Un frío insufrible y una noche oscura dibujaban el contexto. La guerra recién comenzaba, y los imberbes no sabían que estaban escribiendo parte de la triste historia del mundo. ¿Pero qué iban a saber? Con veinte años en el cuerpo, suertudos si habían conocido piel ajena y su mayor aventura era robar licor de una botillería de barrio.
Pero estaban en las trincheras, en plena guerra mundial y en navidad, franceses, británicos y alemanes. Una ironía de esas que tanto le gustan a la humanidad, y que terminan con leyendas que se desempolvan de cuando en vez.
En la penumbra, un idealista empezó a cantar, y a pesar del reto de su superior, siguió con su melodía revolucionaria. Al momento le siguió otro y un coro de fantasmas se materializó en la nieve. Las ondas del sonido llegaron al otro lado y la respuesta fue mezclarse al concierto invernal.

Cada uno en su idioma, pero todos en el mismo. Noche de paz se escuchó silenciosamente en plena trinchera bélica, hasta que se volvió una ventisca de humanidad.
Rompiendo todos los códigos de guerra, y mandando al tacho los meses de entrenamiento, otro adolescente soñador salió de su escondite con el gorro alzado y las manos arriba. Lo apuntaron por reflejo, pero sin intención de matar. La ironía se hizo más fuerte cuando un nuevo loco salió, se acercó al soñador y se dieron la mano.

Fue un saludo cualquiera, con el brazo derecho y apretón fuerte, pero marcó una tregua que le devolvió a la Tierra las ganas de seguir girando. Después de ese primer encuentro, vinieron otros, y al rato todos los jóvenes compartían en la extinta tierra de nadie, intercambiando noticias y experiencias. Cada uno en su idioma, pero todos en el mismo.
Rápidamente partió el trueque de insumos y el fraternal mercado negro se tomó los espacios, pero el contrabando de alcohol y cigarros fue de tal magnitud, que el negocio quebró sin proceso ni juicio. Y para mejorar el contexto, otro joven iluso sacó de la trinchera una pelota de fútbol y la tiró al centro. El caos fue absoluto. Cuatro chaquetas al suelo para armar los arcos, y cuarenta por lado para empezar el componte.
La nieve estorbó un poco, pero las ganas y la pasión contenida superan todo, y ahí, en plena noche, con frío de muerte y vientos de guerra, un partido de fútbol fue la excusa perfecta para lograr el inmortal anhelo de la hermandad.

El resultado terminó 3-2 a favor de Alemania, aunque los ingleses poca importancia le dieron al marcador. La historia les daría revancha muchos años después, en una noche de Londres y con un gol fantasma. Pero esa noche era de paz, y hasta las armas agradecieron el descanso.
Los días siguientes volvieron a ser de guerra, y los mismos que habían tomado, fumado y jugado juntos, se mataron entre ellos, devolviéndole a la tierra las ganas de frenar. Mas su historia traspasó las fronteras del tiempo, y también del recuerdo.
Cada 24 de diciembre se rememora la tregua de navidad. El día en que un puñado de impúberes soltó las armas para estrecharse las manos, olvidó la guerra para brindar por el otro, y en que la revolución del fútbol permitió, por breves momentos, una noche de paz. (ALH)