Los matanceros Jesús Benigno Gálvez y Antonio Angulo y Heredia estuvieron entre los discípulos predilectos de José de la Luz y Caballero en el Colegio El Salvador.

El 27 de marzo de 1848 José de la Luz y Caballero fundó su propio colegio, al que llamó El Salvador. Se estableció en el barrio del Cerro hasta 1850, fecha en que fue clausurado debido a la epidemia de cólera morbo asiático que azotó al país. En medio del profundo sufrimiento por la muerte de su hija debido a esta enfermedad, Luz reabrió el colegio en 1853, esta vez en la casa de Teniente Rey No. 39, hoy 257. Aquí funcionó hasta 1858 cuando volvió al Cerro.

Fachada del Colegio El Salvador en la calle Teniente Rey. Archivo del autor.

De acuerdo con Manuel Sanguily:

“Los niños y los jóvenes de toda la isla—de Camagüey, de las Villas, de Orienta, de Güines, de Matanzas,—venían a educarse allí y allí vivían: traían sin saberlo, de los cuatro puntos del horizonte, aspiraciones generosas y enérgicas, y animados de ese espíritu deducían las consecuencias análogas que en sí misma contenía en potencia, la enseñanza moral, viril y elevada, de José de la Luz Caballero”.

Fueron numerosos los matanceros que se educaron en El Salvador, entre ellos Jesús Benigno Gálvez y Antonio Angulo y Heredia. En la semblanza que dedicó a Enrique Piñeyro en el libro Cromitos cubanos (1892), Manuel de la Cruz escribió:

“Cuenta la tradición que el Maestro prefería entre todos a Antonio Angulo y Heredia, a Jesús Benigno Gálvez y a Enrique Piñeyro, conservando en su predilección el orden en que van enumerados”.

Jesús Benigno Gálvez

Nacido el 5 de mayo de 1838, Jesús Benigno Gálvez y Alfonso, perteneció a una familia que dejó huella en la historia de Cuba. Uno de sus hermanos, José María, fue el presidente del Partido Liberal Autonomista durante los veinte años de existencia de esa agrupación política. Otro, Federico, fue cirujano eminente y fundador de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana.

Jesús Benigno Gálvez, por Jiménez Armengol. Archivo del autor.

Jesús Benigno Gálvez estudió en El Salvador, donde también fue profesor, y después se graduó de Licenciado en Ciencias en la Universidad de La Habana. El 9 de diciembre de 1863 alcanzó el grado de Doctor en Derecho Civil y Canónico, en la misma institución. La tesis que defendió fue Causas del atraso del derecho penal relativamente al civil hasta el siglo XVIII (1864). En 1866 fue director de la revista El Liceo de La Habana.

Anuncio del libro Curso de Geometría, revista Cuba y América, 1904. Archivo del autor.

Estuvo, junto a su esposa, entre los espectadores de los sucesos del Teatro Villanueva el 22 de enero de 1869. Emigró a los Estados Unidos durante la Guerra de los Diez Años para evitar ser encarcelado por infidencia. Allí publicó Diálogo entre Serrano y Dulce, sobre la cuestión de Cuba (1869), reeditado en 1905. Escribió un Curso de geometría (1904), que publicó su hija diez años después de su fallecimiento, ocurrido en La Habana el 3 de diciembre de 1894.

Necrología por la muerte de Jesús B. Gálvez, Diario de la Marina, 3 de diciembre de 1893. Archivo del autor.

En 1928, José Manuel Carbonell publicó una carta que José de la Luz y Caballero le escribió a Jesús Benigno Gálvez, fechada el 20 de abril de 1862. En ella le llamó “Jesús queridísimo”, se reconoció como su “padre espiritual” y que pronto tendría “…el gusto de abrazarte”. Al menos en cuatro ocasiones, Jesús Benigno Gálvez pronunció discursos en el día final de los exámenes, como fue costumbre en el Colegio El Salvador. El de 1860 fue incluido por José Manuel Carbonell en uno de los tomos de La oratoria en Cuba (1928), el de 1861 apareció en el segundo tomo la Revista Habanera. Los de 1862 y 1863 se publicaron junto a los leídos por otros profesores.

Anuncio del libro Curso de Geometría, Diario de la Marina, 17 de mayo de 1905. Archivo del autor.

Todo parece indicar que Jesús Benigno Gálvez nunca escribió acerca de su maestro, ni sobre las estrechas relaciones de afecto que mantuvieron en el Colegio El Salvador. Así lo reconoció Manuel de la Cruz, al señalar que

“Jesús Benigno Gálvez, dotado de facultades más vigorosas y mejor templadas que las de Angulo y Heredia, hizo voto de obscuridad y se envolvió en el manto del silencio”.

Nota sobre el libro Diálogo entre Serrano y Dulce, sobre la cuestión de Cuba, revista Cuba y América, 1905. Archivo del autor.

