Ella te mira con saña como si quisiera decirte alguna cosa. Se detiene en cada pequeño detalle, hasta que pregunta quién eres. No  sabes qué  responder, creíste tener clara la respuesta, pero tú tampoco te reconoces, así que haces silencio.

Te yergues, tratas de meter la barriga, buscar tu mejor ángulo y hasta te sueltas el pelo, pero aún sigues sin reconocerte. La imagen que ves del otro lado, no se parece ni siquiera un poco a la mujer que eras.

Te exiges más, sabes que estás ahí, solo debes volver a hallarte. En un acto esperanzador acudes a la base para tratar de ocultar las interminables ojeras que como cráteres se adueñan de tu rostro. Aplicas delineador  y labial, nuevamente fallas, tu imagen poco tiene que ver con las fotos de hace 9 meses atrás. Cada esfuerzo es en vano, menguan tus esperanzas y con ellas también tu autoestima.

Buscas en el clóset tu jeans preferido, pero no entras en él. Hay un exceso de grasa en tu abdomen que empiezas a detestar.

Pasan algunos días y sin darte ni cuenta pasas enfrente del espejo y decides volver a intentarlo.  Te miras nuevamente, pero esta vez con más cariño. No usas nada de maquillaje, tu pelo no está perfectamente acomodado ni tus cejas cuidadosamente sacadas. El exceso de grasa se deja ver por sobre la licra que llevas y las ojeras no se han marchado.

Esta vez no te paras sola frente al espejo. Aprisionas con celo a un bebé en tus brazos. La mujer del otro lado te sigue mirando con cierto recelo, te le adelantas y antes de que tenga tiempo para formular la pregunta, le respondes: Soy madre. (LLOLL)

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