Reproducimos fragmentos del inciso “Motivaciones del autor” y de manera íntegra el inciso “Ideas matrices, contenidos principales y objetivos de la obra”, ambos del libro El Moncada. Preludio de una nueva era en nuestra América, publicado en días recientes por Ruth Casa Editorial.

Motivaciones del autor

“Por la noche di una pequeña charla sobre el significado del 26 de Julio; rebelión contra las oligarquías y contra los dogmas revolucionarios”. Trece días antes de que el Che escribiera esta luminosa idea en su Diario de Bolivia, el 26 de julio de 1967, tuve el deleite de escuchar una exposición testimonial y analítica de Haydée Santamaría sobre el Moncada, en el teatro Manuel Sanguily de la Universidad de La Habana.

El tono coloquial y sus encantos humanos, mujer de miel y brasas, nos imantó a todos los que estábamos allí, la mayoría estudiantes y profesores de Ciencias Políticas y un grupo de jóvenes profesores de Filosofía Marxista, entre los que me encontraba. Tenía entonces 21 años de edad, y oír y ver de cerca a la heroína del Moncada, con su humildad y sencillez, a la vez colmada de sabiduría, impactó mí espíritu.

Haydée habla del Moncada, tituló ella después tal excepcional disertación, que nos aportó anécdotas, ideas sustantivas y muchas emociones sobre el crucial suceso. En mí, además, provocó de súbito el reto de sumergirme en ese evento histórico, para conocerlo mejor y tratar de despejar ciertos enigmas emanados de su charla. Por ejemplo, cuando soltó sin avisar: “Allí fuimos siendo martianos. Hoy somos marxistas y no hemos dejado de ser martianos”. ¿Cómo explicar este acertijo?, me pregunté y comencé a indagar…

Ideas matrices, contenidos principales y objetivos de la obra

Mi bitácora es una idea de Fidel, expresada el 10 de octubre de 1968: la Revolución Cubana que comenzó el 26 de julio de 1953, sobrevino de un largo proceso de luchas del pueblo cubano, resumidas en sus expresiones más insignes: las guerras de independencia de 1868-1878 y 1895-1898, el pensamiento y la acción revolucionarios de José Martí, y las diversas peleas de clases durante el siglo XX, cuyas marcas emblemáticas fueron las sucesivas lidias de trabajadores, campesinos, estudiantes e intelectuales y el liderazgo de varias figuras, entre las que destacan Julio Antonio Mella, Antonio Guiteras, Rubén Martínez Villena, Pablo de la Torriente Brau, Jesús Menéndez y Eduardo Chibás. Siendo la Revolución del 30, el hito más inmediato del Moncada: fuente de lecciones positivas y negativas, de un especial valor para los iniciadores del nuevo lapso revolucionario en 1953.

¿Por qué no deja de ser insólita la decisión de aquel grupo de jóvenes de “tomar el cielo por sorpresa”, la mayoría armados con escopetas y fusiles de cazar, de pequeño calibre y alcance, con el fin de iniciar la revolución necesaria concebida por José Martí?

Tal metáfora, ideada una década después por uno de ellos —Raúl Castro Ruz, de 22 años de edad— está colmada de significados. Ese proyecto martiano fue cortado de un tajo en 1898, con la intervención y la ocupación de Cuba por Estados Unidos, y luego, hasta enero de 1959, mediante un formato neocolonial. Los antecedentes históricos del 26 de julio son, por consiguiente, diversos y abarcan varias épocas.

El presente texto tiene fines más modestos: Pretende analizar algunos aspectos de la dominación imperialista y del conflicto de clases en la sociedad neocolonial cubana, durante los 20 años anteriores al 26 de Julio de 1953. Y examina varias dimensiones de este suceso, preludio de una nueva época en nuestra América, ocurrido dos décadas después de sucumbir la revolución de 1933, las que previamente evalúo.

Elegí esa veintena de años, para ayudar a reconstruir las circunstancias históricas más cercanas a la fecha en que se inicia la Revolución Cubana. Pero aclaro: aunque necesito exponer numerosos datos y referencias históricas, deseo advertir que no intento abarcar, y evaluar todos los hechos y procesos del período 1934-1953. Es una compleja tarea que viene cumpliéndose por historiadores y otros especialistas en Ciencias Sociales de Cuba. Aquí solo expondré los que son necesarios para los objetivos principales de esta modesta obra.

El texto abarca cuatro capítulos: En el primero, me refiero a las corrientes políticas burguesas de más significación en América Latina, entre las décadas de 1930 y 1950 del pasado siglo. Ofrezco una valoración acerca del nacionalismo populista burgués de esos años, sus orígenes, los alcances de tal proyecto histórico y las causas de su frustración como alternativa reformista en la región.

