Foto: Conquistadores de la fiebre amarilla (1940), del pintor norteamericano Dean Cornwell. Archivo del autor

Los libros de texto de historia de Cuba fueron una importante contribución a la defensa del legado científico y patriótico de Carlos J. Finlay.

Carlos Juan Finlay de Barres (1833-1915), nació en Camagüey, cursó sus estudios en Europa y en 1855 se graduó como médico en los Estados Unidos. Desde 1858 comenzó a investigar sobre la fiebre amarilla. El 18 de febrero de 1881, en la Conferencia Internacional Sanitaria, celebrada en Estados Unidos, defendió por vez primera su revolucionaria teoría acerca del contagio de esta enfermedad a través de una especie de mosquito. En este propio año, el 14 de agosto, presentó en la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, su trabajo: “El mosquito hipotéticamente considerado como agente de transmisión de la fiebre amarilla”.

Monumento a Carlos J. Finlay en La Habana, obra del escultor matancero Juan José Sicre. Archivo del autor.

En esta memoria y a partir de toda su labor práctica, Carlos J. Finlay descubrió y formuló la teoría científica del contagio de las enfermedades. O sea, del modo de propagación y su transmisión de una persona enferma a un sujeto sano apto para contraerla. Esto tuvo, por su aplicación a todos los organismos vivos, el carácter de un descubrimiento biológico. También determinó, con notable exactitud, el vector responsable de esta transmisión, el mosquito hoy denominado científicamente Aedes aegypti.

Esta teoría, que Carlos J. Finlay pudo comprobar experimentalmente, fue acogida con frialdad por la comunidad científica cubana. Esto se debió a que significó una ruptura con el nivel de los conocimientos médicos prevalecientes en la etapa. Sin embargo, este avance estimuló el desarrollo de investigaciones similares en otras enfermedades y creó una nueva ciencia: la entomología médica.

Con la primera ocupación militar norteamericana (1899-1902) la situación cambió radicalmente. Tras varios intentos infructuosos, una comisión médica dirigida por el doctor Walter Reed e integrada por los médicos Jesse Lazear, James Carroll y Arístides Agramonte, corroboró lo planteado por Carlos J. Finlay. No obstante, como ha señalado el historiador José López Sánchez, debe quedar claro que el:

“…afrontamiento de la fiebre amarilla por el gobierno interventor fue una acción política, porque si ellos no lograban exterminar la fiebre amarilla, se desmoronaba su tesis de que venían a sanear la isla”.

Posteriormente, en Estados Unidos se desarrolló una campaña dirigida a opacar la figura de Finlay y a glorificar a Walter Reed, a la cual no fue ajeno este último. Esta malévola intención tuvo, como ejemplos significativos, el libro Los cazadores de microbios (1926), de Paul de Kruif y la película Héroes del trópico (1938).

Paralelamente a esto, múltiples personalidades se destacaron en la defensa de la obra científica de Carlos J. Finlay y su paternidad sobre la teoría de la transmisión de enfermedades contagiosas mediante insectos. Sobresalieron en este aspecto los médicos Juan Guiteras, José A. López del Valle, Domingo Ramos, Enrique Barnet y Francisco Domínguez Roldán, entre otros, así como los historiadores Emilio Roig de Leuchsenring y César Rodríguez Expósito.

Gracias a sus esfuerzos se reivindicó la obra y grandeza finlaísta en eventos como la VI Conferencia Internacional Panamericana de La Habana (1928) y el Congreso Panamericano de Medicina General (1939). También lo hicieron el I y VI Congreso Nacional de Historia (1942 y 1947). Además, ratificaron la gloria de Finlay el X (1935), XIV (1954), XV (1956) y XXII Congreso de Historia de la Medicina (1970).

En relación con lo anterior el doctor José López Sánchez, biógrafo de Carlos J. Finlay, destacó que si

“…algo se reveló como un elemento catalizador para la unión de las más disímiles personalidades del mundo médico, científico y político fue precisamente la defensa de Finlay”.

Sobre estos esfuerzos realizados para la justa valoración de Carlos J. Finlay y su obra, es necesario señalar que, según el propio López Sánchez, fue

“…un hecho digno del mayor encomio, la unidad que se forjó en torno a la defensa de la teoría de Finlay, sobre todo frente a la ambición de apropiársela el gobierno de Estados Unidos. Por supuesto que no todos convergían en ciertos aspectos de la controversia, matizándola con sus propias opiniones científicas e ideológicas”.

Es por ello que no se debe dejar pasar por alto que la

“…defensa de la prioridad de Finlay en el descubrimiento de la fiebre amarilla y en la formulación de la teoría de los vectores biológicos de enfermedades microbianas fue, durante los años de la república neocolonial, una de las banderas que esgrimieron los defensores de nuestra cultura nacional y del prestigio y capacidad de nuestro pueblo”.

