En el Mundial de Eugene 2022, el atletismo cubano, por primera vez en la historia de estas lides al aire libre, se marchó sin medallas. Hablamos de 18 ediciones desde Helsinki 1983 y de un país que ocupa el octavo puesto del medallero histórico.
Saltó la alarma, pues en uno de los deportes con mayor poderío y tradición en la historia no pudimos agenciarnos preseas. Tras el pálido performance acarreamos un proceso de deterioro en el cual confluyen diversas variables.
El talento del campo y pista desperdigado por disímiles latitudes continúa como un fenómeno in crescendo. Para ser precisos, otras disciplinas individuales dentro del movimiento deportivo cubano también se suman.

La única forma de soportar de manera efectiva un proceso de formación plagado de avatares, comienza por reconocer que los atletas cubanos destilan talento. Eso es indiscutible.
Por otro lado, para nadie es secreto que el llamado deporte Rey se sustenta en dinámicas de Clubes y bajo patrocinio de estos. En buena parte de los casos, si se trata de un atleta con muchas potencialidades o carrera descollante desde sus albores; también con la inyección que representa la suscripción de un contrato con alguna marca deportiva de alto calibre.
En Cuba, las agendas competitivas incluyen exclusivamente los Juegos Escolares y Juveniles; el campeonato nacional o Copa Cuba. Además, comprende los memoriales Barrientos, Aurelio Janet, Rafael Fortún; y las llamadas pruebas de confrontación de los miembros de la preselección nacional. Estas últimas generalmente dan cierre a los prolongados macro-ciclos preparatorios. De igual modo, son la antesala de la tan deseada gira de verano, o las competencias fundamentales del año en cuestión.

Más allá de poseer una infraestructura que diste de la óptima para desarrollar el talento de un determinado atleta, debemos revisar nuestros sistemas de entrenamiento.
Me refiero a la progresión sobre bases de roce competitivo a lo largo de una temporada o lapso de tiempo. El mundo compite y planifica puntualmente, al tiempo que sobresatura menos las cargas de entrenamiento y potencian el trabajo aerobio y otra tipología de ejercicios… Y esas son apenas algunas cuestiones que luego tributan al frisar o hacer los mejores registros en el momento o pico justo.
Ante la imposibilidad de poder movernos sobre estos postulados, los exponentes del atletismo cubano se esculpen bajo diseños de periodos preparatorios. Asimismo, están exigidos a intentar dar lo mejor de sí en una competición puntual. De ahí que en muchas ocasiones realicen sus mejores tiempos y marcas fuera de la justa fundamental.

Toca, en aras de elevar indicadores de éxito, adaptarnos a los criterios contemporáneos, incorporar nuevos saberes y ser en extremo rigurosos con las características que posean cada área, prueba y atleta.
En este prisma defiendo el criterio de aglutinar y no despreciar el talento, sumado a la posibilidad de adaptar la política contractual al fenómeno de clubes. No pocos se interesarían por nuestros atletas, y pongo los ejemplos latentes del velocista Reynier Mena y el vallista corto Roger Iribarne con el Benfica portugués, ambos con mejoría en sus cronos con apenas un año de trabajo.

Detrás de todas estas jugadas debe existir confianza y una columna de dirección certera. Mover los hilos de una esfera determinada pasa también por esa revisión exhaustiva, y la capacidad para darnos cuenta de la urgencia.
El atletismo cubano tiene este 2023 un intenso calendario; y es un reto lograr una planificación que les permita brillar en cada uno de sus momentos importantes.