Antonio Angulo y Heredia

Matanzas fue la cuna de Antonio Angulo y Heredia, el 4 de agosto de 1837. Procedía de una ilustre familia y se educó en el afamado Colegio La Empresa, de los hermanos Guiteras. Después ingresó en el Colegio El Salvador. Realizó un breve viaje por Alemania en 1860, donde conoció la vida y obra del filósofo Karl Christian Friedrich Krause.

Antonio Angulo y Heredia: la filosofía en Cuba

Dos años después se estableció en España y en 1863 se graduó de abogado en Madrid. Se dedicó a estudiar y defender la filosofía krausista, así como la adaptación de sus ideas al ámbito español por Julián Sanz del Río. En 1864 fundó la Revista Hispano Americana. Desde las páginas de esta publicación fundamentó la necesidad de reformas para Cuba y Puerto Rico.

Antonio Angulo y Heredia. Archivo del autor.

En el Ateneo de Madrid, Antonio Angulo y Heredia ofreció unas célebres lecciones sobre literatura alemana y las figuras de Goethe y Schiller. En ellas sostuvo la influencia del krausismo en el pensamiento filosófico de Luz y Caballero, lo cual desató una polémica que aún está latente. Fiel a la obra del maestro Luz, lo defendió en 1863 ante las calumnias del periódico católico madrileño El Pensamiento Español.

Antonio Angulo y Heredia publicó los libros Goethe y Schiller. Su vida, sus obras y su influencia en Alemania (1863), El Pensamiento Español, periódico neocatólico de Madrid, y la instrucción pública en la Isla de Cuba (1863) y Estudios sobre los Estados Unidos de América. La democracia y el self-governement (1865). Dio a conocer la traducción París en América, de Eduardo Laboulaye (1867). Falleció en Valladolid, España, el 5 de septiembre de 1875, a los 38 años.

Llegó a establecer una relación cercana y entrañable con su maestro José de la Luz y Caballero. Luz consideró a Antonio Angulo y Heredia su discípulo más aventajado y lo amó como a un hijo. Angulo, por su parte, llegó a sentir una verdadera veneración por su maestro. En Cromitos cubanos, Manuel de la Cruz escribió:

“Angulo y Heredia fue una inteligencia precoz que muy temprano llegó a la atrofia y poco después a la muerte mental que sepultó en vida el numen de Milanés; era, además, hombre de sensibilidad enfermiza, a lo que quizás pueda atribuirse principalmente el tierno afecto que Luz le profesaba; sobre todo en las amargas postrimerías de su vida. Sumiso imitador de Luz, lo copia literalmente en sus defectos literarios, en los vicios de su estilo y en la aridez de la exposición; la sincera modestia de Luz es en él rebuscada afectación de humildad; las amplificaciones elocuentes y fecundas, monótonas redundancias. Angulo y Heredia, el más amado, fue el discípulo infiel, el que más daño pudo causar a la memoria de Luz, si la posteridad, con su crítica y su fervor, no hubiese realizado su reivindicación, exaltando y magnificando sus merecimientos como pensador filosófico. En una conferencia famosa que pronunció en el Ateneo de Madrid, convierte a Luz de monarca en vasallo y asienta la sacrílega mentira de incluirlo entre los devotos de la Metafísica alemana”.

Tarja situada en la fachada del Colegio El Salvador en la calle Teniente Rey. Archivo del autor.

Más de un siglo después, la supuesta “infidelidad” de Antonio Angulo y Heredia ha sido puesta en duda por más de un estudioso. Fueron varios los factores que incidieron en esa apreciación de Manuel de la Cruz. Lo que si está fuera de duda, es que para José de la Luz este matancero fue el discípulo más amado. No por gusto fue el primero que pudo sustituir al maestro en uno de sus discursos anuales. Según Manuel Sanguily:

“Desde que una enfermedad en la lengua le impidió cumplir lo que él llamaba su «deuda de palabra» con el público, quedó establecida la práctica de que en su nombre lo hicieran sus discípulos. El primero que llamó para sustituirle fue Antonio Angulo y Heredia: al año siguientes fueron Jesús B. Gálvez y Enrique Piñeyro”.

El día 16 de diciembre de 1857 fue la ocasión en que Antonio Angulo y Heredia sustituyó a Luz en su habitual discurso del último día de los exámenes públicos en El Salvador. Antes de dar la palabra a su amado discípulo, el egregio maestro expresó con dificultad:

“Hablo, Señores, para decir que no puedo hablar. Es el caso que sobre mis habituales achaques, he tenido uno que me ha atacado el uso de la palabra.  En estas circunstancias, deseando hablar, porque ¿quién no ha de desearlo, cuando están tantos pendientes de su palabra? convencido de que no podría hacerlo con la extensión que deseaba sin gran perjuicio de mi salud, y no queriendo por otra parte defraudar al público de esta deuda anual de la palabra que por costumbre tengo contraída, llamé a uno de mis discípulos, comuniquéle mis ideas, vacié en el suyo los sentimientos de mi pecho, y lo encargué de desenvolverlos en un discurso destinado a leerse en este acto. Redactólo en efecto, y habiéndose transfundido mi espíritu en el suyo, debo decir en justicia que es mía la materia, suya la forma, y el espíritu de los dos”.