El triunfo de Finlay

A la defensa del legado de Carlos J. Finlay contribuyó, de forma significativa, la enseñanza de la historia de Cuba. sobre todo a partir de los libros de texto publicados entre 1902 y 1959. Pionero en esta labor reivindicadora fue Vidal Morales y Morales, autor de Nociones de Historia de Cuba, texto que apareció en 1904 y tuvo varias ediciones. Precisamente en la quinta edición, revisada por Carlos de la Torre, se planteó lo siguiente:

“La primera intervención americana vino a llevar a cabo una obra radical de saneamiento, extirpando de raíz endemias que, como la fiebre amarilla, tifus, paludismo, etc., existían desde tiempo inmemorial en Cuba. Los trabajos de un ilustre hombre de ciencia cubano, el Dr. Finlay, que descubrió la transmisión de la fiebre amarilla por la picadura de un mosquito stegomia fasciata, permitió combatir con éxito la endemia hasta hacerla desaparecer completamente”.

Portada del libro de Vidal Morales. Archivo del autor.

Le siguió en este empeño Juan M. Leiseca, autor del texto Historia de Cuba (1925). Como parte del contenido del libro, este episodio de nuestra historia fue denominado como “Triunfo de Finlay”. Se mencionó la necesidad que tuvieron los norteamericanos de erradicar la fiebre amarilla, así como la composición de la comisión dirigida por Reed. También se incluyeron aspectos de la historia de la enfermedad y se añadió que el

“…médico cubano Carlos J. Finlay venía sosteniendo lo mismo, pero los grandes de la ciencia buscaban en los laboratorios y no podían hacer caso de un insignificante médico sin historia de sabio”.

De la misma forma, este autor incluyó una breve reseña de los trabajos de la comisión resaltó el ejemplo honesto de los médicos Carroll y Lazear. Después planteó:

“Carlos J. Finlay, humilde y modesto médico cubano, había triunfado. ¡El médico criollo tenía razón! Se había encontrado al transmisor de la fiebre amarilla, al transmisor de la muerte, y ya podía venir a Cuba la juventud de otros países sin temor a la sierpe. Finlay había señalado al transmisor, y ese era el stegomya calopus. Para combatir el mal bastaba destruir el insecto, y a esa obra se puso mano, con lo que desapareció la fiebre amarilla. Fue necesario que España perdiera a Cuba para que los españoles pudieran arribar a las playas cubanas en busca de fortuna sin encontrar la muerte segura y traidora oculta en la insignificante expresión de un mosquito”.

Portada del libro de Juan M. Leiseca. Archivo del autor.

En el resumen correspondiente al capítulo donde se incluyeron las citas anteriores, Leiseca agregó, como uno de los hechos más relevantes del período, el siguiente comentario:

“Otro suceso importantísimo fue el descubrimiento de la causa productora de la fiebre amarilla (el mosquito), triunfando la teoría o afirmación del médico cubano Carlos J. Finlay”.

Portada del libro de Ramiro Guerra. Archivo del autor.

En Nociones de Historia de Cuba (1927), el destacado historiador cubano Ramiro Guerra Sánchez expuso que durante la primera ocupación yanqui se realizaron «…grandes adelantos en la ejecución de obras de utilidad general y en la higiene pública”. Más delante agregó que las

“…epidemias fueron muy combatidas, y se logró extirpar la fiebre amarilla. Este gran adelanto se logró gracias a que se comprobó la verdad de la teoría del sabio médico cubano don Carlos Finlay sobre el origen de la enfermedad, y a las medidas que en relación con dicho descubrimiento tomó el Jefe de Sanidad de la isla, Mr. Gorgas”.

Conquistador de la fiebre amarilla

Uno de los textos más relevantes fue Historia de Cuba (1945), de Fernando Portuondo del Prado. Este se utilizó en los Institutos de Segunda Enseñanza del país. En él se analizó lo referido a la obra sanitaria del gobierno de Leonard Wood en Cuba, las medidas dictadas según las célebres Ordenanzas sanitarias y la labor de la Junta Superior de Sanidad. Después planteó su autor:

“…fue inusitada la actividad y energía desplegadas por los agentes del servicio de sanidad para erradicar los focos de procreación de mosquitos, cuando quedó probada la teoría del sabio cubano Carlos Finlay sobre la transmisión de la fiebre amarilla por cierta especie de estos insectos”.

Portada del libro de Fernando Portuondo. Archivo del autor.

Como aspecto novedoso, se incluyó en la figura 326, titulada “Probando la teoría de Finlay”, el cuadro “Conquistadores de la fiebre amarilla”, del pintor norteamericano Dean Cornwell. Al pie del grabado apareció que en el mismo

“…ha sido reconstruido el dramático momento del año 1900, en que la Comisión de Fiebre Amarilla del Ejército Americano iniciaba la inoculación de la terrible enfermedad por medio de un mosquito infectado, en uno de los médicos militares sometidos voluntariamente a la riesgosa prueba. Entre los que presencian la operación aparecen de pie, a la izquierda, el sabio cubano autor de la teoría en experimento, y a la derecha, sentado, el gobernador militar, general Leonard Wood”.

