Un matancero elegante Príncipe del danzón

Cuando cantamos aquello de que en Matanzas me han dado un recado, es que en nuestra mente aún está presente Barbarito Diez Junco, el matancero que pasó a la Historia con el sobrenombre de La voz del danzón, nuestro baile nacional.

Fue un cantante de amplias facultades, con una voz de tenor inconfundible, tan específica como su comportamiento ante el público, siempre impasible. No tuvo una formación musical académica, no bailaba ni tocaba ningún instrumento y aparecía siempre vestido con un sobrio traje tradicional, pero sus características interpretaciones musicales lo convirtieron para siempre en un ídolo popular.

Barbarito fue el ejemplo clásico de que un cantante no requiere de artilugios, ni de coreografías ni vestuario extravagante para brillar.

Nació en Bolondrón, en nuestra provincia, el 4 de diciembre de 1909. A los 4 años su familia se trasladó al municipio de Manatí, en Las Tunas, donde su padre trabajaba como obrero en un central.

Comenzó sus primeros estudios en la escuelita del batey, y simultáneamente a cantar en los actos culturales. Trabajó como mecánico en el ingenio y en el año 1930 se trasladó definitivamente para La Habana, donde conformó el trío Los Gracianos.

La agrupación incorporó números de la trova tradicional y una profusa gama de habaneras, boleros, guarachas, sones y criollas.

En el chachachá, reconoció el trovador textualmente, encontró “una magnifica modalidad del danzón que ha prendido en el corazón del cubano. Lo acepto como algo nuestro al igual que al danzón. Ambas ramificaciones saben a son cubano.”

En su carrera de más de 58 años, el intérprete grabó gran número de discos de larga duración que contenían obras que enriquecen el repertorio musical cubano. Viajó por múltiples países y realizó programas en centros culturales diversos, teatros, la radio y la televisión.

Aunque jamás aprendió los fundamentos teóricos del arte musical, demostró ser uno de los más afinados cantantes, y recibió también entre otros títulos el de La voz de oro y El príncipe del danzón.

Contó con la compañía del maestro Antonio María Romeu, quién además de introducir el piano en su orquesta para interpretar danzones, tenía un modo peculiar de tocar ese instrumento. Romeu impresionaba con su estilo, y su unión aportó elementos mesurados y originales a la forma danzaria y cantable con que ha sido reconocido nuestro baile nacional.

Barbarito Diez enriqueció el legado musical cubano. En Venezuela descolló como uno de los intérpretes más populares de la década del 80, tras grabar con la agrupación de cuerdas La rondalla, dirigida por Luis Arismendi.

Entre sus números más populares se incluyen Idilio, Ojos malvados, Junto al palmar del bajío y La Rosa Roja, y fue definido como una de las grandes voces de América Latina.

Barbarito realizó giras artísticas en las que departió con el Septeto Matancero, la orquesta dirigida por Armando Valdespí, con Fajardo y sus Estrellas, con la Orquesta Aragón, el conjunto musical Son 14 y el Trabuco Venezolano.

En 1985 actuó en el Ateneo de Caracas con el trovador Pablo Milanés.

Mantuvo como signo distintivo la elegancia durante los más de cinco decenios de vida artística, en los que interpretó números de Ernesto Lecuona, Moisés Simons, Eliseo Grenet, Pedro Flores, Rafael Hernández y otros destacados compositores.

Su voz inmortalizó páginas musicales como Martha, Lágrimas Negras, Olvido, Juramento, Tres Lindas Cubanas y El que siembra su maíz, entre otros.

Falleció el 6 de mayo de 1995, con 85 años. Contaba con las distinciones Por la Cultura Nacional y Raúl Gómez García, la medalla Alejo Carpentier y la Orden Félix Varela de Primer Grado, entre muchos galardones, reconocimientos y trofeos, a los que debía sumarse el recuerdo diario de su arte.

Acerca Aurora López Herrera

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Un comentario

  1. Juan Carlos Subiaut Suárez

    Desde mi lejana juventud siempre me impresionó aquel cantante que, sin mover un músculo, cantaba como nadie, imponiendo su actuación solo con su aterciopelada y afinada voz. Como asevera la articulista, “Barbarito fue el ejemplo clásico de que un cantante no requiere de artilugios, ni de coreografías ni vestuario extravagante para brillar”. Entendí ese efecto, cierta vez que otro grande, Alberto Cortez, expresó que siempre vestía de negro en sus presentaciones, pues lo que necesitaba proyectar no era su imagen, sino su interpretación, y a su vez rememoró a otra eximia cantante, la incomparable Edith Piaff, quien tambien vestía de negro, y, bastaba su voz, para adueñarse de la audiencia. En la actualidad, que estamos bombardeados por seudo cantantes, gritones de orilla y voz que no llega hasta la segunda fila, que gracias a la tecnología parece que afinan, que necesitan para que alguien al menos los visualice de un vestuario escandaloso, y de varias chicas semidesnudas a su alrrededor en contorsiones cuasipornográficas, no puedo menos que extrañar los tiempos en que existían intérpretes como Barbarito Diez.

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