La indolencia, el desinterés y la falta de empatía son males que afectan profundamente la vida cotidiana en Matanzas y en toda Cuba.

Estas actitudes, que se han ido arraigando en diferentes espacios, desde instituciones hasta la vida diaria, debilitan los valores que durante décadas han sostenido a la sociedad cubana y entorpecen el desarrollo de una convivencia armónica, tan necesaria en estos tiempos.

Sus manifestaciones se ven a diario: en quienes poseen vehículos estatales y no colaboran con el traslado de aquellos que más lo precisan; en funcionarios que dilatan trámites o se escudan tras su cargo para no resolver problemas.

También se refleja en quienes elevan precios sin justificación, “pelotean” a las personas, no cumplen con el pago electrónico, o entorpecen la prestación de cualquier servicio básico.
Estas actitudes generan frustración y resignación en buena parte de la población, que es, a fin de cuentas, quien sufre estas situaciones. No son pocos los que optan por el silencio, pensando que “nada se va a resolver”, y así se perpetúa el ciclo del desinterés y el maltrato.
Pero no todo es blanco y negro. Hay quienes haciendo uso de sus derechos deciden denunciar, y no son pocas las ocasiones en las que no se obtiene una respuesta efectiva. Es muy común que las quejas se diluyan, y no se adopten medidas concretas contra quienes incumplen su deber institucional.
Es fundamental que las instituciones y quienes las dirigen vean cada queja como una oportunidad para mejorar. La atención al público y la empatía deben ser principios rectores, especialmente en tiempos difíciles. Justificar el maltrato con problemas cotidianos como el transporte, apagones, la escasez de agua o las condiciones de trabajo, no puede ser la norma. El reto está en mantener la calidad del servicio y el respeto al pueblo, a pesar de las dificultades.
Si bien los mecanismos para reclamar nuestros derechos en cualquier institución se encuentran creados, incluso existe una Ley de Atención a la Población, escasean las administraciones que hacen análisis coherentes y profundos y adoptan las medidas pertinentes con aquellos que violan lo establecido.
Reconocer errores, enmendarlos y evitar que se repitan debe ser la regla y no la excepción. La empatía y la sensibilidad que solo se logra poniéndose en el lugar del otro debe ser una máxima para quienes sirven al público. Solo así podremos revertir el avance de esta “triada peligrosa” y fortalecer los valores que distinguen a nuestra sociedad.

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