Tomado del Perfil de Facebook de la Universidad de Matanzas
