Se ha hecho costumbre considerar la cultura como un cúmulo de objetos y adornos que usamos para resaltar nuestra imagen exterior o la de nuestros hogares; y también como determinadas actividades para entretenernos y recrearnos en lo corporal y la espiritualidad. Igualmente la asumimos como todo aquello que implica práctica y contemplación de las diversas modalidades del arte y la literatura, tanto profesionales como popular-tradicionales, en su privada o pública proyección social. Y no en pocas ocasiones designamos con esa palabra a producciones y eventos intelectuales y lúdicros de cenáculos y ámbitos institucionales cultos, que ofrecen propuestas para la unción estética diversa de los individuos; o por el contrario, encierran a lo artístico en establecimientos de consumo simbólico, disponiéndolo para intereses mercantiles regidos por coordenadas financieras globalizadas.
Una concepción más abarcadora de lo cultural incluye a la etnicidad, lo antropológico y arqueológico, la arquitectura y el urbanismo, el coleccionismo de valores artísticos y de disímiles objetos e imágenes, las investigaciones y los resultados científicos y tecnológicos, además de la conservación de la ecología, el arte culinario, la comunicación mediática de ideas, los juegos infantiles y típicos ceremoniales con sus liturgias, inherentes a religiones y cosmologías míticas heredadas.
Aunque frecuentemente se cruzan los límites de las acepciones del concepto cultura, y se llegan a caracterizar como «culturales» –de manera equívoca– a ciertas manifestaciones decadentes de la sociedad de consumo o indicadores de atraso vigentes dentro de sectores marginales, a lo cual se le suman las aberraciones del vestir y agobiantes sonoridades con textos agresivos, prohijadas por la comercialización contemporánea extrema.
Tampoco faltan quienes justifican con el calificativo de «cultura» a productos simples, iterados, vacíos, neo-artesanales y ocasionalmente suntuosos o light, que se legitiman con buena publicidad y argumentos especulativos que los convierten en mercancías «literarias» y «artísticas».
Sin embargo, no es común que, al pensar en la cultura, pensemos primeramente en su gestor y destinatario fundamental: el hombre. Lo cultural es quizá ese conjunto de atributos integrados y en desarrollo que con mayor precisión definen lo humano. Aunque la humanización no ha concluido, hasta tanto desaparezcan la «selección natural» implícita en formas de dominación local y planetaria, en genocidios por bloqueos y guerras, en ambiciones que gastan mucho en vicios autodestructivos y caminos de muerte; lo que esta ha llegado a ser por los aportes aparecidos en las distintas culturas, constituye una escala superior en la evolución transformadora del ser biológico-social que somos como especie. No ha de olvidarse, pues, que el hombre deriva de la cultura; y esta se amplía, diversifica y expande en él.
Por ello ha de ser prioridad –sobre todo en realidades del tipo de la nuestra– cuidar a los hombres que encarnan, crean y asumen las dimensiones numerosas de lo cultural. Cuidado que supone evitar la obstrucción del pensamiento, el pragmatismo desaforado que desvirtúa y desnaturaliza a quienes aportan invenciones útiles o peculiares imaginarios, la contaminación burocrática que paraliza, el abandono de los principios de autenticidad y solidaridad que afirman un real humanismo, la inercia anticultural en entidades surgidas para fomentar y fortalecer la unidad y el despliegue de las expresiones autóctonas, y esa equívoca tendencia a sustituir el sentido profundo de la conciencia nacional por paradigmas internacionalizados, fabricados en naciones que se enriquecieron también mediante el robo de bienes y talentos de los actuales países subdesarrollados.
Cultura es lo que nos eleva como seres humanos, y nos torna saludables y sensibles. De ahí que sea de medular importancia reactivar creadoramente las tradiciones verdaderas, mantener y universalizar los hallazgos y servicios curativos, expandir lo bello del entorno y la intimidad, sin que nos olvidemos de formar sentimientos cultivados y personalidades integrales en niños y adolescentes, y mantener acertada conducción (con experimentada y conocedora asesoría colectiva) en las ejecutorias e improntas culturales que nos mejoran diariamente.