José Francisco Wegener González fue una relevante personalidad en la historia de la enseñanza de la biología en Cuba.
Aunque nacido en La Habana el 27 de octubre de 1910, el nombre de José Francisco Wegener González quedó unido para siempre a la provincia y ciudad de Matanzas, lugares donde sobresalió como maestro y hombre de ciencias.
El mérito de una vida
Muy pequeño se trasladó con su familia a la zona de Jagüey Grande. Sin embargo, la desgracia tocó a la puerta de los Wegener cuando murió su padre. En ese triste momento, José Francisco sólo contaba con cuatro años de edad. El suceso implicó, como para tantos niños de la época, la obligación de trabajar para ayudar al sustento familiar.
Así lo hizo en una farmacia propiedad de Antonio Gálvez. Al mismo tiempo, con grandes sacrificios, cursó la escuela primaria. Contó, para suerte suya, con la ayuda de Gálvez, quien reconoció su precoz inteligencia y, sobre todo, el deseo de aprender y estudiar. A los 16 años se presentó a los exámenes de ingreso del Instituto de Segunda Enseñanza de Matanzas, los cuales aprobó con notas sobresalientes.

Se radicó entonces en la ciudad de Matanzas, donde fue mensajero en la tienda de ropa de un familiar. Pudo asistir al Instituto en la mañana, trabajar en la tarde y estudiar de noche. Gracias a este esfuerzo, alcanzó, el 22 de julio de 1930, el título de Bachiller en Letras y Ciencias. También logró, gracias a la dedicación que demostró, el reconocimiento de los profesores de este prestigioso centro.
Uno de ellos, el catedrático Julio Dihigo, fue quien lo vinculó con la docencia. Así lo hizo al contratarlo como profesor del Colegio de los Catedráticos, después llamado Arturo Echemendía. En esta escuela de instrucción primaria, José Francisco Wegener comenzó como sustituto y al poco tiempo obtuvo una plaza fija como maestro de Matemática, Dibujo Lineal y Agricultura. Sobresalió, además, por la capacidad de impartir cualquier asignatura con calidad.
Acerca de esta etapa de su vida, expresó su sobrina, la destacada profesora matancera Luisa Wegener:
“…él tenía conocimientos acerca de otras muchas disciplinas. Por ejemplo, era un excelente profesor de Matemáticas, aunque en el Instituto formaba parte de la Cátedra de Agrimensura y Tasación de tierras, porque le gustaba. Cuando terminó el bachillerato y por cuestiones económicas no puede ir a estudiar a la Universidad de La Habana, el Dr. Julio Dihigo que era uno de los dueños del Colegio privado Arturo Echemendía y que lo conocía por haber sido alumno de él, lo contrató como maestro sustituto en su colegio. Lo bautizó entonces con el sobrenombre del «alemán de la cabeza cuadrada», por su capacidad de sustituir en cualquier grado y en cualquier asignatura siguiendo el programa establecido. Era un gran maestro. Llegaba a sus alumnos con facilidad, leía muchísimo y tenía un gran conocimiento general”.

Poco tiempo después, José Francisco Wegener se incorporó al claustro del Instituto de Segunda Enseñanza de Matanzas, donde laboró por varios años y llegó a ser profesor titular y jefe de cátedra. Allí impartió clases en las cátedras de Matemáticas y Agrimensura, donde fue profesor de las asignaturas Tasaciones, Peritaje, Agricultura y Ciencias Naturales. Además, fundó el Colegio Miguel Garmendía, de instrucción primaria, que dirigió con la doctora Carmen Urrechaga y más tarde denominó Colegio Cubano, lugar que consolidó su bien ganada fama como maestro.

