Por Miriam Velázquez 
Hace varios días me asombré al ver cómo un joven conocido juraba no saber quién era Carilda Oliver Labra, la poetisa a la que, incluso, se le atribuye el sobrenombre de La novia de Matanzas.
Tampoco es que fuera la primera vez que presenciara una situación similar. He sido testigo de la falta de conocimientos que tienen muchos jóvenes sobre las personalidades de nuestro país; sean artistas, dirigentes, escritores, deportistas de alto rango…
No obstante, me alarmó porque el ignorante muchacho ha vivido por mucho tiempo a escasas cuadras de la residencia de la poetisa en la barriada neopoblana.
Quizás para algunas personas sea un fenómeno normal, condicionado por diversos motivos. Sin embargo, se trata de un asunto muy serio que conspira contra las aspiraciones de formar en este grupo etario una cultura general integral.
En tiempos tan difíciles como los que atraviesa hoy la humanidad urge crear o consolidar sentimientos hacia algo inmaterial pero valioso: la identidad.
La familia y la escuela, y viceversa, tienen ante sí el enorme reto de hacer reflexionar a nuestros niños, adolescentes y jóvenes, sobre la importancia de saber cuáles son nuestros símbolos patrios, identificar a nuestros dirigentes desde la localidad donde vivimos hasta la nación, a las personalidades que, como Carilda, han contribuido a forjar nuestro país en los distintos ámbitos, entre otras cuestiones elementales que denotan una vasta cultura.
Esa ignorancia que posee el chico en cuestión posiblemente esté causada porque nunca o muy pocas veces haya escuchado de sus familiares, educadores o medios de difusión hablar sobre la excelsa mujer.
Por eso, es obligación de los que les corresponde, avivar el recuerdo de quienes apostaron todo por el bien de esta nación.
Resulta imposible sembrar el amor a la Patria si restamos importancia a la labor de transmitir lo genuino y auténticamente cubano.
Y en ese empeño hace falta constancia y mucha firmeza, solo así se logra que perduren las raíces de una nación.