Considerado el máximo naturalista de Hispanoamérica en su época, Felipe Poey Aloy mantuvo estrechos vínculos científicos y afectivos con la Ciudad de los Puentes.

En la historia de la ciencia cubana, particularmente de las ciencias naturales, Poey ocupa un lugar de privilegio. Abarcó en sus investigaciones los insectos, de forma especial las mariposas, pero se destacó sobre todo como ictiólogo y a los peces cubanos dedicó su obra mayor.

Fue profesor de la Universidad de La Habana por casi cincuenta años. También publicó varios libros de texto, entre ellos uno sobre geografía de Cuba en 1836, considerado el primero de su tipo en nuestra historia.

Presencia en Matanzas

Felipe Poey visitó Matanzas en innumerables ocasiones. Durante sus vacaciones permanecía semanas en casa de Santiago del Monte y también en la finca Carbonera o Palmasola, de los hermanos Félix y José García Chávez. En esta última descubrió varias especies nuevas de peces que incluyó en Ictiología cubana, su obra magna.

En 1856 participó en una expedición a los cayos del norte de Cárdenas, junto a varios naturalistas cubanos, donde colectó insectos y plantas. También visitó las cuevas de Bellamar y describió sus cristales como “bellísimos y muy variados”.

Mantuvo una estrecha amistad con Juan Cristóbal Gundlach, naturalista alemán radicado por largos años en territorio yumurino. Fue amigo cercano de otras personalidades de la ciencia en Matanzas, como Sebastián Alfredo de Morales y Francisco Jimeno.

Al fundarse en 1864 la Sección de Ciencias Físicas, Naturales y Matemáticas del Liceo de Matanzas, primera institución científica del territorio, fue electo socio corresponsal. Participó en varias de sus sesiones científicas y en 1866 publicó dos trabajos en el Anuario de la Sección: Sistematización biológica y Chimaera monstrosa.

En homenaje a su labor investigativa en Matanzas, el poeta José García Osuna le dedicó el poema A Don Felipe Poey, en el potrero de Palmasola, publicado en el periódico Aurora del Yumurí el 19 de julio de 1865. Años después, el Liceo de Matanzas le dedicó un número de su revista en 1889.

Los discípulos

La historia recoge que, en su larga carrera como profesor universitario, Poey tuvo tres discípulos destacados, con los cuales mantuvo relaciones marcadas por el afecto mutuo. Uno de ellos fue el habanero Juan Vilaró Díaz, y los otros fueron los naturalistas matanceros Manuel Jacinto Presas y Morales, quien también era médico, y Carlos de la Torre y Huerta, el más relevante de sus continuadores.

La relación con Presas fue muy cercana y ambos se consideraron padre e hijo. En 1865, a pesar de ser un estudiante, lo sustituyó durante varios meses como profesor en la Universidad. También colaboró con Poey al aportar fondos para mantener la publicación de la revista Repertorio Físico Natural de la Isla de Cuba, entre 1865 y 1868.

Al morir Presas en 1874, con 29 años y víctima de la difteria, el viejo maestro le dedicó una sentida necrología, en la cual reflejó su dolor por esa pérdida inesperada. Así lo reflejó en la última oración: “Las generaciones se tocan y se confunden; nadie parte primero: un punto más, y bajo contigo a la tumba, querido Manuel; unidos en vida, unidos en la muerte”.

Carlos de la Torre conoció a Poey por mediación de Jimeno. Este hecho lo motivó a estudiar ciencias naturales y abandonar la carrera de medicina. En 1884, al concluir el examen de oposición que hizo De la Torre para optar por la plaza de profesor de Anatomía comparada en la Universidad de La Habana, Poey señaló: “¡Dichosa la Universidad que puede contar con un profesor de tan altas dotes!”.

En otra oportunidad volvería a destacar los méritos de su discípulo. Fue en 1889, cuando De la Torre expuso, en la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, el tema Consideraciones anatómicas acerca de los huesos de la cabeza del manjuarí. En su discurso de contestación, las palabras de Poey fueron premonitorias: “El doctor La Torre se ha labrado a sí mismo una corona, en la que el coro de los Naturalistas escribirá su nombre”.

Desde su labor científica y docente, Felipe Poey mantuvo un estrecho vínculo con Matanzas. A propósito de un aniversario más de su muerte, ocurrida el 28 de enero de 1891, vale recordar su relación con la tierra del San Juan y el Yumurí. (ALH)

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