La práctica de deportes en mujeres históricamente representa un campo de batallas donde se entrelazan la lucha por la igualdad y el persistente machismo.
A pesar de los avances en la promoción de la equidad de género, muchas mujeres en Cuba enfrentan barreras significativas para participar en actividades deportivas.
En numerosas culturas, el machismo deslegitima o incluso se prohíbe la práctica del deporte femenino. La situación no solo limita las oportunidades de las mujeres para desarrollarse físicamente y disfrutar de los beneficios del deporte, sino que también refuerza estereotipos perjudiciales que asocian la actividad física con masculinidades hegemónicas.
Por ejemplo, mi vecina es joven y bien flaquita, padece de problemas de artritis y artrosis. Su pareja, cuando conoció que comencé a practicar ejercicios, percibió que a su compañera le podía interesar el tema, y entonces las excusas y los peros injustificados colmaron la conversación para borrar la idea de mantener su cuerpo en forma.
En vano expliqué con lujo de detalles los beneficios que trae consigo la práctica de ejercicios y cuánto su cuerpo lo agradecería. Aunque estamos en el siglo XXI, la equidad molesta y se manifiesta en el deporte.
A la mayoría de los hombres, y en algunos casos a los jóvenes, les queda muy bien el término de machistas. Algunos no entienden los derechos y muchos temen perder su estatus en la sociedad actual.
A menudo las creencias arraigadas sobre el rol de la mujer en la sociedad y los estereotipos de género pueden limitar las oportunidades y el empoderamiento de las mujeres, incluso en aspectos tan simples como cuidar la salud.
Desde esta perspectiva, el comportamiento machista ha sido denunciado como una parte sustancial de la cultura patriarcal que discrimina y oprime.
El machismo no solo afecta a las mujeres, sino que también encierra a los hombres en un conjunto de expectativas y normas que pueden ser perjudiciales para ellos mismos.
La presión para adherirse a un ideal masculino puede llevar a muchos hombres a reprimir sus emociones, evitar comportamientos que se consideran «femeninos» y mantener una postura de dominio que perpetúa la desigualdad. Esto no solo crea un ambiente hostil para las mujeres, sino que también limita la capacidad de los hombres para ser vulnerables y auténticos.
El camino hacia la igualdad de género implica cuestionar y desafiar estas actitudes y creencias. Fomentar un diálogo abierto sobre los beneficios del ejercicio físico para todos, independientemente del género, puede ayudar a desmantelar algunos de los mitos que rodean la masculinidad y la feminidad.
Además, resulta crucial crear espacios donde tanto hombres como mujeres se sientan cómodos, exploren su salud y el bienestar sin miedo al juicio o la crítica.
En última instancia, el cambio cultural es un proceso lento, pero cada conversación y pequeño paso cuenta en pos de la igualdad. La lucha por la igualdad de géneros es un esfuerzo colectivo que requiere la participación activa de todos. (ALH)