
Hoy los hijos siempre tienen la razón y los profesores son culpables… Hoy los hijos gritan y sus padres bajan la cabeza… Hoy los hijos cometen imprudencias y los padres les ríen la gracia… Hoy los hijos van a espacios de mayores y los padres les dan el dinero para el disfrute prohibido… Hoy los hijos hacen tantas cosas que en mi época de niño o adolescente no me atrevía ni a pensarlas…
La reflexión anterior la encontré hace algún tiempo en el muro de Facebook de un colega, quien es, por cierto, un consagrado educador. En ella instaba a los padres a meditar sobre el modo de actuar con sus hijos, al tiempo que alertaba que “tanta modernidad acaba con los valores necesarios en cualquier sociedad…”.
Verdad es que, como dicen, los hijos se parecen más a su época que a sus padres. Sin embargo, en estos tiempos convulsos que vive la Humanidad, con tanta influencia de las tecnologías, tanta independencia y crisis de valores, entre otros factores, creo que si queremos formar hombres y mujeres de bien, resulta vital enseñarles a nuestros hijos los principales valores que desde antaño nos inculcaron.
Con certeza alguna vez hemos presenciado acciones similares a las expuestas por mi colega. Padres que no permiten a los maestros que regañen a sus hijos, que les dan libertad para hacer cuanto se les venga en gana, que complacen sus caprichos sin exigirles siquiera el cumplimiento de sus obligaciones escolares, y a los que dedican grandes sacrificios.
No son pocos los progenitores que se olvidan de que lo esencial es invisible para los ojos; de que, como dijo el Apóstol a María Mantilla, quien lleva mucho afuera tiene poco adentro, y se desgastan comprando, por ejemplo, un celular a un pequeño que no rebasa los ocho años, solo para que “no sea menos que los otros”.
Si bien y, por suerte, no se trata de la generalidad, hay muchos que caen en esa especie de competencia que existe ahora, determinada por el poder monetario. De ahí que les presten demasiada importancia a las cosas materiales, comprendidas las fiestas de cumpleaños despampanantes
A la citada reflexión en el inicio, con total seguridad podríamos añadir decenas de actitudes incorrectas que vemos a diario. Así, podríamos decir que hoy los hijos se burlan de los ancianos y los padres los secundan; que hoy los hijos no dan las gracias ni los buenos días y los padres no se lo exigen; que interrumpen conversaciones de las personas mayores y hasta las desmienten; que visitan las casas y entran a las habitaciones sin pedir permiso, y tocan cuanto ven ante los ojos ausentes de los padres…
No se dan cuenta estos últimos de que con su comportamiento no contribuyen a formarlos de manera que sean capaces de actuar con civismo, siguiendo las normas y lineamientos que les permitan afrontar de la forma más adecuada las tareas que llevan a cabo en su día a día.
La educación de los hijos es difícil, y estos son tiempos de profundos y constantes cambios en prácticamente todas las esferas de la vida, pero hay valores humanos que persisten y continuarán formando parte de los modelos a transmitir a los hijos por muy cambiante que sea la sociedad. (ALH)