En un lugar cimero de la historia científica de América Latina está Carlos Juan Finlay, quien ocupa por derecho indiscutible un lugar destacado. Este médico y científico cubano, que falleció en la ciudad de La Habana el 19 de agosto de 1915, se enfrentó a los retos de su tiempo con la curiosidad y valentía propias de un pionero, dotado de un carácter familiar europeo debido a su padre escocés-francés y de su madre hispano-francesa.
Sus contribuciones más notables se centran en la investigación sobre la fiebre amarilla, una enfermedad que azotó de manera inclemente al Caribe y partes del continente americano durante el siglo XIX.
Fue en una época donde la teoría de los miasmas dominaba la idea de propagación de enfermedades, que Finlay propuso una hipótesis revolucionaria: el mosquito Aedes aegypti era el vector responsable de la transmisión de la fiebre amarilla. En sus propias palabras, sentenció que este insecto “es el verdadero portador del veneno específico de esta enfermedad”.
A pesar de que su teoría, presentada por primera vez en 1881 en la Academia de Ciencias de La Habana, fue recibida con escepticismo, Finlay no se dejó amedrentar. La historia le daría la razón dos décadas más tarde cuando la Comisión Médica del Ejército de los Estados Unidos, liderada por Walter Reed, verificó sus hallazgos, llevándolos a aplicarse en la lucha contra la fiebre en Cuba.
Finlay dejó una huella profunda y tangible, describió Reed, y sus contribuciones como “evidencia absoluta de que el mosquito es el agente transmisor de la fiebre amarilla”, lo que puso fin a un flagelo que diezmaba poblaciones enteras.
El legado de Carlos Juan Finlay trasciende el campo de la medicina. Su trabajo ejemplifica el poder del pensamiento innovador y la resiliencia frente al rechazo.
Su historia es un claro ejemplo de cómo la ciencia debe desafiar las convenciones establecidas cuando hay vidas en juego. Además, en un contexto político y social convulso en Cuba, Finlay logró que su nacionalidad y su entorno no fueran un obstáculo para obtener el respeto y reconocimiento en el ámbito internacional.
Carlos Juan Finlay es, sin duda, un pionero y un modelo a seguir. Su vida y obra son una lección sobre la importancia de mantenernos firmes en nuestras convicciones científicas y buscar siempre el bienestar común, dejando a un lado los dogmas y los prejuicios.
Finlay dejó un legado tremendo que sigue inspirando a científicos y médicos cubanos, y a especalistas alrededor del mundo, destacando la validez de una verdad: la perseverancia alimenta el progreso. (ALH)