Gracias al beneficio de una pre-matrícula gratis inició, en 1933, los estudios de doctorado en la Universidad de La Habana. Después de innumerables esfuerzos, que pusieron a prueba una vez más su voluntad de superarse, alcanzó, el 17 de octubre de 1940, el grado de Doctor en Ciencias Naturales. La tesis que defendió se tituló “La evolución del concepto de foraminíferos”. También estuvo matriculado como estudiante de Pedagogía e Ingeniería Agrónoma, aunque no concluyó estos estudios.
Tras el triunfo de la Revolución, José Francisco Wegener tuvo amplias posibilidades de contribuir a la educación cubana, las cuales aprovechó. Identificado con la reforma educacional, entregó al estado el Colegio Cubano. El 6 de enero de 1960 fue nombrado por Armando Hart, ministro de Educación, como inspector técnico de las cátedras de Agrimensura de los Institutos de Segunda Enseñanza. También colaboró con la Campaña Nacional de Alfabetización.

Después se dedicó a lo que sería su pasión: la enseñanza de las ciencias naturales y, especialmente, de la biología. Al desaparecer las escuelas de Agrimensura, fue nombrado inspector provincial de Biología. Desde esta responsabilidad, José Francisco Wegener realizó una ingente labor dirigida a la preparación de los profesores, la actualización de libros de texto y el fortalecimiento del carácter científico de la asignatura. Además, trabajó en la superación de los trabajadores en la Facultad Obrero-Campesina.
Mantuvo una estrecha amistad con el doctor Mario E. Dihigo Llanos, otra gran personalidad que se dedicó a la enseñanza de la Biología. Ambos conformaron un equipo de trabajo que publicó varios libros de texto y laboró incansablemente por la educación en el territorio matancero. Se cuenta que, tras el prematuro fallecimiento de Wegener, ante la necesidad de realizar un trabajo científico riguroso, Dihigo exclamaba: “¡qué falta me hace un Wegener!”.
Entregado a sus responsabilidades como inspector y profesor, José Francisco Wegener falleció en Matanzas, de forma repentina, el 18 de abril de 1867. Tenía sólo 56 años de edad. Ante la pérdida de “Pepito”, como era llamado cariñosamente, el sentir popular fue de dolor. Así lo hizo constar la prensa provincial:
“La enseñanza de Cuba ha tenido una pérdida irreparable con el inesperado fallecimiento del Dr. José Wegener ocurrido el 18 de abril del presente año. Personificaba el maestro en la más alta acepción del término. Consagró su brillante talento, desde que era un joven estudiante de bachillerato, a enseñar diversas materias de Ciencias y Letras, y todo su esfuerzo creador a las más variadas tareas de la docencia, en la que se destacó como profesor insigne y autor de un gran número de textos para la Enseñanza Primaria y Pre-Universitaria”.
La obra útil
La obra de José Francisco Wegener sobresalió, sobre todo, por los aportes que realizó a la enseñanza de la Biología en Cuba. Se le considera uno de los principales promotores de la organización del movimiento de monitores. Siempre defendió la creación de exposiciones de objetos naturales en todas las aulas y la excursión docente como forma organizativa de la enseñanza. Insistió en la necesidad de tener en cuenta las diferencias individuales de los estudiantes. En sus libros de texto priorizó la utilización de láminas y figuras.

Publicó, como único autor, los libros Estudios de la naturaleza. Tercer grado (1950), Estudios de la naturaleza. Cuarto grado (1950), Estudios de la naturaleza. Quinto grado (1950), Estudios de la naturaleza. Sexto grado (1950), los tres últimos reeditados en 1960. También Ciencias naturales. Cuarto grado y Biología de los animales (1963). Además, Cuaderno de trabajo adaptado al libro Estudios de la naturaleza quinto grado (1949). En la revista La Escuela Nueva, dio a conocer el artículo “El aula laboratorio de ciencias” (1960).
Con Mario E. Dihigo escribió el texto Ciencias 1. En Venezuela, ambos publicaron Ciencias de la naturaleza y nociones de higiene. Cuarto grado (1966), Ciencias de la naturaleza. Quinto grado (1966) y Ciencias de la naturaleza. Sexto grado (1966). También en ese país editaron Ciencias Biológicas 1, Ciencias Biológicas 2 y Ciencias Biológicas. Guía de trabajo práctico.