“Confieso, Señores, que después de escrito, me pareció en el primer momento demasiado severo, que nunca la palabra hablada, fugaz y pasajera, aparece tan dura, como la misma palabra consignada y perpetuada por la escritura. Litera scripta manet, dijeron los antiguos. Sin embargo, considerando que así como se arrepentía el salmista de hablar palabras inútiles, podría arrepentirme después de no decir las útiles y provechosas, aunque severas, me decidí a que se leyera tal cual se concibió y escribió, pensando que si los jóvenes se mueven por el amor de la gloria, y el bello sexo por el sentimiento, a los viejos no debe impulsamos otro móvil que el amor santo del deber. Ahora solo resta que el discípulo por mí escogido desempeñe la parte que le toca, en la tarea que con él he dividido”.

Tras la palabra del maestro, Antonio Angulo y Heredia, quien seguramente estaba visiblemente emocionado, dijo:

“No tengo la vana pretensión, señores, de presentaros un discurso digno por sus formas del ilustrado auditorio a que se dirige: no hago más que cumplir un deber sagrado del discípulo agradecido para con el amado maestro. Si encontráis en mis palabras defectos e incorrecciones de estilo, atribuidos a mi ignorancia e insuficiencia: si halláis en ellas por el contrario provechosas verdades, ideas y sentimientos apreciables, sabed que son los del venerable maestro de la juventud cubana, que por mi boca os habla en los términos siguientes…”.

Obituario Angulo y Heredia, La Correspondencia de España, 15 de septiembre de 1875. Archivo del autor.

El discursó que leyó Antonio Angulo y Heredia apareció incluido en el tercer tomo de las Obras de José de la Luz y Caballero. La más reciente edición es la que hizo la Casa de Altos Estudios Don Fernando Ortiz, de la Universidad de La Habana, en 2001. Sobre este hecho agregó José Ignacio Rodríguez, uno de los biógrafos de Luz:

“Este discípulo favorecido por el cariño del Señor Luz y de cuantos tuvieron la fortuna de conocerlo, fue el joven Don Antonio Ángulo y Heredia, de quien ya en otra ocasión hemos tenido que lamentar la pérdida. El discurso que pronunció en esta solemnidad se publicó después en forma de cuaderno, en octavo, circuló con profusión, y fue muy aplaudido. Era realmente una completa transfusión del espíritu del maestro en las palabras de su discípulo”.

Otro aspecto a destacar es que, en el testamento que redactó como prueba de su última voluntad, José de la Luz y Caballero legó y donó “…una obra de mi biblioteca, como prueba especial de cariño…”, a varios amigos, grandes personalidades de la historia de Cuba: José Antonio Saco, José Antonio Echeverría, Gaspar Betancourt Cisneros y Nicolás José Gutiérrez. Además de ellos, incluyó a uno sólo de sus discípulos y este fue Antonio Angulo y Heredia.

Tras la muerte de Luz, Antonio Angulo y Heredia publicó en la revista La América, de Madrid, el artículo “Don José de la Luz y Caballero. Recuerdos y propósitos de uno de sus discípulos”, donde destacó sus cualidades como pensador y maestro. El libro Goethe y Schiller. Su vida, sus obras y su influencia en Alemania (1863), Antonio Angulo y Heredia lo dedicó: “A la memoria inmortal y veneranda del sabio filósofo y educador cubano, Don José de la Luz y Caballero”. En este texto lo llamó “…mi venerable y amadísimo maestro…” y “…mi inolvidable maestro…”.

Portada del libro El Pensamiento Español, periódico neocatólico de Madrid, y la instrucción pública en la Isla de Cuba. Archivo del autor.

Otra de sus obras, El Pensamiento Español, periódico neocatólico de Madrid, y la instrucción pública en la Isla de Cuba (1863), fue concebida en defensa de Luz y Caballero. Ante ofensas publicadas contra su maestro, la respuesta fue digna y sentida. En un momento exclamó Antonio Angulo y Heredia:

“Yo también fui discípulo de ese maestro; yo también fui una de las obras en que el grande artista educador se empeñó con más amoroso esmero en realizar de una manera viva, su bello ideal de la virtud y de la ciencia. ¡Pero cuán lejos está, señores, la imperfecta obra de corresponder siquiera en parte al bello ideal concebido por el sabio maestro, el inspirado artista! Quiera Dios que el espíritu divino del inmortal maestro, bendiga amoroso desde el cielo los constantes esfuerzos de su humilde discípulo para que este pueda siquiera dar un paso durante su peregrinación sobre la tierra hacia el bello ideal de perfección religiosa moral e intelectual que dejó esculpido en lo más íntimo de mi pecho, el virtuoso filósofo cubano D. José de la Luz y Caballero”.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *