La imagen de Perucho Figueredo escribiendo los versos de una marcha guerrera sobre el lomo de su caballo nos llegó desde la infancia y, tal vez por hermosa, jamás la cuestionamos. Esa añeja leyenda contaba cómo el 20 de octubre de 1868 una multitud que festejaba la primera gran victoria del Ejército Libertador sobre las tropas españolas, le pedía al patricio «la letra» y este la redactaba de un tirón: «Al combate corred, bayameses…».
Sin embargo, la verdad histórica, tejida en los días febriles de la conspiración y matizada por contribuciones olvidadas, posee una épica más compleja y no menos grandiosa. Lejos de la improvisación, el nacimiento de La Bayamesa —hoy Himno Nacional— fue un proceso deliberado, un acto de sedición sonora que comenzó a orquestarse mucho antes de que el humo de la pólvora se mezclara con los acordes en una plaza de la Ciudad Monumento.
En secreto
El primer antecedente conocido del Himno se remonta a 1867, cuando el distinguido revolucionario Francisco Maceo Osorio, en el fragor de los preparativos independentistas, acudió a Pedro Figueredo Cisneros (Perucho) con una encomienda honorable: «A ti, que eres músico, te toca componer nuestra Marsellesa».
En la madrugada del 14 de agosto de ese mismo año, Figueredo se sentó a su piano y tras una ardua labor dio forma a la melodía que encendería el patriotismo. Esta partitura inicial, sin embargo, necesitaba un cuerpo orquestal para desplegarse en toda su potencia.
Fue entonces cuando otro artista crucial, vecino cercano de Perucho, entró en escena: el músico Manuel Muñoz Cedeño, quien asumió la tarea de la instrumentación. La obra, una vez orquestada, fue presentada en mayo de 1868 a Figueredo y a Francisco Vicente Aguilera, quienes quedaron encantados con el montaje. Tenían entre manos un arma musical de una potencia insospechada.
Surge aquí una pregunta que historiadores e investigadores han reiterado: ¿aquella marcha guerrera carecía de letra antes del 20 de octubre de 1868? Testimonios de la época, como los de su yerno Carlos Manuel de Céspedes (hijo), señalan de manera explícita que Pedro Figueredo tenía la letra desde mucho antes de su estreno público. Y el mismo hijo del Padre de la Patria estuvo entre los que aseguraron que el patricio fue ayudado en la creación por su esposa, Isabel Vázquez, una poetisa excelente cuya vasta cultura y labor social son aún hoy un capítulo pendiente en la narrativa nacional.
La decisión de circular la letra solo entre un círculo estrecho de conspiradores respondía a elementales razones de seguridad. Una filtración al mando español hubiera sido un suicidio personal y una clara pista en contra del complot. Un hecho anterior lo prueba de manera contundente: cuando, con la anuencia del cura Diego José Baptista, la música del Himno fue estrenada públicamente el 11 de junio de 1868 en el púlpito de la Iglesia Parroquial durante el Corpus Christi, el teniente coronel Julián Udaeta, que asistió a la conmemoración, inmediatamente tildó la melodía de subversiva y revoltosa. ¿Qué habría pasado si hubiera tenido frente a sus ojos aquello de «¿Al combate corred, bayameses…»?
Un himno a plaza llena
El 20 de octubre de 1868 no solo fue día de himno. Debemos recordar que en esa jornada, después de encarnizados combates, las tropas españolas que custodiaban Bayamo capitularon ante el Ejército Libertador guiado por Carlos Manuel de Céspedes. En esa coyuntura nació el nombre de Plaza de la Revolución —fue la primera de Cuba con ese apelativo—, donde había estado la plaza Isabel II. No lejos de ese lugar, en los festejos por la victoria, se congregaron miles de ciudadanos.
Fue en la plaza de la Iglesia Parroquial Mayor, flanqueado por el general Luis Marcano, (valioso general dominicano incorporado al Ejército Libertador), su hija Candelaria, su yerno Carlos Manuel de Céspedes (hijo) y su hermano Ángel Figueredo, donde Perucho, ante la multitud frenética y vibrante, memorizó su texto guerrero.
Otras veces se ha dicho para la historia que entonces lo compuso; es algo emocionante y bello, pero no deja de ser una leyenda. La multitud probablemente no coreaba «¡La letra!» para pedirle que la inventara, sino para que la revelara.
