De gira con los espantaclientes

Aunque no son exclusivamente cubanos,  los ejemplares de espantaclientes señorean hoy el espacio de los servicios, y no distinguen entre entidades estatales o privadas.

Pueden apoyarse en nuevas medidas adoptadas por la administración de turno para entorpecer un trámite, o generarlas espontáneamente.

Los ejemplos son múltiples, pero bastan para ilustrar la definición quienes adicionan más firmas a un documento que ha prescindido de ellas por más de medio siglo, con el pretexto de aumentar el control. No podemos confundirnos: el objetivo real no es evitar contravenciones o delitos, sino interponer un obstáculo más entre el tramitador y el resultado de su gestión.

En una tienda de un renombrado organismo que habitualmente ha contado con guardabolsos, una amable empleada te explica que no puedes entrar con cartera porque el modesto mueble donde históricamente se ha colocado ha desaparecido sin explicación.

Esa es la portera espantausuarios: no le interesa vender, porque su salario será el mismo. No importa que dentro del inmueble haya cuatro empleados y ningún usuario: No son suficientes para vigilar al cliente-presunto-delincuente.

Menos entendible aún, pared con pared otra unidad no estatal repite el estribillo, entonado por una dependiente también sin clientes: No puede entrar con bolso.

Y en la acera de enfrente una bella tienda particular, absolutamente hermosa y tentadora por una intensa climatización, un gentil portero te explica que sólo permiten cinco personas a la vez, aunque él esté presente y acompañado por una jefa de sala o algo así y una dependienta. Aquí es más amplio el margen: no recurren al argumento del guardabolsos ausente y admiten hasta cinco posibles rateros contra tres de aquellos conocidos también como ahuyentausuarios.

Y así, uno hasta se acomoda inconscientemente a la idea de ser un ladrón en potencia. Yo, y tú, en cualquier momento podemos hurtar, o falsificar un documento. En apenas 50 metros lineales, las normativas de cuatro establecimientos, orientadas o espontáneas, nos convencen de que somos bien capaces de burlar la legalidad.

¡Qué bonito que nos ilustren sobre nuestras potencialidades inexploradas!

El género se multiplican e incursionan en otros espacios, y en la propia cuadra, más allá, donde expenden alimentos, asegura un cartel que comienza el servicio a las 12 del mediodía.

Pasados 20 minutos, luego de tamborilear sobre el cristal y molestar a un camarero que se arriesgó a pasar cerca de la puerta, conocemos que la apertura se produce, efectivamente, en el horario anunciado, pero lleva apellidos: Más o menos. Y se puede prescindir del segundo.

Es entonces cuando se recuerda el poema lorquiano en una expresión oral a toda voz nacida del alma: ¡Ay, verde, que te quiero verde! Lo cual no tiene nada que ver con la situación, pero nos da un recurso para desahogarnos.

 

Acerca Aurora López Herrera

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