Y adelanto mi interés en que los lectores se pregunten: ¿Acaso ese fenómeno político latinoamericano y el modo en que se expresa, en la Cuba de los años 1934-1953, puede o no ser comparable, mutatis mutandis, con determinados movimientos y Gobiernos progresistas latinoamericanos, y caribeños del presente siglo?

En todo caso, tal “progresismo” en su expresión cubana de aquella época, recibió una estocada mortal el 26 de Julio de 1953. Pero en el apogeo de su crisis, paradojas excitantes de la historia, constituyó un factor político y ético sumamente importante en el origen de la Revolución Cubana. Y eso encierra lecciones de valor actual y futuro para los proyectos revolucionarios en nuestra América, tema que queda abierto para las interpretaciones de los lectores.

Luego de establecer el marco del análisis a escala continental, en el segundo capítulo examino la naturaleza de las relaciones económicas de los grupos financieros norteamericanos y la burguesía neocolonial cubana. Selecciono los dos ejes principales de la dominación económica imperialista en Cuba: la estructura del comercio exterior y la composición de las inversiones. Estos dos factores permiten identificar el entorno económico esencial que determina las contradicciones y los límites del nacionalismo populista burgués en la Isla, y también facilitan la explicación de por qué no es posible una solución reformista para la dependencia externa y el subdesarrollo de la neocolonia cubana.

La idea central es la siguiente: la estructura del comercio exterior cubano y la política inversionista de los monopolios estadounidenses, reproducen y refuerzan la monoproducción azucarera de un modo tal, que impiden cualquier alternativa de desarrollo industrial al sector de la burguesía que intenta reestructurar el sistema neocolonial. Evitándose, por ende, que esa fracción del capital fuese capaz de sustentar y hacer viable un proyecto nacional-populista, como ocurriera en algunos países de la región, sobre todo en Brasil, Argentina y México.

Tal enfoque contribuye a desentrañar algunas de las principales contradicciones y singularidades del régimen neocolonial cubano en el período 1934-1958. Y permite explicar también el origen y la evolución de los movimientos políticos burgueses de mayor repercusión en la historia de la República: el “autenticismo” [Partido Revolucionario Cubano (PRC) y la “Ortodoxia” (Partido del Pueblo Cubano (PPC)]. Es el tema del tercer capítulo.

La composición clasista de esos Partidos de estilos populistas, sus inconsecuencias y límites demuestran, en el ámbito político, la impotencia de la burguesía no azucarera para desarrollar en Cuba un proceso industrial similar a los que suceden en otras naciones de la América Latina, en el mismo período. E imponer su hegemonía —siquiera temporal— por medio del control del aparato estatal y de una reestructuración parcial de las relaciones de dependencia neocolonialistas.

Estos movimientos políticos transparentan en sus programas, en la composición de clases que representan y en su acción política, la crisis que atraviesa la dominación imperialista-burguesa en Cuba durante esos años. Y muestran, a su vez, la inviabilidad de los objetivos reformistas de tales Partidos, debido al riguroso control foráneo de la economía y a las insolubles deformaciones de esta en el contexto neocolonial.

La no factibilidad de tales movimientos populistas para reestructurar el sistema dependiente cubano, impulsar cierto desarrollo económico sobre la base de la industria sustitutiva de las importaciones y generar una redistribución del ingreso, los lleva rápidamente a la bancarrota.

El PRC (Auténticos) moviliza a las masas populares para legitimar su proyecto reformista, pero no puede cumplir, durante ocho años de Gobierno (1944-1952), el programa y los valores políticos que enunciara. Por su parte, el PPC (Ortodoxo), que nace de la crisis del autenticismo, también como resultado de las discordancias estructurales apuntadas y de sus limitaciones clasistas —entre otras, el temor a la movilización armada del pueblo, y la destrucción y el reemplazo del aparato militar—, es incapaz de enfrentar el golpe de Estado de 1952. Frustran así las aspiraciones de varios sectores populares, que creyeron en “la ortodoxia” como alternativa política idónea para triunfar en las elecciones de junio de 1952 y emprender las reformas y el saneamiento estatal prometido por el PPC (O).

No obstante, a consecuencia de tal dinámica política, el autenticismo primero y la Ortodoxia después, suscitan expectativas reformistas muy fuertes —radicales y hasta de inclinación antiimperialista y con ingredientes socialistas en algunos grupos juveniles de la Ortodoxia—, que influyeron de forma significativa en los sectores medios y en amplias masas del pueblo.

¿Por qué el «autenticismo» y la «ortodoxia» representan los movimientos políticos de mayor arraigo y repercusión en la mayoría del pueblo cubano, durante la historia de la República? Intento responder tal pregunta y detengo la atención en la Ortodoxia y su líder Eduardo Chibás, pues la crisis de ese Partido en los años 1952-1953, se vincula con los orígenes del proceso revolucionario que sobreviene con los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, el 26 de Julio de 1953.

El cuarto y último capítulo está consagrado a ese episodio, en tanto que inicio de la Revolución Cubana. Abordo los dos principales significados del 26 de julio: ruptura con el sistema político vigente en 1953 y génesis de la Revolución en la década de los cincuenta.

La idea matriz es la siguiente: el Moncada es un hito decisivo del proceso revolucionario cubano, debido a que en él se encuentran los componentes y experiencias que se desarrollan en la siguiente etapa de la lucha por el poder, como condiciones de su triunfo: estrategia armada; lucidez táctica; ideología y programa político de raigambre nacional y anchura universal; ética martiana; arresto combativo; organización dinámica y conspirativa; unidad y estricta disciplina, sustentadas en valores compartidos; la existencia de un eficaz grupo de dirección; y un líder excepcional.

En el final del texto, se proponen ideas sobre varios temas polémicos. Por ejemplo: ¿Qué formas adopta el nexo de los iniciadores del nuevo proyecto revolucionario con el PPC (O), y cuándo y cómo supera el proceso revolucionario al Movimiento Ortodoxo o si nació superándolo? ¿Por qué tiene vigencia el ideario del Apóstol en el acontecer revolucionario cubano de la década de los cincuenta y cómo se concientiza este en los jóvenes del Centenario de su nacimiento? ¿Por qué los asaltantes de los cuarteles Moncada y Céspedes, salvo algunas excepciones, no podían ser marxistas en el año 1953, y por qué, para emprender la vía revolucionaria pueden, y deben identificarse con el pensamiento político, y la ética de José Martí?

En ese último capítulo, muchas veces subyace el apotegma de Haydée Santamaría que escuché en el teatro Sanguily: “Al Moncada fuimos siendo martianos, hoy somos marxistas y no hemos dejado de ser martianos”. Entre otras incógnitas, incluyo y ofrezco mi opinión sobre la siguiente: ¿Por qué la estrategia y el quehacer de los moncadistas es incompatible, en ese momento, con las posiciones del Partido Socialista Popular, o sea, del Partido Comunista Cubano de ese tiempo, al que, por otra parte, siempre respetaron por sus méritos?

Para razonar ese polémico e ineludible asunto, evoco primero la pregunta de Ignacio Ramonet a Fidel en 2006: “¿Usted nunca estuvo en el Partido Comunista?”. Y la respuesta concisa de este, cargada de sentido: “No. Y fue algo bien calculado y muy bien analizado”.

La asunción por los jóvenes del Centenario del ideario martiano, y la energía ética y espiritual que les insufla Martí (Apóstol, Maestro…), el nexo político y moral de ellos con Eduardo Chibás, la influencia de la historia revolucionaria cubana y, además, el conocimiento por algunos de obras esenciales de Marx y Lenin —en particular Fidel, Abel y Raúl—, le imprimen a la lucha de los moncadistas una perspectiva que supera el marco burgués del populismo ortodoxo y de todos los demás entes políticos de la República, cooptados o neutralizados por el régimen neocolonial.

El triunfo revolucionario del 1ro. de Enero de 1959 trajo consigo el acta de defunción del nacionalismo burgués populista en Cuba: el pueblo encontró en la revolución social, el único proyecto que, tras un proceso de radicales cambios del sistema de dominación, y de mutaciones del protagonismo y de la mentalidad del pueblo involucrado en el ejercicio del poder, podía resolver sus más caras aspiraciones y necesidades.

El 26 de julio es la fecha clave de tal mudanza histórica, de alcance nuestro americano, y a ella consagro una parte sustantiva de la obra. La estrategia —lucha armada— y el proyecto de cambios (iniciales) que asume el Movimiento —La historia me absolverá—, lo colocan en una dimensión política cualitativamente superior a los movimientos reformistas de América Latina de aquel tiempo histórico.

Por añadidura, si se compara con otros organismos políticos y procesos semejantes, hasta nuestros días, incluidos varios de los ahora llamados” Partidos y gobiernos progresistas”, saltan a la vista medulares diferencias de estos con aquel movimiento revolucionario, en su fase embrionaria y el instante de la súbita luz.

Al cabo de su primer intento operacional fallido, los combatientes del 26 de julio no vacilaron en continuar su empeño. Tras intensas y multifacéticas luchas populares, demostraron que la estrategia adoptada en 1953, con el fin de conseguir el poder por la vía armada, era la correcta. Y luego, el consecuente empleo de esta decisiva palanca del viraje hegemónico, con el protagonismo popular, marcaron la diferencia por siempre con respecto a todas las variantes reformistas y “progresistas” en nuestra América.

¿Acaso esa razón no es suficiente para descifrar los aportes vigentes del Moncada a auténticas revoluciones, en este tiempo nuestro americano de encrucijadas, oportunidades y espejismos? (ALH)

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