Sobre las calles adoquinadas de Matanzas, se alza majestuoso y etéreo el Teatro Sauto, joya inmortal que pervive en la memoria de una ciudad como testigo de su historia.
Su elegancia lo convierte en símbolo de un pasado y un futuro lleno de promesas, donde cada rincón susurra historias pasadas y destellos de arte y pasión.
Inaugurado el 6 de abril de 1863 es el epicentro de momentos y leyendas El Sauto se erige en el centro de la ciudad e irradia la grandeza de épocas pasadas. Comparado con él, quienes le visitan, solo son fragmentos de una historia. Su presencia transforma las calles en alfombras doradas y las memorias en un exquisito banquete para el alma. ¿Quién se atrevería a preguntarle la edad a este coloso, que ha resistido el paso del tiempo con gracia y ha sido remodelado con dos cirugías que lo dejan impecable? Su figura imponente en el exterior contrasta con un interior cálido y acogedor, donde cada muro cuenta leyendas de amor. Al adentrarse en su interior, el suelo se transforma en una pista de baile y la luz del escenario ilumina cada paso como una danza. Es como si nos transportase a un sueño donde las piedras de abalorio del techo envuelven con su aura mágica. Con la gracia de quien danza, el Sauto sopla 161 velas en su aniversario, cada una representa una historia, un sueño. En cada reflejo de sus espejos matiza la identidad de Matanzas, de Cuba, de un amor eterno por el arte que late en cada piedra, en cada suspiro, en cada instante compartido. En este lugar sagrado para la cultura se encuentra no solo un edificio, sino un guardián de secretos, un confidente de emociones y un refugio donde el tiempo se desvanece y el espíritu se alza.