Sobre esta significativa obra plástica señaló José López Sánchez:

“En esta misma fecha [1939] apareció el bien conocido cuadro (…), en la serie denominada Pioneros de la Medicina Americana. Cierto que la escena es imaginada y muy apartada de la realidad, ya que la Comisión americana llevó a cabo sus experimentos en circuito cerrado y absolutamente secreto, a la que no tuvo jamás acceso Finlay ni ningún otro investigador cubano. Lo meritorio del mismo es que aparece la figura de Finlay con sus rasgos de nobleza y bondad tan característicos de su personalidad y en una actitud como si bajo su vista se llevasen a cabo las inoculaciones. ¡Lástima grande para la ciencia médica fue que esta fantasía no fuese una plasmación de la realidad! Cornwell demostró valentía y honestidad al hacer figurar a Finlay en el cuadro y sobre todo en la pose que históricamente fue la cierta, la del maestro que presidía los experimentos para revelar la verdad de su magistral doctrina”.

Otro libro de texto que asumió la defensa de Carlos J. Finlay fue Resumen de la Historia de Cuba (1949), publicado varias veces por Isidro Pérez Martínez. En uno de sus acápites, el titulado “El doctor Finlay y la fiebre amarilla”, se planteó que en el año

“…1900, el médico cubano doctor Carlos J. Finlay demostró con pruebas terminantes que la fiebre amarilla era trasmitida por una clase de mosquitos, y se combatió de tal modo y con tanto acierto esa terrible enfermedad y su propagación que desapareció de Cuba. Ayudaron eficazmente al doctor Finlay en sus experimentos y demostraciones los doctores Agramonte, Delgado y Lazear, pereciendo este último a consecuencia de los experimentos”.

Portada del libro de Edilberto Marbán y Elio Leiva. Archivo del autor.

Con el texto Curso de Historia de Cuba (1959), publicado en 1956, se cierra este período histórico. Los autores, Edilberto Marbán Escobar y Elio Leyva Luna, describieron la situación sanitaria del país al cese de la soberanía española y mencionaron las medidas tomadas al respecto por Brooke y Wood, a cuyo gobierno, según ellos, correspondió la gloria “…de haber contribuido a exterminar en Cuba el vómito negro o fiebre amarilla…”.

Además, señalaron el arribo a Cuba de la comisión médica dirigida por Reed y que, después de fracasar en un inicio, se “…decidió verificar la del sabio cubano Carlos J. Finlay, quien, en agosto de 1881, la había dado a conocer a la Academia de Ciencias…”, la cual no tomó “…en mucha consideración el trabajo de Finlay…” en aquel momento. Seguidamente valoraron de manera positiva lo planteado por el médico cubano, con estas palabras:

“Llevando a cabo sus experimentos mediante un riguroso plan científico, la Comisión pudo confirmar las teorías del sabio cubano e inmediatamente se dictaron las medidas sanitarias para combatir al mosquito, que los estudios de Finlay habían hallado como el agente trasmisor de la fiebre amarilla.  Las doctrinas de Finlay, que fueron comprobadas luego fuera de Cuba, permitieron hacer de La Habana y de las más importantes poblaciones de la Isla lugares perfectamente habitables desde el punto de vista sanitario; y gracias a ellos logróse la construcción del Canal de Panamá, al ser saneadas completamente aquellas regiones mediante una enérgica campaña antiamarilla”.

Este texto también demuestra la labor desarrollada en defensa de la figura de Carlos J. Finlay y para que su legado científico fuese conocido en la escuela pública, mediante la publicación de libros para la enseñanza. Los historiadores cubanos contaron con el propio ejemplo de Carlos J. Finlay, máxima figura de la ciencia cubana, sobresaliente además por sus cualidades humanas. No se trataba de opacar la gloria o el aporte de Reed, sino de valorar correctamente lo que nos pertenecía. No es posible olvidar, como señaló José López Sánchez, que la

“…esta contribución científica de Finlay fue un ingrediente más en la conciencia nacional que se oponía y hacía imposible esta pretendida acción de los Estados Unidos. En otras palabras, que Finlay, sin proponérselo de modo consciente, contribuyó a derrotar a los anexionistas, y su teoría fue un arma importante para los que aspiraban a una patria independiente, libre y soberana”.

Durante décadas los historiadores cubanos, mediante la publicación de libros de texto de historia de Cuba para la escuela pública, desarrollaron una positiva labor en defensa de la vida y obra del médico cubano Carlos J. Finlay. En estos textos, aunque se reconoció como positiva la labor sanitaria del primer gobierno yanqui de ocupación sin destacar en ocasiones sus intenciones políticas, se refleja que esto solo fue posible tras la aplicación de las tesis de Carlos J. Finlay.

Adecuados a la edad de los estudiantes a los cuales iban dirigidos, estos libros de presentaron al pueblo cubano los valores presentes en Carlos J. Finlay y la trascendencia de su obra científica. Cada uno de estos textos, al reconocer al médico cubano como una legítima gloria de la patria, realizó una perdurable contribución a la defensa de verdad histórica y la identidad nacional cubana.

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