A los tres años Carlos Alcaraz tomó su primera raqueta. Le pesaba. Jugueteó a meter los dedos entre las cuerdas y a moverlas de un lado a otro. Su padre lo miraba con orgullo, deseando que le gustara el tenis. Anhelaba que se entretuviera al jugarlo y, por qué no, que lo convirtiera en su vida.
El tenis lo tenía en la sangre. Su abuelo, su viejo y él compartían la misma pasión por un deporte en el que convive la soledad de la cancha con la compañía de la vida.

El peso de la raqueta se aliviaba con el paso de los años y también nació el amor profundo por el deporte y la ilusión del profesionalismo. Así llegaron los primeros torneos adolescentes, y cuando apenas tenía 15 años tocó a las puertas de la academia de Juan Carlos Ferrero, ex número 1 y campeón de Roland Garros. Ahí forjó una amistad y una mentoría indestructible. Empezó así su acecho al ranking.
Comenzó en el puesto 1414 en febrero de 2018. Poco más de un año después ya era el 597. En diciembre de 2020 ocupaba el 141 y terminó 2021 en el peldaño 32.
Mientras Roger Federer se retiraba, Rafa Nadal resucitaba y Novak Djokovic ganaba, él empezó su arremetida. Aquel niño maravilla ganó el US Open y apareció por primera vez como el número 1 del mundo. Su carné de identidad marcaba 19 años.

De ese modo se plantó en el corazón del tenis, en la cancha más importante del planeta y venció, viniendo desde atrás y con el puño apretado, a Nole, el mayor campeón de Grand Slams, miembro selecto del Big3 y protagonista del debate para ser considerado el mejor de la historia. En un partido de casi cinco horas, le quitó un invicto de 10 años en su cancha, mantuvo el número 1 del mundo y de paso, ganó Wimbledon. Hoy la raqueta ya no le pesa y tampoco lo hace la historia. Él sostiene con fuerza la primera, mientras escribe con talento la segunda.
Su nombre es Carlos Alcaraz. Seamos bienvenidos a su era.