El juego vivaz  de José Raúl Capablanca, bien valía una danza. Al menos tres “partidas vivientes” fueron representadas en Cuba con todos sus atributos coreográficos,  en homenaje al ilustre ajedrecista. Así ocurrió durante el pasado siglo, dando lugar a la  elegante danza de los trebejos.

José Raúl Fausto Capablanca y Graupera, nació en La Habana el 19 de noviembre de 1888. Fue el segundo hijo del matrimonio del militar del ejército español José María Capablanca Fernández y la distinguida  matancera María Matilde Graupera y Marín, contraído en Matanzas en 1844.

Con poco más de 4 años, Capablanca, aprendió a jugar ajedrez, con 13 se convirtió en el campeón de Cuba y a la edad de 33 años se coronó tercer Campeón Mundial del juego ciencia.

Los triunfos ajedrecísticos del genial jugador cubano cobraron temprana fama entre los seguidores del juego ciencia dentro y fuera del país. En Cuba la atracción se extendió a la población en general  que reconoció en alto grado sus resultados competitivos. A su vez, la elegancia y galantería del osado trebejista le ganaron afectos entre las féminas más allá de los salones ajedrecísticos.

Para 1909, su fama crecía en Estados Unidos, alcanzando verdadera admiración al derrotar al ídolo local el Gran Maestro Frank Marshall, en un duelo en que el Mozart del ajedrez se impuso con 8 victorias, 14 tablas y una sola derrota.

En 1911 con apenas 23 años, Capablanca asiste al torneo de San Sebastián donde su presencia no fue bien recibida. La cita reservaba sus plazas para los mejores jugadores del mundo, consideración que aún no se dispensaba al joven cubano. Pero Capablanca destrozó todos los pronósticos e impuso su juego para ocupar el primer lugar del selecto torneo.

La histórica victoria se recibió en Cuba con verdadero entusiasmo, al que el joven campeón correspondió con una gira de simultáneas por varias ciudades del país.

El homenaje matancero

En su libro “El Ajedrez en la Atenas de Cuba”, el premio Nacional de Historia del Deporte Joaquín Mestre Jordi, ofrece detalles del homenaje rendido a Capablanca en la ciudad de los puentes y refiere la atención brindada por la prensa local de la época, al memorable acontecimiento.

Desde el entusiasta recibimiento en la estación de ferrocarriles-ocurrida al atardecer del 15 de enero de 1912- el traslado en automóvil por las principales calles de la urbe, la cena, el brindis y los discursos pronunciados en honor al visitante, Capablanca vivió momentos de especial motivación.

En la noche del 17 de enero, tercero y último día de la visita de Capablanca a Matanzas,  tuvo lugar el vistoso espectáculo que sugirió la presente crónica.

El emblemático Teatro Sauto fue escenario de una “partida viviente” disputada entre José Raúl Capablanca y Don Felipe Valleé, destacado aficionado citadino al juego ciencia.

Mientras Capablanca y Valleé, vestido de blanco el primero, y rojo vino el segundo, disputaban una colorida partida frente al numeroso público asistente, sobre el escenario se dispuso un inmenso tablero, donde niños y niñas vestidos con trajes representativos de las distintas piezas, ejecutaban cada jugada de los contendientes. En breve, las piezas conducidas por Valleé, se rendirían ante la fuerza implacable del joven trebejista.

Mestre Jordi señala en su libro, una publicación del diario Yucayo del 19 de enero de 1912,  que se refería al encuentro ajadrecístico como un singular espectáculo nunca visto en Matanzas.

En cambio el propio Mestre, indica la existencia de algunas publicaciones que afirman que en 1898, Capablanca había disputado una “partida viviente” mientras estudiaba en el Instituto de Segunda Enseñanza de la ciudad yumurina.

El cotejo con otras fuentes, practicado por el acucioso investigador, le hacen dudar de esa partida.

En su lugar, reconoce la “partida viviente” disputada el 24 de diciembre de 1911, en el Jai Alai de la ciudad de La Habana, considerada la primera de su tipo jugada por Capablanca.  En dicha ocasión el brillante ajedrecista cubano enfrentó al Maestro Juan Corzo y  Príncipe.

Un ballet para Capablanca

Otra ocasión que vincula el juego del célebre ajedrecista cubano con los elementos coreográficos de la danza y el ballet tuvo lugar en octubre de 1966. La celebración en Cuba de la XVII Olimpiada Mundial de Ajedrez, reunió en la Habana los principales jugadores del orbe.

Ajedrecistas de la talla de Tigran Petrosian, entonces Campeón Mundial, Boris Spassky y Mijail Tal, integrantes del equipo soviético, así como el norteamericano Robert Fischer, futuro titular del mundo, distinguían entre los integrantes de los equipos de las 52 naciones participantes.

La ceremonia inaugural no pudo ser más espectacular. La noche del 25 de octubre, la Ciudad Deportiva acogió a todos los ajedrecistas, organizadores e invitados de la colosal fiesta del ajedrez universal. Al centro de la emblemática instalación un tablero  gigante sirvió de escenario a la memorable representación.

Alberto Alonso, destacado profesor y coreógrafo del Ballet Nacional de Cuba, recreó el duelo ganado por José Raúl Capablanca frente al alemán Enmanuel Lasker, en Moscú 1936.

La pieza interpretada por alumnos de la Escuela Nacional de Arte y dirigida por Fernando Alonso contó con la participación de Alicia Alonso que representó la dama blanca conducida por Capablanca  durante el enfrentamiento ajedrecístico con Enmanuel Lasker.

Los extraordinarios resultados de Capablanca en torneos, matches y simultáneas, alimentaron la leyenda de la invencibilidad del genio cubano del ajedrez. Este 19 de noviembre cuando se cumplen 138 años de su natalicio,  el ímpetu de su juego y el giro inusitado de las piezas, semejan la eterna danza de los trebejos. (ALH)

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