Nunca militaré entre los hacedores de crisis, aunque la padezca. En cambio, siempre obraré el recordatorio para que nunca olvidemos que el sur también existe. Ese sur latiente y doliente, para el que se hace un evento como el 45 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. El festival que ya casi concluye, aunque en Matanzas, otrora subsede del feliz acontecimiento, permanezca la ominosa “oscuridad” de sus salas oscuras.

Para los amantes del cine que durante muchos años disfrutamos en la Atenas de Cuba del más importante de los eventos cinematográficos registrados en el área, la ya larga y densa oscuridad de nuestras salas de proyección lastima el espíritu.

Muchas e inéditas dificultades azotan por estos días el duro bregar de los cubanos, pero nada puede arrebatarle el sueño, la capacidad de crear y la voluntad de crecer. Por eso es encomiable cada vez que la cultura matancera se levanta y se defiende para organizar eventos como la más reciente edición de la Fiesta de la Colla, o la edición en curso de “Ríos Intermitentes” como parte de la 15 Bienal de La Habana.

Como expresó el Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, en reciente encuentro con realizadores, productores y otros participantes en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, “ni el bloqueo más fuerte del mundo podrá impedir que sigamos siendo referencia en materia cinematográfica, porque en medio de vicisitudes económicas y energéticas, este evento es la prueba de la valía de nuestro pueblo”.

Precisamente, por estos días de huracanes y otros fenómenos naturales, recordaba el paso devastador del huracán Michelle por varias provincias del país, incluyendo la nuestra. Era 4 de noviembre de 2001 cuando el huracán azotó por las costas de la Ciénaga de Zapata, para avanzar hacia el norte afectando todos los municipios a su paso. Horas más tarde y durante un recorrido por las inmensas áreas dañadas de la provincia fui sorprendido durante mi visita al municipio Los Arabos.

Envuelto en una de las oscuridades más impenetrables, donde apenas las luces de los autos alcanzaban para divisar el tamaño de las afectaciones, cientos de arabenses procuraban alivio para sus muchas preocupaciones en la sala de cine de la localidad, la que pudieron iluminar y habilitar con una serie de baterías eléctricas acopiadas por los lugareños y dispuestas para ese fin. ¡Qué capacidad de respuesta al necesario minuto de sosiego!

Entonces es preciso entender la desazón de una ciudad que durante años otorgó el Premio Vigía, único de su tipo entregado fuera de la capital del país. Sobre todo, cuando pasan los días sin un destello de lo que fuera el festival, aun cuando los medios nacionales anuncien su extensión a las demás provincias del país.

Cuantos años transcurrieron desde la memorable ocasión que al frente del jurado matancero me correspondió leer el acta que otorgaba su Premio Vigía al largometraje Conducta, de Alberto Daranas.

Ya sabemos de las dificultades tecnológicas, otras veces superadas mediante el alquiler a particulares de los llamados videoproyectores. Luego se llamó la atención sobre la rotura o traslado del transformador eléctrico que da capacidad al cine-teatro Velasco. Amén de posibles problemas organizativos transcurre otro año sin festival para los cinéfilos matanceros.

Precisamente cuando el evento arriba a su 45 edición y en medio de semejantes circunstancias defiende su capacidad de existir, en la ciudad de los puentes se eterniza la impecable oscuridad de sus cinematógrafos.

Por estos días, al tanto de cuanto ocurre en la capital del país y tal vez en otras ciudades, no podemos menos que conmovernos por la decisión de sus productores de estrenar en La Habana los dos primeros capítulos de Cien años de soledad, la obra cimera de Gabriel García Márquez.

De algún modo la puesta deviene tributo, ofrenda, sentido homenaje. Y cuanto menos pudiera desearse que verse enrolado en esa virtual aventura de recrear la icónica lectura de nuestras propias vidas por medio de semejante empeño.

La oscuridad que por estos días nos devuelve a las precarias condiciones fundacionales de Macondo, mítico pueblo donde transcurre la obra literaria, no puede arrebatarnos el entusiasmo y la voluntad para salir del marasmo cinematográfico. Nada puede detener la iniciativa y la capacidad de respuesta para situaciones irrepetibles, porque nunca seremos víctimas de la inanición y la soledad. Ya sabemos por el clásico de García Márquez que “las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra».

Tal vez el préstamo de un equipo para la sala de video de Pueblo Nuevo o alguna de las variantes que hicieron posible el pasado Festival Nacional de Cine Clubes Yumurí 2024, hayan podido emplearse. Quizá me dejo llevar por una elevada cuota de romanticismo. Quizá fueron agotadas otras muchas fórmulas que no alcanzaron el objetivo deseado. Pero me cuesta resignarme a que la principal subsede del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano permanezca a oscuras.

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