En tu grupo de amigos ya todos saben que aspiran a ser los mejores profesionales.
Tú eres la única que aún en el último curso del preuniversitario, no ha definido quién quiere ser. Deseas volar alto, pero no sabes cuál avión- o vuelo- debes tomar.
Nunca has sido una niña de ciencias. Estudiaste en una escuela donde la mayoría detestaba las letras e intentan ser unos futuros Einstein, Tales o cualquier físico-matemático similar. Sin embargo, a ti te apasiona leer y escribir, no inventar ecuaciones ni leyes. En fin, paradojas de la vida.
Arriba el mes del amor y el día primero decides tentar a la suerte en una prueba de aptitud que se aplica a estudiantes para medir sus habilidades periodísticas.

Allí descubres el deseo de aquellos jóvenes por ser grandes comunicadores y la pasión con la que hablan de su «futura profesión». Te sientes como un manzano en un bosque de olmos porque tú no fuiste por un sueño, sino por las carentes alternativas.
A cada alumno le asignan un número, el tuyo es el 209. No esperabas que te diera tanta suerte.
Comienzan los exámenes y los nervios se hallan a flor de piel.

Convencida de haber fracasado en la mayoría de las respuestas, le ruegas a tu madre irse a hurtadillas para evitar el bochorno por no proseguir a la siguiente fase.
Nos quedamos hasta el final, confío en ti, son las frases utilizadas por aquella mujer que además de darte a luz siempre te colorea de verde los días. Interiorizas sus palabras y le das una oportunidad a aquella expresión de: quien no arriesga, no gana.
Después de varios giros del minutero al fin llegan las respuestas.
El grito de alegría al escuchar que sí superaste el reto, probablemente haya hecho eco en toda la casa de altos estudios. Aunque, esa nunca fue tu meta o propósito como estudiante, por alguna extraña razón no pretendías dejarlo en un simple desafío.
Transcurren los meses y otorgan la carrera. No sabes si has hecho lo correcto, quizás debiste darle la oportunidad a alguien más.
Comienzan las clases, conoces a tus compañeros, profesores, materias, los medios de comunicación en los cuáles trabajarás e inevitablemente amas el mundo del periodismo. Te cautivan sus altos y bajos de montaña rusa, la fortuna o desdicha de intercambiar con todo «tipo» de personas y la magia de poder ayudar a otros.
A pocos meses de graduarte recuerdas ese día de febrero con emoción.
Te convences que el error hubiese sido no presentarte al examen o marcharte antes de conocer los resultados, pero nunca haber elegido ser periodista. (ALH)