No obstante, Canducha Figueredo, hija de Perucho, relató en sus memorias, al describir ese 20 de octubre: «Cuando llegamos al río Bayamo, que está a la falda de la ciudad, Bayamo entera nos esperaba, y apenas nos divisaron, fuimos saludados con vivas entusiastas y atronadores. Entonces papá me dijo: “Flota la bandera”, y así lo hice dando un entusiasta grito de ¡Viva Cuba libre!, respondiendo el pueblo con ensordecedores gritos y vivas a la bandera y a su abanderada. Al fin llegamos a la ciudad donde ya estaban las primeras partidas frente a la plaza de Armas; papá me dirigió también a la plaza, y fue entonces cuando, con loco entusiasmo, cruzando la pierna sobre la silla de su caballo, escribió su Bayamés inmortal».
¿Cuántos cantaron el himno ese día? Los que ya conocían la letra y aquellos que obtuvieron las copias repartidas por Perucho. Es fácil inferir que no fueron miles, como se ha dicho, porque no eran tantos los que sabían leer.
Lo que siguió en la plaza fue el estallido de un coro colectivo, la catarsis de un pueblo que cantaba por primera vez su himno con la letra que le daba sentido de vida o muerte. El cronista de la guerra Fernando Figueredo cuenta que después hubo una especie de conga alrededor de la Plaza de la Revolución. La fiesta duró hasta entrada la noche.
Mientras, el jefe español Julián Udaeta, preso por los independentistas, fue recluido junto a otros 400 militares en la Sociedad Filarmónica de Cuba —a escasos metros de donde se había cantado el himno— y luego trasladado a Punta Alegre. Después, gracias al soborno al capitán Gregorio Benítez, responsable de su custodia, se fugaría. Pero el hecho de haberse rendido ante Céspedes le costaría diez años de prisión.
Volviendo al Himno, La Bayamesa —su nombre original— fue publicado en Bayamo, en El Cubano Libre, primer órgano independentista de la nación, el 22 de octubre de 1868. Cinco días después, el mismísimo Perucho mandó al periódico un texto autógrafo de su obra (tal vez en ese momento incorporó las cuatro últimas estrofas). Tiempo después, el 8 de noviembre, en un bellísimo acto en el atrio de la iglesia principal, 12 bayamesas, seis blancas y seis negras, cantaron el Himno. Este hecho lo arraigó para siempre en el corazón de la Ciudad Monumento.
El destino de los protagonistas
La trayectoria de Pedro Figueredo es el reflejo más fiel y desgarrador de la convicción que impregnó en cada una de las estrofas de su himno. No se limitó a ser el compositor que hacía llorar al piano con sus contradanzas; fue el guerrero integral que quemó su propia mansión el 12 de enero de 1869 antes de permitir que cayera en manos españolas, y que alcanzó merecidamente los grados de Mayor General.
Capturado con enormes úlceras en los pies en las cercanías de Jobabo, su ejecución el 17 de agosto de 1870, en Santiago de Cuba, prácticamente a quemarropa, añadió un último verso de dignidad y coherencia a su legado.
Hoy, 157 años después del estreno glorioso del Himno, vale decir que la historiografía nacional mantiene una deuda con varios de los protagonistas de esta marcha gloriosa. Ninguna calle o institución del Bayamo actual, por ejemplo, lleva el nombre de Isabel Vázquez, la mujer que dio nueve hijos a la Patria, le prendió fuego a su vivienda cuando el glorioso incendio, ayudó a componer el Himno y murió como una verdadera patriota en el exilio.
También deberíamos ir más a Manuel Muñoz, quien, ya anciano, fue arrestado en la contienda de 1895 por tocar en público La Bayamesa que él mismo había instrumentado. Músico y compositor extraordinario, murió en diciembre de ese año, a los 82.
Y tenemos que indagar más sobre el padre Baptista, que aun expulsado de la Iglesia por haber recibido a Céspedes con altos honores, siguió con más de 90 años abrazando la causa revolucionaria. O examinar más la vida de Francisco Maceo Osorio, general de división, secretario de Céspedes, muerto por fiebres en plena manigua en octubre de 1873.
A fin de cuenta, conocer la trama humana detrás del Himno, lejos de desmerecer su leyenda, la robustece. Esa marcha guerrera sigue siendo hoy la promesa cantada que nos convoca a cuidar la historia, a no prostituir la palabra libertad y a que la patria viva orgullosa de sus hijos, más cuando cada 20 de octubre celebramos el día de la cultura cubana.
Osviel Castro Medel/Juventud Rebelde