Si el 11 de julio la Revolución hubiese caído, ya cumpliríamos el segundo año de capitalismo neoliberal, de Helms Burton y de revancha fascista. Casi seguro ya estaría recolocada el águila en el Malecón y desmontado el Che de la Plaza. Mientras el olor a libros quemados aun flotaría en la periferia de la Biblioteca Nacional y la Casa de las Américas.
Un buen número de familias habrían sido desalojadas, para devolver sus edificios o mansiones a sus antiguos dueños, con igual suerte para escuelas, clínicas o círculos infantiles.
Tendríamos un procónsul yanqui gobernando el país, el Partido Comunista ilegalizado, las organizaciones populares disueltas y un ajuste neoliberal en marcha que ya habría dejado sin empleo a varios miles de maestros, médicos, funcionarios y servidores sociales de cualquier sector.
Por primera vez en más de 60 años las avenidas tendrían niños indigentes obligados a buscar sustento y más de un casino habanero se alistaría para reabrir sus puertas, dejando un privilegiado espacio para los marines de la armada gringa, surta en puerto.
Después de un año ya no seríamos titular en ningún periódico occidental, debido a nuestro pródigo regreso a la «democracia de los normales» gracias a la cual se habrían suprimido las gratuidades en salud y educación, los gastos destinados al deporte de masas y el subsidio a las tarifas eléctricas.
Sin motivos para «escapar» una vez desaparecido el comunismo, los migrantes cubanos que intentarían ir al norte, serían rechazados, perseguidos y maltratados, como el resto de los latinos.
Y aunque los comercios mostrarían una imagen posiblemente tan floreciente como los de 1959, la pobreza de las mayorías también se iría emparejando con la que teníamos en aquellos años, cuando la única solución fue una Revolución que habría que hacer de nuevo, si hubiésemos perdido esta, aquel 11 de julio de 2021. (ALH)