Todos estos libros, que forman parte del patrimonio bibliográfico educacional cubano, recogieron parte importante del ideario pedagógico y didáctico de José Francisco Wegener. Fueron redactados sobre la base de experiencia personal de su autor, los avances internacionales en la enseñanza de las ciencias y los nuevos descubrimientos de la Biología. Expresaron, además, un pensamiento de avanzada en relación con la necesidad de la educación científica en la formación de las nuevas generaciones.

En el libro Cuaderno de trabajo adaptado al libro Estudios de la naturaleza quinto grado (1949) sostuvo que las actividades
“…tienen por finalidad la comprobación efectiva del aprovechamiento alcanzado por los alumnos, pero otras tienen una función de índole más elevada. Entre estas últimas se encuentran las excursiones escolares, recomendadas con el propósito aparente de enriquecer el museo de la escuela, y el proyecto de Observatorio Meteorológico”.
Acerca del museo escolar y su significación para la enseñanza de las ciencias, destacó
“El museo de la escuela ha de ser formado por el aporte hecho por los propios alumnos y debe ir enriqueciéndose simultáneamente con el curso escolar, ya que su verdadera utilidad no estriba precisamente en la variedad de ejemplares que lo integran, sino en las diversas actividades que surgen como consecuencia de su establecimiento. De aquí que sea preferible volver cada año a formar el museo, desechando todo aquello que sea de fácil adquisición y sólo reservando los ejemplares que no puedan ser obtenidos por el alumno”.
“Las etiquetas, el catálogo del museo, la colocación de los ejemplares, etc., le da oportunidad al niño de estudiar la Naturaleza adquiriendo hábitos de limpieza y de orden, aprendiendo o ejercitándose en trabajos manuales, solidarizándose con sus compañeros en los trabajos en cooperación y hasta logrando la confianza en sí mismo, tan necesaria para la culminación de un propósito”.
Acerca del observatorio meteorológico en la escuela, añadió que
“…proporcionará al alumno no sólo la ocasión de hacer observaciones directas, de aprender en forma activa, de practicar los conocimientos adquiridos, de desarrollar el espíritu de cooperación, sino lo que es mejor aún, de despertar en él la noción de responsabilidad”.
Otra de sus recomendaciones, en este caso para el estudio de la zoología, apareció en el libro Biología de los animales (1963):
“…es de todo punto necesario realizar el estudio de cada una de las especies, tomadas como tipo en presencia del ejemplar; y qué sería más satisfactorio que cada alumno pudiera disponer del suyo. Esto resulta posible en muchos casos, pero de no ser así, se formarán grupos o equipos de alumnos, quienes podrán realizar las observaciones atinentes en presencia del organismo que estudian. En algunos casos habrá que recurrir, para ilustrar el estudio que se lleva a cabo, al empleo de láminas, diapositivas, etc., pero en ningún caso el profesor podrá hacer el estudio a través de una información verbalista, donde lo objetivo y observable esté ausente”.

Fiel al conocimiento científico y al ejemplo de los hombres de ciencia, destacó en Estudios de la naturaleza (1960):
“…he creído de interés intercalar unas pequeñas biografías de algunos de los hombres que más han contribuido al desarrollo de la ciencia, porque del conocimiento de la vida de estos se derivan grandes enseñanzas para los alumnos y nuestra gratitud y veneración se incrementan cuando llega a nosotros el conocimiento de la abnegación y el desinterés que tuvieron por divisa”.
El ejemplo
En la historia de la enseñanza de la Biología en Cuba, la personalidad de José Francisco Wegener González es referencia obligada. Los libros que publicó representaron aportes relevantes a la didáctica de esta ciencia en más de un nivel educativo. La exposición que hizo de algunos contenidos no ha perdido vigencia y las orientaciones a los maestros poseen una urgente actualidad. Pero, por sobre todo eso, el ejemplo de maestro y profesor consagrado, perdurará siempre.

Como señaló Diwaldo García en el artículo “En homenaje póstumo al Dr. José Francisco Wegener González”, que publicó en el periódico Girón el 29 de abril de 1967:
“La vida del Dr. José Wegener es un ejemplo de lo que puede llegar a ser un hombre cuando pone en función de su superación la voluntad y la inteligencia”.
