El actor y director de teatro Rubén Darío Salazar Taquechel y el diseñador Zenén de Jesús Calero Medina sueñan y respiran teatro y lo devuelven en maravillosas puestas en escena de esa gran familia casi treinteañera, que es Teatro de las Estaciones.
Este par ostenta desde 2020 el Premio Nacional de Teatro y tres años después cada uno ha sido considerado Maestro de Juventudes por la Asociación Hermanos Saíz.
Para ambos ser merecedores de esta condición, la más alta que concede la organización que agrupa a la joven vanguardia artística cubana, va más allá del reconocimiento a una obra común e ininterrumpida sobre las tablas del país y del mundo para convertirse en el impulso cotidiano de la creación y la belleza.
Luego de 29 años de intensa labor para los niños, Calero Medina comentó a la Agencia Cubana de Noticias (ACN) que hacer teatro para este grupo etario no es muy fácil, como tampoco lo es el trabajo en general que requiere de total seriedad.
Se trata, explicó el diseñador, de un quehacer disfrutable y al mismo tiempo cuidadoso porque el público infantil acepta con facilidad propuestas, debido a que no tienen una experiencia acumulada para decidir lo que les gusta o no.
“Es ahí donde aparecen los mensajes poco educativos que no persiguen el disfrute de la música o la plástica, por ejemplo”.
Los niños son como arcillas que puedes moldear, pero resulta importante que ese molde los conduzca hacia un buen camino, afirmó Calero Medina.
A su conexión con las más jóvenes generaciones, este artista la catalogó como fuerte porque desde esa etapa ha trabajado sin descanso en su Matanzas querida.
La juventud constituye el relevo que sabes que va a dejar tu huella por el mundo, por eso hay que tenerla en cuenta, afirmó.
Para Calero Medina es relevante mantener el vínculo entre generaciones y confesó que en su taller siempre hay gente joven que le brinda su experiencia por muy poca que sea.
Si hubiera que definir a Zenén en una palabra, sin dudas sería vocación.
Es importante hacer lo que nos gusta, pues en mi caso nunca he sentido que trabajo, sino que me entretengo y que mi casa consiste en la prolongación del taller, confesó.
Soy feliz, a mi edad, con lo que hago, añadió.
“Pasar más de dos décadas haciendo teatro y dándole alegrías a la gente se dicen fácil, pero eso solo es posible a golpe de consagración y amor a la creación”.
La Compañía Teatro de las Estaciones deviene mi familia porque el teatro es un arte familiar y colectivo, refirió Calero Medina.
Este maestro se implica no solo en todo lo relacionado con la imagen del grupo, también se dedica al diseño de luces de los espectáculos.
Cuando los actores están vibrando en el escenario, yo lo hago también con mis luces y pienso que se trata de un trabajo plástico porque con ellas todo cobra color y se enfatiza dónde se quiere que el público preste atención, explicó a la ACN.
Para mí Teatro de las Estaciones es un espacio donde me realizo plenamente y en el que siento que lo tengo todo, aseveró.
El trabajo de Zenén se distingue de otros a simple vista porque la sutileza y la gracia natural de sus títeres son únicos.
Desde ese pedacito llamado Teatro de las Estaciones y con sus diseños a cuestas, Zenén siempre aspira a ofrecer líneas de conducta para el público que ve sus espectáculos, con mensajes que permitan algún cambio en su manera de pensar y de despertar aún más su sensibilidad para apreciar mejor lo que nos rodea.
Aspiro, con mi arte, a que las personas sean más afables, solidarias y humanas, expresó.
Rubén Darío Salazar Taquechel, por su parte, considera que ser un Maestro de Juventudes es tener conciencia de la continuidad que se construye y de la herencia que se deja a los otros.
«Ese ciclo vital y perenne provoca que uno nunca pare de crear, cuidar y estimular a esas generaciones que vienen detrás».
El actor y director explicó que Teatro de las Estaciones trasciende su categoría de compañía para ser también la unidad docente del Nivel Medio Superior llamada «Carucha Camejo», donde jóvenes ávidos de conocimientos aprenden fórmulas novedosas para trabajar sobre las tablas.
Aún en medio de las más difíciles condiciones materiales, esta agrupación matancera no se detiene en esa búsqueda de la educación y la belleza espiritual y para Salazar Taquechel la respuesta ante la adversidad es «ser fiel a las raíces».
No me acompleja saber que como titiriteros pertenecemos al gremio de los artistas circenses, a veces sin una gran tradición de fondo, pero también hay que demostrar que en el arte de los títeres se pueden incluir el resto de las manifestaciones para ofrecerle al público contemporáneo algo nuevo y deslumbrante, aseveró.
El estilo que defendemos en este colectivo no rechaza nada porque lo mismo nos puedes encontrar en un espectáculo con la Orquesta Faílde, que con músicos como William Vivanco, Rochy Ameneiro y Bárbara Llanes, con el artista de la plástica Alfredo Sosabravo y con la diseñadora María Elena Molinet, por solo citar algunos ejemplos, precisó.
Hacer teatro para Zenén y para mí es, según comparaciones metafóricas de este creador, como sembrar un jardín enorme donde nacen mariposas, azucenas, rosas, lirios, de todos los colores, aromas y tamaños.
«Es una tarea que no tiene un minuto de paz porque mientras dormimos soñamos con lo que queremos hacer y despiertos hacemos lo que soñamos, pero nos da un placer enorme y nos demuestra que la vida está ahí, en plena efervescencia.
«Cuando el teatro se hace desde el corazón y con el compromiso que encierran todas las artes constituye una labor inacabable».
Así, entre muñecos, dibujos y coloridos personajes, esta dupla creativa destila amor, enseñanzas y mucha pasión sobre la escena, a la cual han convertido en su tierra fértil para que de ella solo broten corazones felices. (ALH)