Que el tiempo es relativo es una verdad muy popular y una frase atribuida al científico alemán Albert Einstein, contenida en su teoría más famosa en la que, básicamente, indica que la diferencia radica en la velocidad de movimiento del objeto con respecto al resto.

Más allá de la física y sus leyes, no necesitamos saber que el tiempo no es absoluto, como se creía antes, como afirmaba el inglés Isaac Newton hace siglos, por ejemplo. Aunque claro que una hora siempre será 60 minutos, nos referimos a la percepción que tenemos de ese lapso. ¿Por qué siendo niños nos alcanzaba mucho más? O eso creíamos, porque en nuestra nebulosa infantil llegábamos de la escuela a las cuatro y media de la tarde, merendábamos, hacíamos los deberes, jugábamos, veíamos los muñequitos, nos bañábamos y comíamos, todo eso antes de irnos a dormir con la calabacita a las ocho de la noche.

Ahora, tristemente hacemos todo corriendo, procrastinamos, tenemos una lista enorme de asuntos importantes que resolver y sentimos que los avances son con demasiada lentitud porque el tiempo se va volando y quisiéramos que el día tuviera 30 horas al menos, porque así creemos que nos alcanzaría un poco más.

La verdad es que pudiéramos responder que, en este caso, la relatividad se debe a que de niños permanecíamos menos tiempo haciendo equis actividad, por inquietud o aburrimiento, por eso hacíamos más, mientras que de adultos los deberes son mayores, de más responsabilidad y complicación. No se puede comparar dos acciones como hacer la comida para cuatro personas y colorear en un cuaderno una ilustración que quizás quede inconclusa para después y por eso se alterna con otros entretenimientos y, por tanto, da la ilusión de que se hizo más.

Es relativo, sí. Es común que queremos hacer más de lo que podemos y que nos quejemos de lo rápido que pasan las horas ahora en la adultez. No tenemos tiempo, y constantemente dejamos para después. Para psicólogos y neurólogos, esta cuestión perceptiva es más que una sensación, tiene razones concretas. Algunos afirman que el cerebro usa la vida total como referencia para medir el paso del tiempo, por tanto, no es lo mismo un día para un niño de cinco años que para una persona de 40; en cada caso, representa el 20% y el 2.5% de toda una vida, respectivamente.

Además, está el factor novedad de los pequeños cuando todo es descubrimiento y aprendizaje constante, como un lienzo en blanco. Es por eso que guardamos muchos recuerdos y detalles de todo lo que hacemos, aunque haya durado unos minutos. Creemos entonces que ocurrió en un período más largo. Después, de adultos nos pasa todo lo contrario por la rutina, las

actividades en automático y la necesidad multitarea de hacer mucho a la vez.

Realmente son tantas las responsabilidades no delegables ni posponibles que en el día de una persona normal, quizás sean apenas tan solo unos minutos de tiempo libre real de lo que dispongan. No es que pase más rápido, es que tenemos menos control sobre él, todo es urgente y estamos muy pendientes de la variable tiempo.

Esto será así. Para hacerlo menos agobiador podemos prestar más atención a los complementos de la vida y no desconectar, a veces, cuando podemos estar presentes. Por ejemplo, si caminamos o vamos en una guagua y nos perdemos en los pensamientos sin disfrutar el camino; también cambiar rutinas porque hacer pequeñas variaciones desatascará el cerebro, así como introducir pasatiempos, en la medida de lo posible, para que la mente emplee el aprendizaje progresivo y recupere la curiosidad con experiencias nuevas. Esto hará que estemos expectantes y que el tiempo, que es el mismo, nos parezca mayor.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *