El 10 de octubre de 1868, con el pronunciamiento encabezado por Carlos Manuel de Céspedes en su finca Demajagua, situada en Manzanillo, se inició la primera guerra de independencia en Cuba, contienda que duró diez años.
Como se conoce, el gran objetivo no fue alcanzado entonces; sin embargo, esa fecha y aquel proceso marcaron de manera muy profunda a la nación cubana que, en esa década, fue madurando y consolidando su sentido nacional. Aquel proceso se conoce como Guerra de los Diez Años o Guerra Grande, en comparación con las que le siguieron; sin embargo, José Martí siempre se refirió a aquel acontecer como revolución, lo cual es fundamental.
Los hechos del 10 de octubre tuvieron lugar en un contexto que resultaba favorable a ese pronunciamiento. Si bien había diferentes criterios acerca del momento en que debía producirse la insurrección, las circunstancias de aquel momento creaban un clima muy especial.
La frustración de los intentos reformistas evidenciada en el resultado de la Junta de Información en España (1866-1867), potenciaba más la solución independentista. Hechos como la aparición del retrato de la reina ibérica acuchillado y el mapa de España en la figura de un burro en los predios de la Real y Literaria Universidad de La Habana en aquellos años sesenta, ya evidenciaba un estado anímico, lo que tomaría mayor forma en los grupos conspiradores pues se iban estructurando grupos de inspiración independentista en toda Cuba, aunque de mayor fuerza en la zona oriental y también en el centro de la Isla.
Por otra parte, en Puerto Rico igualmente tomaba forma la conspiración independentista que se expresaría en el Grito de Lares el 23 de septiembre de 1868. Las circunstancias de la metrópoli también se hacían muy vulnerables expresadas en la Revolución de Septiembre o Gloriosa, al tiempo que en América Latina se vivían procesos de reformas liberales y se extendía el sentimiento de rechazo a España por sus intentos de reconquista.
Los factores enunciados creaban un clima propicio para el pronunciamiento cubano, aunque dentro de los conspiradores no había consenso acerca del momento en que debían pronunciarse. Como es bastante conocido, Carlos Manuel de Céspedes defendía el criterio de la inmediatez y así lo hizo, en lo que algunas circunstancias lo favorecieron. Sin duda, el sentido de momento histórico había permitido a Céspedes entender que no se podía dilatar el alzamiento, sin desconocer que algunas circunstancias aceleraron la acción.
La composición de aquellos grupos, era fundamentalmente de terratenientes y profesionales con arraigo regional, lo que incidía en las miradas que podían tener ante el asunto de mayor discusión y desacuerdo: la fecha de arranque, a lo que se unía la mirada diferente acerca de que podía significar aquel hecho, las fuerzas participantes y, de modo particular, la actitud ante el sistema esclavista.,
El 10 de octubre de 1868 se produjo la proclamación de la independencia por Céspedes, pero otro gesto marcaría ya una mirada de transformación dentro de la sociedad: la proclamación de la libertad para sus esclavos y el llamado a luchar por la independencia en igualdad de condiciones. Ese era un golpe demoledor para ese sistema esclavista.
La vida en los campos de Cuba libre también representó un cambio muy importante. Como describió Martí en su Lectura de Steck Hall, el 24 de enero de 1880, la cotidianidad de quienes vivieron en las zonas dominadas por los mambises tuvo cambios esenciales:
(…) los niños nacieron, las mujeres se casaron, los hombres vivieron y murieron, los criminales fueron castigados, y erigidos pueblos enteros, y respetadas las autoridades, y desarrolladas y premiadas las virtudes, y producidos especiales defectos, y pasados años largos al tenor de leyes propias (…) que crearon estado, que se erigieron en costumbres (…) [que dieron] en tierra con todo lo existente, y despertaron en una gran parte de la Isla aficiones, creencias, sentimientos, derechos y hábitos (…).[1]
Martí describía así la transformación que aquella gesta producía en la vida de todos los que estaban en su territorio. Este cambio era parte de la proclamación de la República en la Asamblea de Guáimaro, pero también de cómo se fueron imbricando en el campo de lucha los diferentes grupos sociales; lo que tiene marcada importancia en una sociedad marcada por la esclavitud.
En ese aspecto resulta muy importante el proceso de radicalización que se vivió en esos años, pues si bien la dirección inicial estuvo concentrada en manos de terratenientes centro-orientales, la masa de combatientes estaba compuesta por capas medias -que incluían a intelectuales-, campesinos y esclavos liberados en las zonas de guerra, quienes a partir de su desempeño fueron ascendiendo en la estructura militar y en el reconocimiento popular. La dirma por Céspedes, como presidente, de la abolición de la esclavitud marcaría un momento de radicalización profunda.
El proceso descrito sucintamente no estuvo exento de contradicciones que afectaron el desarrollo de la contienda; pero resultó muy significativo el cambio que produjo, pues ya Cuba no sería igual, pues como también afirmó Martí, un pueblo no puede ser después de una revolución igual a como lo era antes.[2]
El pronunciamiento del 10 de octubre de 1868, por tanto, constituyó el inicio de aquel proceso revolucionario, en el cual emergieron nuevos símbolos fundamentales para la nación cubana, como su Himno nacional, junto a figuras icónicas como Carlos Manuel de Céspedes, Perucho Figueredo, Ignacio Agramonte, Máximo Gómez, Antonio Maceo y muchos otros, que incluyeron también la presencia femenina generalmente simbolizada en Mariana Grajales.
A pesar de las contradicciones que afectaron el desarrollo de esa gesta, por lo que otros tendrían que recoger el pabellón que dejaron caer, cansados del primer esfuerzo, los menos necesitados de justicia,[3] según valoración martiana; la Revolución del 68 resultó un hecho fundamental para la consolidación de la nación y para nuevos proyectos revolucionarios. El 10 de octubre fue su parto, su momento fundacional. (ALH)